Su argumento para la conservación es la amistad.
Antonio Aguilar ha vivido en un interminable desierto blanco a lo largo de su vida. Los gigantescos yacimientos de sal que cubren la región central de la península de Baja California forman un suelo blanquecino que por temporadas es un humedal y en otras una gruesa costra de sal, resultado de la filtración del agua de la laguna San Ignacio.
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Tenía 15 años cuando comenzó a trabajar de pescador en la ranchería llamada la Freidera. Hoy es un experimentado guía y capitán de panga dedicado a la conservación de la ballena gris. A su lado, hay toda una comunidad de biólogos, guías y capitanes de distintas embarcaciones que hacen de este punto en medio del desierto uno de los más importantes para el avistamiento de ballenas, aves y otros mamíferos.
El pueblo de San Ignacio y la laguna llevan el mismo nombre, entre ellos hay una distancia de 59 kilómetros de camino de terracería. La laguna San Ignacio es un punto vital en la ruta de ballenas que corren de norte a sur el continente.
Las corrientes del océano Pacífico se arremolinan en la laguna y aclimatan el agua convirtiéndola en un importante punto de fecundación y nacimiento de la ballena gris. En la historia de la región, y en específico de la Freidera, los pescadores y sus familiares en un pasado lejano vivían de la caza de ballenas ?solían extraer el esperma y la grasa de la ballena gris para producir combustible?; el avance social y la conciencia ambiental poco a poco fueron erradicando la costumbre y, por fortuna al día de hoy, la caza se ha eliminado por completo.
Hace miles de años la región central de la península fue ocupada por antiguos cochimíes que plasmaban en glifos y pinturas rupestres iconos que se presume son ballenas, berrendos y constelaciones, lo que confirma que este lugar ha sido desde siempre un punto de encuentro entre el hombre y los animales más grandes del mundo.
Antonio recuerda la primera vez que tuvo contacto con una ballena: ?estaba con unos gringos. Nos quedamos quietos y la ballena se acercó, de inmediato aceleré. Me decían ¡cálmate!, yo aceleré para escapar? Ya después todo cambió: una ballena se acercó y me quedé quieto, le di unas palmadas en el lomo por un rato, más tarde ya todos querían navegar conmigo para verlas de cerca, decían que yo tenía buena suerte?.
Su rostro se ilumina al hablar: ?las ballenas son muy amistosas, algunas demasiado…?. Recuerda la ocasión en que una ballena no lo quería dejar ir para que la siguiera acariciando o cuando navegó sobre el vientre de una de ellas: ?la ballena abrazaba la lancha por debajo y nos paseó por la laguna, al principio fue sorprendente, pero ya después queríamos bajar y ella quería seguir jugando. Siempre vienen las mismas, aquí se reproducen, nacen y luego se van, es increíble, apenas nacen los ballenatitos y se hacen amistosos?.
Artículo publicado en la edición de abril 2016 de la revista National Geographic Traveler.
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