«Nuestra falta de respeto al mundo natural obligó a los animales a acercarse a las personas, lo que facilitó que un patógeno saltara de un animal a un ser humano».
Una crisis se superpone a la otra. Mientras la humanidad libra la batalla sanitaria contra el coronavirus, el planeta como lo conocemos está al borde de cambios irreversibles, que impactarán —e inciden ya— en la vida de las especies con las que cohabitamos. Jane Goodall, después de más de 5 décadas de trayectoria como científica y activista medioambiental, asegura que no hay otra vía para revertir la tendencia climática más que ésta.
La pandemia también es antropogénica
Jane Goodall se considera a sí misma como pionera en el estudio de los chimpancés y la primatología en general. Fue una de las primeras científicas en el mundo en reconocer que el bienestar de los animales es un derecho inherente a ellos, así como la conservación de sus espacios naturales y de los ecosistemas que habitan. De una manera sutil pero contundente, agregó enala agenda global la necesidad de ver por el planeta como un imperativo contemporáneo.
Desde sus primeros viajes a Kenia en la década de los 50, Goodall tiene claro que el enfoque de consumo y explotación de los recursos naturales no es sostenible para la Tierra. En el marco de la pandemia por COVID-19, la experta apunta que, así como la crisis climática mundial, la emergencia sanitaria es responsabilidad entera de los seres humanos:
«Básicamente, nos causamos esto a nosotros mismos por nuestra falta de respeto al mundo natural. Esto obligó a los animales a acercarse a las personas, lo que facilitó que un patógeno saltara de un animal a un ser humano», sentenció Goodall para la agencia AFP.
No sólo esto. La manera en la que nos relacionamos con los animales al cazarlos, matarlos, comerlos y capturarlos de manera forzada para trabajar o divertirnos, según la experta, demuestra una «absoluta falta de respeto» hacia ellos. Por esta razón, asegura, las acciones tomadas en torno a las especies han sido antihigiénicas y «muy crueles».
La aseveración de Goodall revierte el discurso que se ha tomado en torno a la pandemia. En lugar de culpabilizar a las especies que interactúan con los seres humanos, el foco está en la responsabilidad que tenemos como especie al invadir sus espacios naturales. De otra manera, asegura la primatóloga, el panorama sería muy distinto.
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Un crecimiento económico enmarcado en la sustentabilidad ambiental
El centro del argumento de Goodall se sostiene en construir una «nueva relación con el mundo natural». La pandemia, según la experta, nos ha ofrecido un espacio forzado para repensar cómo queremos acercarnos a la naturaleza y a nosotros mismos. Sin embargo, el crecimiento de algunos países en vías de desarrollo depende de la explotación de sus recursos naturales.
El caso más icónico es el de la Amazonía brasileña. Cuando el país se ha mantenido con una tendencia de crecimiento económico, la selva ha florecido. Por el contrario, cuando Brasil entra en estrés económico, el bosque húmedo es arrasado en favor de la industria y la agricultura. Jane Goodall hizo un llamado para evitar caer en la tentación de planear un crecimiento que desconsidere a la naturaleza:
«Desafortunadamente, hay demasiadas personas en el poder que simplemente están ansiosas por volver a la normalidad. Todo se trata de la línea de fondo, del dinero», enfatizó. «Tenemos que crear de alguna manera una economía más sostenible y más verde. Tenemos que tener una nueva mentalidad para nuestra supervivencia».
La primatóloga ha definido su trabajo como una misión propulsada por la esperanza. Con 87 años cumplidos, está decidida a dedicar sus días a promover los esfuerzos de conservación que, a sus ojos, son imperativos para que los seres humanos podamos seguir habitando la Tierra. «Si no espera que sus acciones produzcan cambios», se cuestiona la primatóloga, «¿por qué molestarse en actuar?»
Sin embargo, la experta tiene la seguridad que defender las prácticas sostenibles sirve de muy poco si no se plantean nuevos acercamientos a la gobernanza en las potencias mundiales. Parece ser que su apuesta, a más de 50 años de trayectoria, ya no sólo descansa en la ciencia: el activismo, tal parece, ya no puede operar sin políticas serias.
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