Los diferentes conflictos armados, así como los desastrosos sismos del siglo XX han convertido esta ciudad en una especie de pueblo fantasma.
Después de ingresar a Nicaragua desde Honduras, descendimos de las montañas para acercarnos al gran Lago Managua y a la capital del mismo nombre. En un inicio, la entrada a la ciudad fue sencilla, sin embargo más adelante terminamos atrapados en un embotellamiento gigante. Al parecer el Presidente Daniel Ortega estaba dando un discurso en el centro de la ciudad, cerrando todo el primer cuadro y sus alrededores, causando caos.
Tardamos más de dos horas en salir del tráfico, y encontrar lugar para hospedarnos fue aún más difícil; afortunadamente encontramos un hotel familiar donde nos recibieron con los brazos abiertos.
Al día siguiente visitamos el centro de la ciudad, donde pudimos ver de primera mano la conflictiva historia nicaragüense. Los diferentes conflictos armados, así como los desastrosos sismos del siglo XX han convertido esta ciudad en una especie de pueblo fantasma, con grandes extensiones de terreno valdío a pocos metros del palacio nacional y una catedral en ruinas cerrada al público. Prácticamente no existen edificios antiguos, e incluso el Malecón del Lago Managua está desierto y con poco desarrollo, a pesar de la excelente vista que se encuentra ahí.
El ambiente en la ciudad es aún más bizarro con la gran cantidad de monumentos a la revolución Sandinista, y la abundancia de autos y vehículos militares rusos que se observan en las calles. A pesar de todo esto es un lugar muy interesante para visitar, que provoca reflexión sobre las fuertes diferencias entre las naciones centroamericanas.
Al día siguiente tomamos nuestras motos una vez más y partimos bajo una fuerte tormenta hacia la costa del Pacífico. Ahí, Granada nos esperaba.