El autobús es un buen medio para conocer el territorio, pero también para descubrir personas
No te preocupes, «nosotros te protegeremos», me dijo Emmanuel. Sonó genial, era uno de tres nigerianos de la tribu ibo, que viajarían en el mismo autobús que yo en un duro viaje, y a quienes sin lugar a dudas me convenía tener de mi lado.
En particular a Emmanuel, un jugador de futbol alto y con bíceps bien desarrollados. Habían calculado que el recorrido desde Dakar, capital de Senegal, hasta Bamako, de Mali, sería de 12 horas. En África Occidental hay que dar por hecho que las cosas serán más complicadas de lo previsto, así es que estaba preparado para una aventura más larga? Quizá hasta 24 horas…
Las condiciones creaban, además, la posibilidad de roces entre los miembros del denso grupo humano que nos apretaríamos en un viejo vehículo con las ventanillas selladas. Sólo tendríamos cuatro entradas de aire: dos puertas y dos escotillas superiores (bloqueadas por cajas, maletas, cofres, cabras y gallinas atados en el techo), y la portezuela de atrás no abría? en el calor del Sahel, los 60 o 70 pasajeros amontonados éramos como cochinillos al baño maría.
El drama es lo normal en esa región. La gente ama o discute con intensidad. Cosas pequeñas se convierten en asuntos de primer orden. Y así sucedieron conflictos de diversos tamaños. Me acordaba de anglosajonas que me habían dicho que les costaba navegar la densidad dramática de los latinos, y ahora sentía que por fin entendía sus sentimientos.
Y el viaje se alargaba: hicimos paradas que duraron horas, el tráfico era pesadísimo, las carreteras dolían de tanto tumbo, las nueve de la mañana se hicieron nueve de la noche, y las 12, y llegamos a la frontera a las tres de la madrugada? cuando estaba cerrada y hubo que esperar a las nueve para que abrieran.
¡Veinticuatro horas y apenas entrábamos a Mali! Lo bueno era que contaba con la protección de Emmanuel y sus amigos? ¿o no? La gente me trataba bien, pero los pobres chicos la estaban pasando muy mal.
Nigeria es el país más poblado de África y sus poderosas redes criminales les dan mal nombre a sus compatriotas, tal como sucede dentro de América Latina con otras nacionalidades. Los ibos son, además, cristianos y anglófonos, y cruzábamos regiones musulmanas de habla francesa.
A mis amigos los trataban a patadas. Los agentes de migración los retuvieron con pretextos y, cuando el resto de los pasajeros habíamos salido, los amenazaron con quitarles los pasaportes, los trataron de expulsar a empujones tras sus débiles protestas, y finalmente los obligaron a darles dinero? como tantos otros en el camino, desde cargadores hasta jefes de nunca se supo qué.
A falta de tren, el autobús es un buen medio para conocer el territorio. En algunas ocasiones, sin embargo, puede resultar algo excesivo. Se hicieron 30 horas, 33, 36? y el suplicio no terminaba.
Al final fueron 44 horas de viaje. Me dejaron en Bamako. Estaba contento de haber llegado. Pero cuando vi a mis fornidos protectores, me dieron ganas de llorar por ellos: tenían que seguir hasta Nigeria en el mismo vehículo.
Cinco países más, ni siquiera podían imaginar cuántos días faltaban, cuántos pasos de frontera más, sumadas a extorsiones, malos tratos, y ya no tenían plata. Tampoco quisieron aceptar lo que les ofrecí para que compraran comida.
Una semana después, recibí un email de Emmanuel. Aunque no daba detalles, decía que habían llegado. Completos, según parece.
«Protegerte en nuestro largo viaje fue una promesa cumplida», escribió. «¡Qué bueno que estábamos allí contigo!».