Resistir una temperatura de hasta -70 grados centígrados es solo una parte del desafío que impone esta montaña.
La mayoría de las veces, el monte McKinley no se deja ver, sino que lo envuelve una densa capa de nubes. Conocido por los nativos como «Denali», la montaña más alta de Norteamérica ejerce una magnética atracción debido a su grandeza, pero la aventura de conquistarla no siempre acaba con final feliz para algunos de los cientos de alpinistas que se enfrentan al reto.
Entre quienes lo han logrado más recientemente figura el español Kilian Jornet, que en junio batió el récord de ascenso y descenso de este símbolo de Alaska: utilizando una combinación de esquíes y crampones, completó los 26 kilómetros hasta la cumbre (casi 53 entre subida y bajada) en 11 horas y 48 minutos, una marca cinco horas mejor que la de su predecesor.
El récord no es baladí. «Es muy difícil conquistar el monte», afirma Maureen Gualtieri, de la administración del Parque Nacional Denali. No se logró coronar hasta 1913, cuando alcanzó su cima una cordada de alpinistas liderada por Harry Karstens y Hudson Stuck. «En lo más alto la temperatura es de -40 grados centígrados, a veces de -70. Y a ello hay que sumar unas ráfagas de viento que pueden llegar a los 150 kilómetros por hora».
Quien no obstante se atreva a escalar el monte tiene que solicitar un permiso a Gualtieri. «Aquí no viene nadie que no tenga experiencia. Aunque asusta ver lo ingenuos que son algunos, son la excepción», señala. Además del equipamiento necesario, quien quiera iniciar el ascenso tiene que llevar la preceptiva «clean mountain can», una especie de cubo de basura portátil. «Aunque la montaña es grande, los pasos son estrechos (…) Por eso, los alpinistas deberían llevarse de vuelta con ellos todos los desperdicios que generen», explica Gualtieri.
Al contrario que el Himalaya, el monte Mckinley comienza a elevarse desde una altura cercana al nivel del mar, por lo que de la falda a la cima es en realidad la montaña más alta del mundo. Por eso, cuando el año pasado el vicegobernador Med Treadwell anunció que, según nuevas mediciones, su altura no era de 6,194 metros, sino 26 menos, muchos lo consideraron una ofensa. Y de ahí viene también el nombre con el que lo bautizaron los esquimales atabascos, «Denali», que significa «el grande». Así se le llama mayoritariamente en Alaska; Monte McKinley es una denominación más de atlas geográfico.
Aunque casi todos los montañeros inician el ascenso con una avioneta hasta una explanada situada en el primer tercio de la cumbre, la subida suele durar 17 días en promedio. El campamento base es una pequeña «ciudad» de tiendas apelotonadas unas junto a otras y con sus correspondientes banderas nacionales en medio de un paisaje salvaje de nieve y hielo.
La mayoría de alpinistas -principalmente hombres- debe recorrer el camino dos veces: primero se avanza con el equipamiento un par de cientos de metros, después se regresa a dormir y al día siguiente se inicia de nuevo el ascenso con el resto del equipamiento. Y éste es bastante, porque durante el ascenso se come el doble de lo normal.
Un dicho de Alaska señala «a quien lo le guste el tiempo, que espere diez minutos», lo que significa que los alpinistas han de estar preparados para cambios rápidos y extremos. Resulta normal pasar un par de días, o incluso una semana recluido en la tienda debido al mal tiempo. «Uno debería traerse un libro gordo», dice un montañero inglés.
Con todas estas dificultades, ¿por qué afrontar la escalada? «Responder ‘porque está ahí’ suena a cliché, pero en el fondo es así», explica Anders, un sueco de 20 años que ha venido junto con dos amigos. «Lo que motiva es la aventura, el reto», añade Mattias. Los tres tienen experiencia y recibieron formación parcial en alpinismo en el Ejército sueco. «Pero Alaska es Alaska», dice Anders. «Ya de niño me contaron historias sobre Alaska y el Denali. Es especial. ¡Y queremos subir ahí arriba!»
Sin embargo, lo cierto es que sólo la mitad de los alpinistas logra coronar la cumbre. Muchos se dan la vuelta antes de llegar para iniciar el camino de regreso, y detrás del pequeño aeródromo desde el que se inicia la subida al Denali hay también un cementerio. Pues más de un centenar de personas pagaron con sus vidas la aventura del McKinley.