La ciencia evitó la última crisis alimentaria. ¿Puede volver a salvarnos?
Extracto de la edición de octubre de la revista National Geographic en español.
Fotografías de Craig Cutler
La Organización de las Naciones Unidas predice que, para 2050, la población mundial crecerá en más de 2,000 millones de personas, la mitad de las cuales nacerán en el África subsahariana y otro 30% en el sur y sureste de Asia. En esas regiones también se espera que los efectos del cambio climático -sequía, olas de calor, condiciones meteorológicas extremas en general- sean más fuertes.
En marzo pasado, el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC), advirtió que el abastecimiento mundial ya está en riesgo. «En los últimos 20 años, en particular para el arroz, el trigo y el maíz, ha habido una disminución en el ritmo de crecimiento de la producción de los cultivos- dice Michael Oppenheimer, un científico del clima de Princenton y uno de los autores del informe del IPCC-. En algunas zonas, las producciones han detenido su crecimiento por completo. Mi punto de vista es que el colapso de los sistemas alimentarios es la mayor amenaza del cambio climático».
El desastre de hace medio siglo se cernía tan amenazadoramente como hoy. Cuando hablaba sobre el hambre mundial en una reunión de la Fundación Ford en 1959, un economista dijo: «En el mejor de los casos, las perspectivas mundiales para las décadas que vienen son graves; en el peor, aterradoras».
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Antes de que se cumplieran esas visiones desalentadoras, la revolución verde transformó la agricultura global. Mediante reproducción selectiva, Norman Bourlaug, biólogo estadounidense, creó una variedad enana de trigo que invierte la mayor parte de su energía en los granos comestibles en vez de desarrollar los tallos largos no comestibles. El resultado: más granos por hectárea. Un trabajo similar en el Instituto Internacional de Investigación del Arroz (IRRI), en Filipinas, mejoró radicalmente la productividad del grano que alimenta a casi la mitad del mundo. De los sesenta a los noventa, los campos de arroz y trigo de Asia se duplicaron.
Semilleros genéticamente alterados para elaborar antibióticos defensivos que podrían ayudar a proteger una industria de 9,000 millones de dólares. (Craig Cutler)
Para seguir haciendo algo así de aquí a 2050 necesitaremos otra revolución verde. Hay dos visiones opuestas de cómo ocurrirá esto. Una es muy técnica, con un fuerte énfasis en continuar con el trabajo de Bourlaug sobre la reproducción de mejores cosechas, pero con técnicas genéticas modernas.
La tecnología emblemática de este enfoque es la de los cultivos genéticamente modificados, o GM. Desde que se dieron a conocer por primera vez en los noventa, han sido adoptados por 28 países y plantados en 11% de la tierra cultivable mundial, que incluye la mitad de la tierra de cultivo de Estados Unidos. Aproximadamente 90% del maíz, del algodón y el frijol de soya que se cultivan en Estados Unidos está genéticamente modificado. Los estadounidenses han estado comiendo productos GM durante casi dos décadas. Pero en Europa y gran parte de África, los debates sobre la seguridad y los efectos ambientales han bloqueado su uso durante mucho tiempo.
En la imagen principal de este artículo: Para automatizar la búsqueda de genes valiosos, la trituradora de semillas de Monsanto corta muestras minúsculas de miles de granos de maíz a diario, sin dañar la planta en estado embrionario de su interior. Otras máquinas extraen y analizan el ADN de cada muestra. Los criadores plantan entonces solo los pocos granos que presentan el rasgo deseado, como la resistencia a las plagas o a la sequía.