Puntos que muestran seis caminos, y bancos de arena, los desafíos que afrontamos.
Después de dejar atrás el salar, pasamos la noche en un albergue de un pueblo llamado San Juan, a unos 140 kilómetros al suroeste de Uyuni.
A la primera hora del día siguiente negociamos con una de las camionetas de los tours para que nos vendiera suficiente gasolina para poder llegar a nuestro siguiente destino. También preguntamos al guía del tour sobre la ruta, y nos recomendó una «sencilla» e igualmente nos comentó de una mucho más escénica aunque más difícil y desierta, la cual «no era para miedosos»… obviamente optamos por la opción escénica.
La navegación en el salar fue relativamente fácil; para el camino que seguiríamos contábamos con brújula y un mapa sencillo. Por fin probaríamos qué tan comprometidos estábamos con nuestra política de NO usar GPS en lo absoluto.
Finalmente salimos rumbo a la Reserva Nacional de Fauna Andina, el nombre del parque donde se encuentra la Laguna Colorada y otros de los highlights del sur de Bolivia. Estábamos por lo menos a 600 kilómetros de la frontera y no sabíamos qué nos esperaba en el camino.
No más de 500 metros después de salir del pueblo, Jonás cayó en un banco de arena, primera señal que el trayecto no sería tan sencillo como creíamos.
Seis horas después y tan sólo 150 kilómetros adelante, estábamos a dos tercios del camino de la ruta planeada para el día.
El camino dejó de ser de tierra, empezó a ser de arena, y así continuó hasta una vía «troncal» que utilizaba una compañía minera.
Hasta ese momento, por lo menos había dejado caer la moto tres veces, y en una ocasión más se cayó y terminó atascada.
Jonas por su cuenta había tirado la moto un par de veces también.
Además, parecía normal que cualquier camino tuviera bifurcaciones en direcciones totalmente opuestas.
Había veces que un camino se convertía en cinco o seis, el mapa con el que contábamos no era nada preciso y sólo nos quedaba seguir conforme a la brújula.
En 150 kilómetros de camino cruzamos un pueblo de no más de 50 personas y en el trayecto tan solo vimos un vehículo hasta la vía troncal, cuyo conductor nos señaló la dirección del camino que debíamos seguir.
Descansamos unos minutos en un pueblo contínuo a la compañia minera, cargamos energía a lo mexicano: una coca, unas papas, y continuamos.
Nos faltaban alrededor de 100 kilómetros para recorrer el trayecto del día y eran las 4:00 de la tarde.
Parecía sencillo llegar a nuestro destino antes de que anocheciera, pero de nuevo no podíamos estar más equivocados.
La ruta a seguir se volvió mucho menos sencilla y clara, ríos seguidos por caminos de arena cada vez más profunda.
En los tramos más nobles, 30 kilómetros por hora era una hazaña, y en los no tan nobles avanzar era suficiente.
Después de algunas horas llegamos acabados pero completos a descansar a una casa que nos recibió en un pequeño pueblo en las afueras de la Reserva. Sabiendo que el día siguiente iba a ser igual o peor tomamos algo de pan y vino y nos fuimos a dormir.