Vinos y gastronomía, entre los pretextos para explorar Sudáfrica.
Detrás de las autopistas perfectas, de las parcelas de tierra geométricamente labradas, de la modernísima cocina y los shopping de lujo, uno intuye, o tal vez desea que en Sudáfrica palpite un corazón salvaje. Un lugar donde reine la ley del más fuerte, bestia contra bestia, hombre contra bestia, luchando por la supervivencia, sin que exista el bien ni el mal, sino la vida que busca perpetuarse.
Uno viaja con sus fantasmas, con esas imágenes construidas con relatos, películas, fotos, documentales. Enormes soles rojos al final del día, el cauce de un río seco esperando las lluvias, la tierra que emana un calor ondulante y una manada de leones sedientos. Pero hay algo en la imaginería que siempre faltará: el aire tibio, real, concreto, impregnado de una mezcla de aromas indecifrables que nos invade, que llena pulmones y poros. Ahora sí, estamos en África.
La ventaja de Sudáfrica por sobre otros países vecinos es que, además del encuentro con la vida salvaje, hay autopistas y parcelas de tierra perfectas, una cocina experimental y objetos de diseñador fuera de serie.
También hay ballenas y delfines, montañas llenas de flores de todos los colores, rutas de vinos premiados, deslumbrantes galerías de arte contemporáneo y una historia reciente que sacudió al país y al mundo entero.
Una manera de experimentar algo de esto es combinar una visita a una reserva de animales con un recorrido por la Ruta Jardín -que bordea el océano Indico- y visitas a Ciudad del Cabo y Johanesburgo. Existen muchas reservas privadas en diversas regiones. Para ir a algunas es necesario tomar pastillas preventivas contra la malaria, pero no para las que están en provincia del Cabo Oriental, no muy lejos de la costa, declarada zona libre de malaria.
Fotogalería: Sudáfrica, un lugar que se reinventa
Encuentra el resto de la historia en la edición de octubre de National Geographic Traveler.