Construido para satisfacer el glamour de una capital empeñada en ser la mejor de Canadá, el hotel Chateau Lauirer, desde su apertura en 1912, es la síntesis de la sofisticación urbana.
A principios del siglo XX, Ottawa deseaba convertirse en una capital elegante y sofisticada. La majestuosidad de su parlamento, la vista hacia el río y, sobre todo, del canal Rideu (hoy Patrimonio de la Humanidad), exigía un hotel que correspondiera a esa sofisticación. Así que en 1907, Charles Melville Hays, director general de la compañía de trenes canadiense Grand Trunk Pacific Railway, tuvo la idea de edificar un gran hotel que conectara con la estación de trenes; pero no era cualquier hotel y así se lo hizo saber al primer ministro canadiense: se trataba de un recinto de lujo propio de una gran capital: el Chateau Laurier. Su diseño combinaba los estilos renacentista francés y el neogótico (para armonizar con los edificios del parlamento del otro lado del canal). Lujo y grandeza eran las expectativas de Hays, por ello se utilizaron los mejores materiales: granito, mármol italiano, maderas finísimas. La decoración se apegó a los lineamientos del art decó (basta contemplar la hermosa alberca en el sótano, que aún conserva los camastros y lámparas de la época), combinados con antigüedades y muebles de confección extraordinaria. Cada detalle se cuidó por deseo de su dueño (la cristalería, por ejemplo, provenía de Checoslovaquia); sin embargo, nunca logró disfrutar ni ver completado el sueño de un hotel digno de la capital canadiense, de 306 habitaciones y cuya construcción duró cinco años y costó dos millones de dólares (de aquella época), debido a que el señor Hays murió en el Titanic, unos cuantos días antes de la programada inauguración del esperado Chateau Laurier, la cual se retrasó unos meses. El 1 de junio de 1912 fue inaugurado por el entonces primer ministro de Canadá. El hotel era y es, en sí, historia.
Desde su apertura, el hoy Fairmont Chateau Laurier ha hospedado a prestigiosos políticos (Winston Churchill, Charles de Gaulle?), reyes (la reina Isabel de Inglaterra y su esposo Felipe), artistas (Marlene Deitrich, Bryan Adams) y figuras públicas (Nelson Mandela y el Dalai Lama); entre los locales lo conocen también como la «tercera cámara del Parlamento», por las figuras que se ven deambulando por ahí. Hoy no sólo es una referencia en el centro de Ottawa, sino clave para entender la historia de esta ciudad. Casi un museo para los turistas, referencia para los locales, es perfecto por su ubicación: a unos pasos de la colina del Parlamento, del Congreso y del barrio de moda ByWard Market.
Actualmente tiene 429 habitaciones (hubo una ampliación en 1929) con vistas maravillosas de la ciudad y acondicionadas para que el huésped reviva la elegancia de aquellos tiempos con la tecnología del presente. Sus tres restaurantes son famosos: el Wilfrid?s es el principal y los domingos es una tradición hacer el brunch aquí (el buffet es delicioso, sobre todo las mermeladas y la variedad de panes); el Zoe?s es más casual y muy exitoso a la hora del té y La Terrase sólo se abre en verano.
Además, su club deportivo incluye gimnasio amplio acondicionado con la mejor tecnología del deporte: masajes, sauna, vapor y una maravillosa piscina (es quizá de los rincones más espectaculares del hotel que nos hacen revivir la elegancia de principios del siglo XX).
Si el huésped es deportista sólo acude en la recepción y pregunta por actividades tales como remar por el canal en verano, andar en bici o, en invierno, patinar en el canal que en temporada se convierte en la pista de hielo natural más grande del mundo. Para los más intelectuales, pueden ir caminando a la Galería Nacional de Arte, al Museo de la Civilización o al Museo de la Guerra. Los reventados están a unos cuantos pasos de la zona de bares y los románticos pueden caminar por los jardines del Parlamento o simplemente disfrutar las instalaciones de este hotel que parece estar detenido en el tiempo.