Hay un escritor a quien le gustan los viajes especialmente en ferrocarril.
Un día Paul Theroux salió de su casa en Boston con una mochila para tomar un ferrari rumbo al sur. Cuando llegó a la frontera con México cogió otro tren y continuó su camino rumbo al sur , siempre al sur.
Después de pasar por Guatemala, Colombia, Ecuador, Perú y la Pampa argentina, descendió de las escalerillas de un vagón maltrecho en Tierra de Fuego; nos cuenta esta aventura fascinante en el libro El viejo expreso de la Patagonia.
A este escritor, no hay duda, le gustan los trenes, porque también viajó en ese vehículo en El gran bazar del ferrocarril (de Inglaterra a Japón) y El Gallo de Hierro (por China). Hoy no es el único medio de transporte, pero hubo un tiempo en que la literatura sucedía, básicamente, en una conversaión del carro-comedor de un tren. Ahí se fraguaba el asesinato, o James Bond perseguía a los conspiradores internacionales. Nuestra época ya no está para ese lujo y confort que derrocha tiempo, pero siempre podremos recurrir a la literatura del pasado para viajar a nuestras anchas.
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