En muchas partes de Marruecos puede sentirse el pasado en el que el imperio unía a la península ibérica con África
En los callejones hay que buscar la sombra: aunque la brisa marina consigue, de alguna manera, introducirse en ellos y alcanzar nuestra piel, no es suficiente para aliviarnos del peso del sol.
Nos pegamos a los muros y buscamos las puertas, que en las noches se iluminan con el aceite encendido de bellas farolas y que, si tenemos suerte, estarán abiertas para darnos refugio.
No es así. Un vistazo a las ventanas, protegidas por elaborados rizos de hierro forjado, nos permite adivinar que no hay nadie que se mueva dentro de las casas, ni el aire, pues es la hora en que lo mejor que se puede hacer es la siesta. Seguimos la ruta empedrada, hasta que bordeando la antigua muralla, llegamos a un café donde por fin nos refresca el aliento suave del océano.
En 1492, Castilla y Aragón conquistan Granada y financian la expedición colombina que tropezará con América. Entre uno y otros actos, ordenan la expulsión de árabes y judíos, cientos de mies de almas que de un momento a otro se quedaron sin hogar. ¿Qué fue de ellos? Es un tema del que los textos escolares se despreocupan.
Llegamos a Rabat, la capital del reino de Marruecos y en donde cinco siglos después, se encuentran sus descendientes. En la Medina, origen de Rabat; en Fes, en el llamado barrio Andalusí; y en el puerto de Tetuán.
Algunos querrán ver aquí la influencia «española» como otros, en España, observan la «mora». En la época de oro de la dominación árabe de la península ibérica, sin embargo, Marruecos y España eran un mismo reino en el que se desarrollaron los rasgos culturales que hoy encontramos en Córdoba y Granada, en Rabat y en Fes y? en pueblos y ciudades coloniales de América Latina.
Raíces que nos llegan del Sahara.