Sentirse en otro tiempo
Miro por la ventana del auto, el paisaje es seco, llano, vacío. Sólo de pronto aparece una que otra carpa blanca tradicional (gers). Estoy en Mongolia, recorriendo los mismos caminos que alguna vez transitaron Gengis Kan y su ejército. En ese entonces, el imperio mongol llegaba hasta lo que hoy es Rusia e India. Ahora, el país sólo ocupa una porción entre Rusia y China, como si estas no lo dejaran crecer.
Nos adentramos en la estepa mongola junto con Bathuyga y Chulum Batar, dos mongoles de unos 40 años, de piel oscura y rostro curtido por la vida a la intemperie. Bathuyga, con su vestimenta tradicional, abrigado y de vivos colores, pasa horas sentado en el patio del monasterio de Gandantegchenling, uno de los más visitados de Ulán Bator, la capital. Su objetivo es tratar de convencer a los viajeros de que contraten sus servicios para conocer el interior del país en vez de hacerlo a través de una agencia. Como casi no habla inglés, usa su celular para que los extranjeros hablen con su hermana que sí maneja algo de ese idioma. En nuestro segundo día en esta ciudad decidimos visitar dicho monasterio. La mayoría de los viajeros viene a esta urbe únicamente para organizar sus excursiones hacia los parques nacionales, el desierto de Gobbi o la extensa estepa. Mientras contemplábamos los edificios que formaban parte del monasterio nos pusimos a conversar con Bathuyga. Sin saberlo en un principio, nos estaba vendiendo sus servicios.
Además de que el precio que nos ofrecía era mucho más económico de lo que nos proponían las agencias, él nos prometía dormir en auténticos gers de su familia y amigos y degustar los sabores tradicionales mongoles elaborados por ellos mismos. Con estas últimas propuestas nos convenció y aceptamos su oferta. Al otro día estábamos en un auto viejo recorriendo la llana y seca estepa mongola.
Nuestra primera parada fue Omnodelger, un pueblo sobre tierras llanas rodeado por algunas lomadas bajas, que en verano se tiñen de verde y en invierno, de blanco. Las personas viven en casas bajas de madera con techos de chapas o en los tradicionales gers blancos. Allí, en ese pueblo perdido de Mongolia nos esperaba una sorpresa. En los viajes, las cosas que no se planifican suelen ser las que mejor salen o, por lo menos, las que más nos sorprenden. Eso fue lo que pasó en Omnodelger. Nunca olvidaré ese nombre, ni el de Chulum Batar, nuestro guía improvisado y conductor, quien estacionó el auto viejo frente al ger de una familia amiga.
La estructura de los gers es de madera, cubierta por pieles de animales y envueltos por una lona gruesa y blanca, que hacen las veces de paredes y techo. Todos los muebles se colocan sobre las paredes y en el centro suele haber un horno de hierro, estilo salamandra, con una chimenea, que se prolonga hacia el exterior, y que utilizan tanto para calentar el lugar como para cocinar. Los gers son fáciles de armar y desarmar para que resulte rápido y sencillo transportarlos cuando las familias nómadas se desplazan siguiendo las pasturas más tiernas para su ganado. Y es que a mayoría de la población en este país todavía es nómada.
Encontramos al ger y nos recibieron con la bebida tradicional con la que reciben a todas las visitas: té con leche y sal. Sabía que no me gustaría esa bebida y sabía también que no podía rechazar la oferta . Con una sonrisa estiré mis dos manos al mismo tiempo (como me habían dicho que debía hacer) y acepté la invitación. Apenas mojé mis labios sentí la sal. No es tan grave, me dije, y tomé unos tragos. La familia preparó el almuerzo mientras Chulum Batar me llevó a recorrer los alrededores del ger. Al lado de ese había otros dos. También eran blancos, pero con su lona un poco más desgastada. Tenían la parte inferior levantada para que pudiera entrar el viento y, así, ventilar el ambiente. Sin embargo, no me detuve en su lona, sino en las puertas. Ambos gers tenían puertas de madera pintadas a mano, con trazos finos y gruesos que formaban figuras simétricas en colores verde, azul, blanco, amarillo y anaranjado.
Había mucho movimiento alrededor. Mucho más del que se suponía debía haber en u lugar así. El día estaba soleado y los colores de la vestimenta tradicional de las personas resaltaban en la monotonía del paisaje estepario. Si bien algunos estaban vestidos con pantalones y suéteres como estábamos acostumbrados a vestirnos nosotros, otros, en cambio, habían decidido lucir la ropa tradicional mongola llamada deel: tapados largos hasta casi los tobillos, de gruesas telas brillosas y colores vivos, que se abrochan de costado y lucen abrigadores.
En el pueblo se celebraba un Naadam, la máxima fiesta que se desarrolla en la capital con la presencia de las autoridades nacionales e importantes desfiles militares, músicos y bailarines. El festival consiste en una muestra de destreza deportiva cuyos orígenes se remontan a la época del imperio mongol.
Encuentra la historia completa en la edición de septiembre de la revista National Geographic Traveler