Llegas a tu destino y no tienes para el hospedaje. Couch Surfing te da la respuesta… o un anfitrión.
No sólo se habla con extraños, se entra en sus casas y se duerme en sus sofás. Si no estás preparado para eso, no te ocupes de ingresar a la comunidad de internet para viajeros: CouchSurfing (www.couchsurfing.org). Para mí, en cambio, que he gastado un montón de dinero en cuartos de hotel al lado de la estación, tan sólo para intentar dormir un par de horas, en lo que parte mi próximo tren, esta fraternidad de gente dispuesta a compartir su casa con los extranjeros se me presentó como un regalo del cielo. Y no sólo es cuestión de dinero; una vez, en Venecia, me confundí de horario y tuve que pasar la noche en las escaleras de la estación Santa Lucía, porque no hubo manera de conseguir un cuarto, aunque estaba dispuesto a pagar los 70 euros que suelen costar en los alrededores.
Con casi cuatro millones de miembros, la comunidad de CouchSurfing está esparcida por prácticamente todo el planeta. Lo cual garantiza que hay esperanza de alojamiento en cualquier parte. Ante las preguntas que se le plantean Patricia Marx en su artículo del New Yorker (http://www.newyorker.com/reporting/2012/04/16/120416fa_fact_marx) acerca de CouchSurfing son las siguientes: ¿Y qué tal si en ese lugar hay pulgas, o chinches, o las sábanas están sucias? ¿Y si ya que estás acostado y en pijama te das cuenta de que ahí vive Jack el Destripador? Basta decir que cada miembro tiene un historial donde quienes se han quedado ahí cuentan su experiencia. Aunque el portal tiene otros candados, ese es sin duda el mejor termómetro: cómo le ha ido a otros.
En CouchSurfing no sólo hay viajeros (como yo) en busca de una cama de emergencia, sino personas que disfrutan de la compañía de otras personas afines. Así que vale la pena hacer un buen análisis de los prospectos antes de solicitar (o ofrecer) un lugar donde pasar la noche.