Se derrumban las fronteras y se agilizan los estereotipos.
«¡Banderas, ven acá!», me grita la gente en algunos lugares de África cuando no conoce mi nombre. En Yangshuo, China, un joven lugareño se me acercó en un bar a pedirme que me tomara una foto con él porque creía que yo era el futbolista italiano Roberto Baggio o algún cercanísimo pariente suyo.
En el extranjero o, digamos, en el mundo exterior a nuestras comarcas, la gente no distingue entre chilenos y tamaulipecos, paraguayos o venezolanos. Incluso, aunque no haya nada más latino que alguien de Roma, los italianos tienen que resignarse a que una cierta idea del «latino» (de la que ellos y los españoles van sólo marginalmente colgados, como quien se sube sin pagar al tranvía), se esté imponiendo culturalmente en el planeta.
Este fenómeno es uno de los mejores aliados al viajar. A pesar de la mala imagen que nos da la criminalidad en la región, nuestro mensaje llega con más fuerza por canales muchísimo más amables: literatura, cocina, música, cine y telenovelas (en Uganda, las camareras del bar de mi campamento me preguntaban que si en las calles de mi país todos los hombres y las mujeres eran como los actores que veían en la tele).
Hace dos años, en un festival en Tombuctú, vi cómo Francisco Gouygou, «El Charro Francés», ponía a cantar y bailar Guantanamera a miles de nómadas tuaregs, incluidas varias chicas que quisieron subir al escenario a acompañarlo. Gracias a esto, en muchos lugares nos reciben con simpatía. Y se llega a dar que confunden a las latinas con Shakira y a mí, bueno, pues, con Banderas.
Como ocurrió con varios kenianos a los que les quise explicar que no, no me parecía en nada al actor. «Lo que ocurre es que, para ustedes, la referencia de latino es Banderas y al que se encuentren, le verán cara de Banderas», les dije, «es como si este amigo», y puse la mano en el hombro del que estaba más cerca de mí, que por coincidencia era el único bajito, gordito y poco agraciado de ese grupo de tipos guapos y atléticos, «va a México y como la gente a quien conoce es a Denzel Washington, le va a decir «Denzel, Denzel»
Las risotadas de todos -menos del avergonzado Denzel- me hicieron notar que mi argumento resultaba, digamos, poco pulido. Tendré que trabajarlo más. Pero nos viene bien.