Perú alberga un paraíso para los montañistas: el gigante Huascarán y otros 50 picos que integran la legendaria Cordillera Blanca de Los Andes.
Desde la infancia sentí gran atracción por las montañas, y en particular una extraña fascinación por la Cordillera Blanca. Tuve que esperar más de 20 años para hacer ?en compañía de otros amigos amantes de la montaña? el viaje al Parque Nacional Huascarán, que abarca gran parte de la Cordillera Blanca.
La puerta de entrada es Huaraz, una ciudad que funciona como capital del Departamento de Ancash y está localizada a más de 3000 metros sobre el nivel del mar. La separan de Lima sólo 408 kilómetros; este viaje se puede hacer en un abrir y cerrar de ojos en avión. Pero si lo que quieres es realmente una aventura de principio a fin, puedes tomar un autobús; las panorámicas son alucinantes. No se puede decir que Huaraz sea pintoresca, más bien todo lo contrario. El terremoto que la azotó en mayo de 1971 acabó con su encanto arquitectónico: 90 por ciento de sus pequeñas calles bordeadas por muros de adobe y sus techos de teja desaparecieron, de modo que toda la ciudad tuvo que ser reconstruida. No obstante, la vista espectacular de las montañas compensa el aspecto desaliñado de Huaraz y los esfuerzos que implica llegar hasta allí: de un lado se aprecia la Cordillera Blanca, con sus picos nevados que parecen jugar con el cielo azul; y, del otro, un poco más lejana, la Cordillera Negra, una serie de montañas rocosas separada de la primera por el Callejón de Huaylas. Además, desde muchos puntos se aprecia el elegante Huascarán, con su altura de 6768 metros.
Otra sorpresa en Huaraz es su ambiente; aquí y allá se escucha por instantes el chasquido melodioso del quechua, la lengua milenaria que adoptaron los incas al asentarse en estas montañas. Los pobladores de la región son amables y transmiten a los visitantes una alegría pausada, una especie de sosiego difícil de describir. También abundan los exploradores cargados de historias asombrosas y los grupos de montañistas que han aprendido a ver la vida con ojos nuevos. Viajeros curiosos provenientes de todo el mundo llenan el colorido mercado central, los animados cafés y bares donde se sirve licor de coca, las posadas y los restaurantes de todo tipo, cuya oferta va desde excelente comida tailandesa hasta ricas pizzas al horno. Por si fuera poco, no faltan buenos hospedajes.
Una vez instalados en una acogedora posada, rodeados de arneses, cuerdas, crampones, bastones, mochilas, tiendas de campaña y todo el equipo imaginable de montaña, planeamos nuestra primera cumbre: el nevado Pisco, uno de los picos medios de la cordillera. Este nos permitiría adaptarnos a la altura, el clima y el trabajo en equipo, antes de intentar retos mayores.
Para tener acceso a las montañas de la Cordillera Blanca hay que adentrarse en sus quebradas, largos valles que serpentean entre moles de roca. Estas caminatas pueden durar desde un par de horas hasta días de caminata, incluso las más largas se hacen con ayuda de porteadores, mulas y todo un ejército de aventureros. Las quebradas también son la entrada al Parque Nacional Huascarán y se puede llegar en taxi, transporte privado o, en algunos casos, en una «combi» colectiva.
@@x@@
Con la mirada aún puesta en el Pisco, rentamos entre varios una camioneta y salimos rumbo a la Quebrada Llanganuco, primero pasando junto a su colorida laguna donde varios windsurfistas interrumpían el monótono verde esmeralda de sus aguas, para finalmente llegar al paraje conocido como Cebollapampa, justo a un lado del majestuoso Chopicalqui, un imponente nevado de 6307 metros de altura. Esa misma tarde llegamos al campamento base del Pisco, ya resintiendo en nuestros cuerpos el choque con el aire enrarecido de la altura pero fascinados por estar en aquel lugar donde ya éramos protagonistas de aquellas fotos que sólo había visto en revistas. Desde el instante en que pisé el nevado Pisco, la Cordillera Blanca me impresionó por sus nieves perfectas, la liviandad del aire y su manera incisiva de penetrar las nubes ascendiendo a un mundo aparte. El camino a la cumbre no fue fácil: siguieron pasos lentos y agotadores ?porque la altura no perdona? pero todo el tiempo nos cruzábamos con montañistas que regresaban sonrientes y satisfechos, y que al ver nuestras caras de agotamiento nos regalaban palabras de ánimo. Después de seis horas de caminata, pisamos la primera cumbre de la Cordillera Blanca. Entonces recordé una frase de Rudyard Kipling: «No traemos cargamento de lingotes, ni de oro, ni de piedras preciosas, sino lo que hemos conseguido con sudor y el dolor de nuestros huesos». Y aunque luego vinieron otras cimas, igual de espectaculares o incluso mejores, esta se quedó grabada en mi memoria como emblema de un antiguo sueño: la conquista de la Cordillera Blanca.
Las semanas siguientes las dedicamos a explorar otros picos de dificultad media, como Vallunaraju, Ishinca y Urus, y más tarde emprendimos la aventura del Tocllaraju, uno de los «seis miles» más codiciados de la Cordillera y que, si bien no requiere escalar grandes paredes verticales, sí constituye un reto para los montañistas experimentados, pues exige sortear zonas de hielo, grietas y el peligro constante de avalanchas.
Sin embargo, no se necesita ser alpinista profesional para disfrutar la Cordillera Blanca. Lo fascinante es que ofrece opciones para viajeros de todas las edades e intereses. Cerca de Huaraz hay innumerables caminatas sencillas, travesías que conducen a lagunas sorprendentes y sitios arqueológicos de las culturas preincas que poblaron la sierra. Chavín de Huantar, por ejemplo, es una ciudad antigua construida por los chavín, una de las primeras civilizaciones de Perú, la cual sorprende por sus construcciones subterráneas: una multitud de cuartos y pasillos que llevan al Lanzón de Chavín: enorme roca afilada y labrada con motivos religiosos.
Otros paseos populares cerca de Huaraz son el Glaciar Pastoruri, con su cueva aledaña; el mirador de Retaquenua, desde donde se ven Huaraz, el río Santa y las montañas circundantes. En Retaquenua descubrimos, durante nuestros días de descanso, caminos divertidos para hacer bici de montaña o simplemente para salir a disfrutar de la luz de la tarde. También son muy visitadas las Lagunas de Llanganuco y la Laguna Churup, a sólo un par de horas de Huaraz y donde muchos montañistas aprovechan para hacer su primera caminata de aclimatación antes de subir a la montaña. Al igual que Chavín de Huantar, estos sitios pueden explorarse desde Huaraz en tours de un día, así como otros destinos que incluyen cascadas, cañones y hasta aguas termales. Para realizar estos recorridos cortos, pueden seguirse las indicaciones de libros especializados y mapas, aunque una alternativa más cómoda y segura es contratar una de las muchas asociaciones de guías locales, que con gran dedicación organizan recorridos a la medida. Es más, algunos de los paseos anteriores se pueden hacer por carretera, para quienes no pueden realizar caminatas prolongadas.
Después de algunas semanas, nuestra aventura en la Cordillera Blanca llegó a su fin; entristecidos emprendimos el regreso a Lima, con los bolsillos llenos de recuerdos, la vista cargada de nubes, y con alegres melodías quechuas resonando en los oídos y en el corazón.
TIPS DE VIAJE
El proceso de aclimatación es vital antes de iniciar
cualquier recorrido en la Cordillera Blanca, por lo
que requerirás estar al menos dos días en Huaraz.
Los grupos de guías organizan viajes cortos de un
día que simplifican este proceso.
Durante las caminatas y los treks utiliza ropa cálida,
lentes de sol y bloqueador, porque los rayos del sol
son muy intensos. También se recomienda tomar
mucha agua para evitar el mal de altura.
A fin de llegar a cualquiera de las cumbres y a
otros atractivos que se encuentran dentro de la
zona del Parque Nacional Huascarán, es necesario
adquirir un permiso de entrada, que puede
comprarse en la ciudad de Huaraz.
La época de lluvias, de diciembre a marzo, hace
casi imposible visitar la zona, pues además de las
condiciones climáticas difíciles, la gran mayoría de
los comercios cierra. La temporada alta es de
mediados de mayo a septiembre, cuando la
temperatura sube y los cielos despejados permiten
practicar actividades de aventura en las montañas.