Una de las ciudades más fascinantes del mundo, y su encantador Carnaval; Ahí donde una estrella del cine mudo cobra vida.
Estoy de vuelta. O más bien, Chaplin ha regresado. Esta es la octava ocasión que visito Venecia, haciéndome pasar por el «Pequeño Vagabundo» durante el carnaval, la fiesta de diez días que se realiza en esta ciudad a finales del invierno.
¿POR QUÉ HE visitado tantas veces Venecia durante el carnaval? ¿Por qué el disfraz de Chaplin?
Todo se reduce al amor por Venecia, por los bailes de máscaras y, por supuesto, amor por el eterno «Pequeño Vagabundo», uno de los personajes más grandes de todos los tiempos. Chaplin y yo cumplimos años el mismo día; Es un vínculo casual que ayuda a justificar mi elección de álter ego.
El origen del carnaval se remonta a la Edad Media. En el siglo XVI, los mascherari de la ciudad (fabricantes de máscaras) constituían un grupo que gozaba de reputación. Sus creaciones permitían que la nobleza y los plebeyos interactuaran, que los amantes ilícitos se unieran de manera anónima; y que los jugadores perdieran y ganaran dinero en forma invisible.
Una misteriosa figura en la plaza de Campo Santo Stefano me indica que me detenga.
¿Quién era esa persona? Y más que eso, ¿Cuál era su historia?
Este es el tipo de relación que habitualmente ofrece el carnaval, escenificado en la ciudad más enigmática del mundo. Es por eso que regreso. En Venecia, disfrazada, camino y camino. Mirar los escaparates y la gente es como una droga para mí: hombres con tricornios y zapatos de tacón con hebilla, mujeres vistiendo lujosos vestidos elaborados de suntuosas telas.
A la mañana siguiente, al despuntar el día, bastón en mano y el disfraz empacado en mi bolsa de lona, hago la pequeña caminata al vaporetto para ir al aeropuerto.
Y aunque ya tengo libertad para hablar, lo único que hago es sonreír.