Conocimos el lago más extenso de América Latina.
Regresamos a Cusco para dirigirnos al sur rumbo a la frontera con Bolivia. El paisaje se volvió más y más dramático conforme subíamos de altitud, pampa e infinidad de cerros nevados, y después de unos cientos de kilómetros por fin divisamos el lago más «alto del mundo» y el más extenso de latinoamérica: el Titicaca.
Seguimos manejando por la orilla oeste del lago (Perú) y por la península que separa el cuerpo de agua en dos partes. Aunque caía la noche, decidimos cruzar hacia Bolivia, ya que a tan solo 10 kilómetros del cruce se encuentra la ciudad de Copacabana, un destino renombrado a las orillas del lago.
Las recomendaciones fueron acertadas, Copacabana resultó ser muy agradable y aunque es pequeño, ofrece varias actividades para entretenerse. En el centro está la Plaza de Armas muy al estilo mexicano, con un pequeño parque justo enfrente de la Catedral.
Y si de paisajes se trata, uno puede subir al Cerro del Calvario para obtener una vista inmejorable del lago y las islas cercanas.
El único problema fue que la altitud que empezó a afectarnos en los primeros 20 escalones, pues cuando llegas al mirador te tomará unos cuantos minutos recuperar el aliento. Honestamente nosotros llegamos hechos pedazos a diferencia de las habitantes del lugar que subían a orar cargando una bolsa de veladoras.
Finalmente tomamos un bote que visita las islas del Sol y de la Luna, donde se pueden observar ruinas y restos de las civilizaciones que habitaban en el lago.
Después de un par de días nos dirigimos hacia el estrecho para cruzar el Titicaca en barcaza y continuar nuestro camino hacia el sur rumbo a La Paz.