El tuátara, ha recibido un poco de ayuda de lo más avanzado en la ciencia del siglo XXI.
El reptil robot contribuirá a la investigación sobre la reproducción
El tuátara, una de las especies de reptiles más antiguas del planeta, y habitante de la Isla de Stephens en el tormentoso Estrecho de Cook, Nueva Zelanda, ha recibido un poco de ayuda de lo más avanzado en la ciencia del siglo XXI. Los investigadores han puesto en el hábitat a un macho muy especial que, al igual que sus primos salvajes, puede realizar demostraciones físicas para establecer su dominio.
Sin embargo, la piel del reptil no es de escamas, sino de caucho, y su «corazón» es una batería de níquel-cadmio. El macho alfa en cuestión es «Robo-Ollie», tuátara robot creado para que los investigadores puedan esclarecer la conducta de estos raros reptiles, la última especie de una familia que data de hace 200 millones de años.
De manera específica, Jennifer Moore, estudiante de posdoctorado, desea saber cómo establece su dominio el macho tuátara y cómo atrae y conserva a las hembras. Si desentrañan esas conductas cruciales, sería factible colocar a la especie en programas de reproducción en cautiverio y, así, dirigir a los administradores en conservación para identificar a los machos más productivos y genéticamente superiores.
«Necesitábamos un modelo que pudiéramos manipular en el campo para observar la agresión entre los machos, que a la larga es lo que conduce al éxito reproductivo -explicó Moore-. De esta forma nos podemos dar una idea de quién gana las peleas, quién consigue a las hembras, quién procrea a los hijos, quién es más exitoso, en términos generales.»
Menear la cabeza o no menearla
Para crear un tuátara controlable, Moore recurrió a Weta Workshop, una compañía de animatrónica ubicada en Wellington, responsable de crear monstruos para películas, tal como la trilogía El señor de los anillos, de Peter Jackson. El principal supervisor prostético de Weta, Gino Acevedo, elaboró un molde a partir del venerable cadáver de Oliver, un tuátara cautivo que hace poco murió en la Universidad Victoria de Wellington.
«Luego de descongelarlo, rellené el cuerpo con algodón y le coloqué esferas en los ojos y agujas para sostener las crestas», explicó Acevedo. Con la dirección de Moore, dispuso el cuerpo de Oliver en una pose realista antes de cubrirlo con silicona para crear un molde negativo perfecto.
A partir de ese molde, Acevedo produjo un vaciado de poliuretano. A continuación, Weta instaló servomecanismos eléctricos, minúsculos dispositivos que controlan el movimiento y permiten que Moore coordine las posturas territoriales de Robo-Ollie. La investigadora señala que el robot no puede caminar; el movimiento está limitado a la cabeza.
Además, su programación todavía requiere de algunos ajustes: en estos momentos, Robo-Ollie manifiesta involuntariamente por lo menos un rasgo de «transgresión genérica». «Mueve la cabeza arriba y abajo -dijo Moore-, conducta que hemos reconocido como una señal femenina, por lo que envía mensajes confusos. Tendremos que efectuar algunas adaptaciones más».
Moore opina que ese movimiento de cabeza en las hembras es un gesto de apaciguamiento, una forma de tranquilizar a los machos agresivos. En vez de ello, «Ollie debería abrir la boca, señal de poder entre un macho y otro».
Ritual de agresión
En marzo, Moore y su equipo pasaron cinco semanas con Robo-Ollie en la Isla de Stephen, donde obtuvieron valiosa información sobre la jerarquía reproductiva del tuátara. Luego de colocar al robot en la espesura, los investigadores lo dejaron solo algunas horas cada vez y utilizaron cámaras remotas para monitorear las interacciones.
Después de revisar las grabaciones, Moore y sus colegas han observado que el tuátara salvaje responde más con curiosidad que con agresión. Robo-Ollie ha enseñado a los científicos que las fauces abiertas entre machos son sólo el preámbulo de una prolongada pantomima ritual.
«Si uno abre la boca y el otro no responde de la misma manera, allí termina todo -contó Moore-. Pero, si cuando uno abre la boca el otro hace lo mismo, el primero se hincha y luego el otro también, y así progresivamente. Si uno no cede, el encuentro degenera en un combate físico abierto».
Moore opina que los tuátaras han desarrollado esos ritos con la finalidad de aplazar la confrontación física. «Son animales que pasan casi 95 % de su tiempo reposando, inmóviles. De manera que si se ven obligados a hacer algo que conlleva un gran derroche de energía, la situación resulta muy costosa para ellos -aseveró-. A menudo pierden la cola en las peleas y [regenerarlas] también implica un alto precio».
A la larga, Moore considera que sus datos revelarán una correlación entre el éxito competitivo y el éxito reproductivo. Por ejemplo, al parecer, sólo 25 % de los machos produce a todas las crías de la Isla de Stephen. En general, se trata de los ejemplares más grandes, algunos de los cuales podrían tener hasta 90 años de edad.
Sin embargo, muchas cosas siguen sin explicación. Por ejemplo, en estos momentos los investigadores creen que los tuátaras son criaturas muy visuales y que no utilizan el olor para establecer su territorio o reproducirse. No obstante, advirtió Moore, los científicos no han podido entender del todo la olfacción en los tuatáras, así que es posible que el olor tenga alguna importancia.
La investigadora también señaló que los reptiles no siempre observan los esperados patrones de fidelidad. «Los machos tienen una o dos compañeras por temporada -explicó-. Por otra parte, las hembras a veces se aparean con más de un macho en una temporada, así que hay mucho por estudiar. Es una situación compleja y apenas empiezo a dilucidar algunos detalles».