Cada vez es mayor la tala que se realiza para sobrevivir, propiciando un desorden que oscila entre mayores emisiones e invasión al territorio de la fauna.
El panorama al que se enfrenta Uganda es de lo más sombrío. Si no se hace nada para remediarlo, dentro de 35 años este país del este de África podría convertirse en una tierra yerma, sacudida por catástrofes naturales y en la que apenas quedará fauna salvaje o campos para el cultivo. "Si se siguen talando nuestras selvas a esta velocidad, en 2050 no quedará ninguna", advierte Gilbert Kadilo, portavoz de la agencia nacional de montes NFA.
Esto no sólo acarreará consecuencias negativas para la gente, sino también para animales como los monos que habitan las selvas, explica el experto. "Cada vez más selvas se están convirtiendo en campos para cultivar judías (frijoles), maíz o caña de azúcar" con el fin de responder a la creciente demanda de alimentos. Y es que en Uganda, la población aumenta a un ritmo de 3.4 por ciento anual.
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Recientemente, el programa ambiental de Naciones Unidas (PNUMA) también exigió un consumo más consciente y una gestión más responsable de los recursos naturales. "Siete mil millones de sueños. Un solo planeta. Consume con moderación", rezaba el lema del Día Mundial del Medio Ambiente que se celebró el pasado 5 de junio y al que se adscriben unos 150 países. Según la ONU, si el crecimiento de la población continúa su ritmo actual, en 2050 serían necesarios tres planetas para mantener este estilo de vida.
En general, toda África se ha visto especialmente afectada por la destrucción del medio ambiente. Los agricultores no sólo echan mano de la sierra con el objetivo de ganar espacio para sus cultivos y alimentar a sus familias, sino que además, los troncos de los árboles se utilizan cada vez más como material para la construcción o como madera para calentarse.
Uganda se encuentra en la cuenca del Congo, donde la selva ecuatorial -también conocida como cinturón verde de África- se extiende desde los países más occidentales como Camerún o Gabón atravesando el Congo hasta la región de los grandes lagos, formada por Ruanda, Tanzania y Uganda, en el este. Sólo la selva del Amazonas es mayor en extensión. Y en el Parque Nacional de Bwindi, en el suroeste de Uganda, viven algunos de los últimos gorilas de montaña del mundo.
Sin embargo, según la NFA, la superficie arbolada se reduce anualmente en al menos 92,000 hectáreas en este país que depende mayoritariamente de la agricultura. Actualmente, Uganda cuenta aún con 3.5 millones de hectáreas forestales sobre las que prácticamente no hay ningún tipo de control, pues el 70 por ciento del terreno selvático se administra de forma privada.
"Talamos las selvas para sobrevivir, para cultivar cereales, patatas (papas) y yuca", explica Issa Kawenja. Padre de dos hijos y vecino del pueblo de Masaba, al sureste de la capital, este hombre se enfrenta ahora a otro problema. "Cada vez más monos invaden nuestras tierras para conseguir comida", cuenta. Hace tiempo, los primates habitaban las densas selvas de la zona, que han dejado de existir. Y ahora, se ven obligados a buscar comida fuera de su hábitat. (Lee: Plaga de koalas en Australia)
No obstante, los hambrientos monos no son la única amenaza de Uganda. Según los expertos, si se acaba con la masa de árboles el país tendrá que importar madera a precios elevados. Y, lo que es peor: la pérdida de su "pulmón verde" generará un desequilibrio en el circuito del dióxido de carbono que tendrá graves consecuencias climáticas, desde sequías a inundaciones. Y si éstas destruyen las cosechas, habrá hambrunas demoledoras.
"Estamos ante una bomba de relojería", advierte el ecologista John Makombo, de la agencia ugandesa de vida salvaje (UWA). "Actualmente, debido a la oscilación de la masa forestal, se libera cada vez más CO2 dañino para la atmósfera", explica. A ello se suma que los periodos de sequía son cada vez más frecuentes, lo que lastra las cosechas. "Si no empezamos a repoblar las selvas, caeremos en picado hacia una crisis", afirma.
Según grupos activistas, el gobierno no hace lo suficiente para proteger las selvas. Algunos incluso acusan a la clase política de estar directamente implicados en el lucrativo negocio de la madera. "Por desgracia, los que deberían proteger las selvas son quienes provocan la mayor parte de los daños", sostiene el ecologista Robert Ekaju. "Si seguimos así, Uganda será un día un desierto".