El Barroco apeló a lo grotesco y a lo glorioso en el siglo XVII. Aquí te contamos quiénes fueron los ícenos del movimiento y sus principales características.
El arte barroco espanta, y esa es su función: crear un vínculo visceral con el espectador a partir de la estética de lo grandioso y lo grotesco. Es la corriente artística que inicia en el siglo XVII como respuesta al sisma de la Iglesia Católica, en un intento de reunificar el dominio de la institución eclesiástica y recuperar sus fieles, fuente perpetua de su riqueza y poderío en el mundo.
Es por esto que impone, que parece expandirse interminablemente en detalles de oro y caras de santos que sufren, o ángeles que se alzan con la fuerza del apoyo divino. Quizá por eso no termine de definirse a sí mismo. Por esa necesidad de tapar los espacios que no tienen nada, por ser monstruoso. Aquí te mostramos sus características más importantes.
El siglo XVII se caracteriza por ser uno de grandes cambios en la cosmovisión europea. Además de las revoluciones religiosas iniciadas por Lutero, varias de las potencias mundiales pasaron por grandes carencias económicas, que se reflejaron en la creciente pobreza de los sectores poblacionales menos acomodados.
La suma de ambas condiciones generó una gran inestabilidad social en el continente. Principalmente, por dos razones:
La Iglesia Católica —que regulaba gran parte de las transacciones monetarias del momento y la administración de la sociedad en general— por primera vez se vio comprometida por falta de creyentes.
Es por esto que las artes se ocuparon de manifestar ese descontento. El enfoque estético se desvió: ya no se trataba de apelar a las grandes virtudes idealizadas de la Antigüedad —pues quedó claro que no podrían alcanzarse en el plano terrenal—, sino que se empezaron a manifestar escenas de la cotidianeidad, con la misma brutalidad con la que se vivían en la calle.
Prostitución, hambre, pobreza, marginación, muerte: el periodo barroco responde a las tragedias de su época con un empuje escandaloso, expresivo y expansivo. Siempre matizado, sin embargo, con el antifaz de la propaganda religiosa. Aún así, mantiene ese carácter apasionado y visceral.
The Incredulity of Saint Thomas (1601-2), de Caravaggio / Wikimedia Commons
Las grandes incongruencias de la Iglesia cobraron su factura durante el siglo XVII. Toda la riqueza que se había generado con la venta de indulgencias y los grandes predios que le fueron donados al Papa sirvieron para embarnecer a las cabezas eclesiásticas. Mientras tanto, el bajo clero se ajustaba el cinturón un poco más.
La corrupción y la falta de cuidado administrativo por el que pasó la religión católica por varios siglos finalmente desbordó en la reforma luterana, que resultó en una gran pérdida de feligreses —y de ingresos también— a la Fe, y las consecuencias fueron fatales.
Es por esto que el periodo barroco cumple una función propagandística. Cuando la Iglesia se vio en la coyuntura peligrosa de quedarse sin fieles, decidió invertir gran parte de la fortuna que había generado en el arte. Sobre todo, para comunicar grandeza, opulencia y poder.
Esta fue una de las estrategias centrales del movimiento de contrarreforma. Mandar un mensaje de superioridad y poderío, además de una moral aplastante que no prometía un Paraíso seguro para los pecadores. El barroco no se trata de redención, sino de miseria y muerte: de castigo.
La idea era generar miedo en la población para tener una estrategia más eficaz de control. A través del terror por lo que pudiera venir después de la muerte, podrían mantener a los creyentes que les quedaban asegurados y, en el mejor de los casos, traer unos nuevos que buscasen la salvación.
Wikimedia Commons
Es por esto que la arquitectura, escultura y pintura se ocuparon de los espacios religiosos exclusivamente. Lo que interesaba era mantener la hegemonía cultural de la iglesia católica y de su mensaje visual. Principalmente, porque la mayor parte de la población era iletrada, y la imagen siempre resulta ser mucho más poderosa que las letras.
Por lo tanto, el periodo barroco entiende al cuerpo como un dispositivo político de control. A través de los sentidos es que lo reprime, lo vuelve pecaminoso. De esta manera, la Iglesia expandió su influencia más allá de un campo ideológico.
En el siglo XVII, el arte no se apreciaba. Su función real era la de emitir el mensaje que la Iglesia dictase, y no tanto ése de incentivar la capacidad de réplica del espectador. Por el contrario: se vio un terror al vacío en tanto que ningún espacio podía quedarse sin elementos que reprodujesen la grandeza de la religión católica.
Resulta casi natural, entonces, que los espacios religiosos construidos en las colonias americanas emularan esa misma grandilocuencia. Como gran parte de los indígenas dominados no hablaban español, se transmitían los pasajes de la Biblia a través de la imposición de espacios gigantescos, con bustos de santos que amedrentan con la mirada, vírgenes dolorosas abrumadas por el dolor y crucifijos escandalosos.
A través de la modificación de los espacios y de las imágenes fue que se consiguió en gran medida la conquista espiritual de América, que adaptó las formas europeas a su propia cosmovisión.
Mural en los techos del Vaticano, Roma. | Crédito: Clay Banks / Unsplash
No es extraño que el extremo del barroco se haya alcanzado en América Latina, con el barroco churrigueresco. Éste es el punto álgido de la exageración de las formas, del terror al vacío. Aprovechando la riqueza minera que ya existía en el territorio, los colonizadores vistieron sus edificios sagrados.
De la misma manera, la crueldad de las figuras religiosas simulaba, convenientemente, la crudeza del proceso de conquista por el que los pueblos originarios estaban pasando. El terror al vacío era también una manifestación más de la estrategia de dominio espiritual y territorial que la Iglesia pretendía.
Pareciera que las composiciones barrocas se desbordan. En el barroco no existe un cuidado por las proporciones, que más bien están pensadas para sobrepasar sus propios límites. La insistencia por la necesidad de estar en todas partes —literalmente— produjo en la búsqueda estética barroca una deformación de las formas clásicas: ya no se pretendía el equilibrio y la limpieza de la Antigüedad, sino que se apuntó por el extremo contrario.
En lugar de concentrar la composición de las pinturas y esculturas en el centro, la estética barroca prefiere expandirse, como si los elementos explotaran, y fueran a dar a todos lados.
El respeto por el carácter sobrio y la perfección del cuerpo se desprecia en el barroco: apasionado y visceral, busca los detalles grotescos del entorno, que acercan al ser humano a la animalidad, a la falta de un análisis racional de lo que existe en el mundo.
Es por esto que una de las técnicas gestadas durante el periodo barroco fue el escorzo. Se trata de la manera en la que, en la pintura, se logra que las figuras parezcan salir del cuadro. Por ejemplo:
Un brazo extendido
Una espada que se saca en batalla
Piernas que se tensan apunto de lanzarse a enfrentar alguna bestia
La tridimensionalidad toma un papel protagónico en la estética barroca, puesto que está pensada para mostrar los detalles menos cómodos del ser humano. El barroco es monstruoso porque no le interesa lo bello ni lo ponderado, sino que se regodea en la polifonía y se aleja de un equilibrio contenido.
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