Su misión es expandir la primera escuela primaria para niñas en su comunidad masái en Kenia.
Cuando era niña en Enoosaen, poblado del sur de Kenia sin pavimentación ni electricidad, las niñas no salían de ahí. A los cinco años, me comprometí con un niño de seis y se esperaba que me casara a los 13 y tuviera una vida tradicional. Pero quería algo diferente. Me encantaba la escuela y tenía el sueño de convertirme en maestra.
A mi madre no le permitieron educarse y ella siempre quiso que yo sí tuviera esa oportunidad. Trabajamos en las granjas de otras personas plantando caña de azúcar para ganar dinero para mis uniformes y libros. Para el séptimo grado, era difícil que hubiera niñas en mi clase. Todas estaban casándose tras someterse a ablución, una práctica terrible.
En el octavo grado, solo quedábamos dos. Le dije a mi padre que me casaría si no me iba bien en los exámenes de la escuela secundaria. Aunque me fue mejor que a los varones, intentó obligarme a casarme. Se dio por vencido cuando amenacé con escaparme.
Terminé la preparatoria, fui a la universidad y recibiré mi doctorado en educación este año de la Universidad de Pittsburgh. Abrí la Academia para Niñas en Enoosaen en 2009. Tenemos 94 alumnas inscritas en los grados de cuarto a sexto. Estamos retribuyendo a nuestra comunidad como ningún hombre lo había hecho y retando tradiciones muy antiguas.
Les decimos a las jóvenes: «No tienes que casarte ni cortarte. Tienes el derecho a una educación y ser libre». Todos los padres y madres desean lo mejor para sus hijas. Estamos trabajando juntos para redefinir qué es lo mejor.