Una creciente marea de ruido generado por el hombre afecta la vida de los animales marinos.
Las profundidades están a oscuras, pero no en silencio; están llenas de sonidos. Las ballenas y otros mamíferos marinos, peces e incluso algunos invertebrados dependen del sonido, que viaja mucho más lejos en el agua que la luz. Los animales que usan el sonido para hallar comida y pareja, evitar depredadores y comunicarse, enfrentan un problema creciente: el ruido creado por el hombre los está ahogando.
«Para muchos de estos animales es como si vivieran en ciudades», dice Brandon Southall, científico marino y ex director del programa de acústica del océano de Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de EUA. Hace dos años el problema llegó a la Suprema Corte estadounidense en un caso que pudo haberse llamado la Armada contra las ballenas.
El fallo de la corte protegió el derecho de las embarcaciones de la armada para probar sonares cazasubmarinos, cuyas intensas pulsaciones sonoras se han relacionado con casos masivos de ballenas varadas. Pero la Armada no es el único villano.
Barcos de empresas petroleras remolcan formaciones de cañones de aire que disparan día y noche lo bastante fuerte para localizar petróleo enterrado bajo el lecho marino, y también se escuchan a cientos de kilómetros de distancia. Las operaciones de construcción submarina introducen pilotes en el lecho marino y hacen las perforaciones con explosivos.
Y la mayor parte de la marea de ruido creciente -aumento que se ha centuplicado desde 1960, en muchas zonas- es creada simplemente por el crecimiento asombroso del tráfico marítimo. «El ruido marítimo siempre está presente -dice Southall-. No tiene que ser mortal para que con el tiempo se vuelva problemático».
Y empeora a un ritmo constante por otro motivo. Conforme hacemos más ruido, también hacemos que el océano lo transmita mejor. El agua de mar absorbe menos sonido cuando el bióxido de carbono generado por quemar combustibles fósiles se filtra en el océano y lo acidifica.
El ruido conduce a muchas especies de ballenas, delfines y otros animales marinos a cambiar notablemente su conducta -sus patrones de celo, búsqueda de alimento y migratorios- incluso cuando no basta con llevarlos hacia la playa. Se ha descubierto que el bacalao y el eglefino del mar de Barents huyen de la zona cuando se empiezan a disparar pistolas de aire, lo que reduce drásticamente su pesca durante días.
Las enormes ballenas barbadas son una preocupación especial. Se comunican desde distancias inmensas en las mismas frecuencias, más o menos la nota Do más grave de un piano, que generan los motores y hélices de las embarcaciones.
La mayoría de los días, dice Christopher W. Clark, director del programa de investigación bioacústica de la Universidad Cornell, el área sobre la cual las ballenas pueden oírse entre sí en aguas costeras se reduce a sólo 10 o 20% de su extensión natural.
Clark estudia las ballenas francas del Pacífico norte que están en peligro de extinción, cuyo hábitat incluye las ocupadas rutas de navegación que van al puerto de Boston. En el 2007, él y sus colegas distribuyeron una red de grabadoras sobre el lecho marino y automatizaron boyas de escucha en la Bahía de Masachusets.
Luego de tres años de grabaciones continuas, compilaron un «estimado de interferencias» submarinas completo. Las animaciones a color de la información muestran que los llamados de las ballenas francas casi se borran cuando pasan las embarcaciones (arriba).
«La red social de las ballenas se rasga y corrige constantemente», dice Clark. Incapaces de comunicarse, las ballenas tienen problemas para hallarse entre sí y pasar más tiempo por su cuenta. Las 10 boyas de escucha que ahora se agitan en las aguas de la Bahía de Masachusets podrían ayudar a los animales.
Los investigadores están compartiendo la información recabada en tiempo real sobre las ubicaciones de las ballenas -transmitida desde las boyas vía satélite- con los capitanes de los buques petroleros, quienes pueden reducir la velocidad de las embarcaciones o cambiar de ruta para evadir a las ballenas. Es una pequeña nota de esperanza en ese estruendo.
«Sólo la ciencia puede ayudar de tantas maneras ?dice Clark?. Luego nosotros tenemos que decidir si los animales son importantes para nosotros».