La ciudad argentina tiene facetas y características especiales.
Las lujosas torres construidas en las barrancas al río Paraná contrastan con los barrios más humildes de Rosario, que no son distintos a otros de Argentina pero en los que se vive un fenómeno narco poco común, con búnkeres para la venta de droga escoltados por jóvenes «soldaditos», en medio de una inusitada violencia.
La situación estalló con exjefes policiales de la provincia de Santa Fe (noreste de Buenos Aires) detenidos por supuestos vínculos con narcos, una tasa de homicidios que se duplicó entre 2010 y 2013 hasta alcanzar 256 asesinatos el año pasado, el accionar de sicarios y un atentado con armas de fuego a la residencia del gobernador de Santa Fe, el socialista Antonio Bonfatti.
«Rosario, por un mal control de la actuación policial, dejó de ser sólo un lugar de consumo para convertirse en otro donde se estableció gente que se convirtió en mayoristas y fraccionadores de drogas», declaró el fiscal Guillermo Camporini.
«Ante la desidia, se convirtió en el punto ideal para lo que viene del norte, del noroeste y del noreste. La ruta 34 (que desemboca en Rosario) llega hasta el límite con Bolivia. Lo que llega de Paraguay lo podés traer por el río, por la autopista, por (la vecina provincia de) Entre Ríos. Es el punto neurálgico, se la brindaron servida por no hacer el control adecuado», señaló el fiscal.
En una señal de la impunidad reinante, las bandas que venden drogas levantaron búnkeres, construcciones de material con sólo una puerta y una rendija por la cual el vendedor, en general menor de edad, pasa las sustancias ilegales y recibe el dinero. Viven largas jornadas encerrados, mientras «soldaditos» reclutados en los barrios marginales vigilan la zona.
Los habitantes de los barrios periféricos comenzaron a vivir con miedo y las pocas personas que lucharon contra el avance de las bandas narco y la convivencia policial, como las mujeres que integran la ONG Madres Solidarias, sufrieron graves represalias.
Una de ellas, Betina Zubeldía, reveló los lugares donde había búnkeres de droga en los que compraba su hijo y a partir de ahí recibió amenazas de muerte, dispararon contra la casa de sus padres, y hace pocas semanas lanzaron una bomba molotov contra su comercio. «Por un lado recibo el mensaje de los narcos diciendo que pueden hacer lo que quieren y, por el otro, del gobierno, de que a ellos no les importa nada», denunció entonces.
Acción sorpresa
Con una crisis de seguridad abierta a sólo 300 kilómetros de la capital argentina, el Gobierno nacional lanzó sorpresivamente a principios de abril un operativo inédito con 3,000 hombres de las fuerzas federales de seguridad para «pacificar» la ciudad de Rosario y sus alrededores.
Ingresaron a las zonas más calientes, los barrios del suroeste y el norte de Rosario, destruyeron numerosos búnkeres y montaron un sistema de vigilancia con carros blindados y presencia de efectivos que trajo mayor tranquilidad.
Días después unos mil hombres de la Gendarmería y la Prefectura Naval se retiraron y quedaron de forma estable otros 2,000.
Rosario tiene múltiples facetas y características especiales. Es la tercera ciudad más grande de Argentina, con poco más de un millón de habitantes, pero no es capital provincial. Por ello, no tiene policía propia y depende de la actuación de las fuerzas federales o de la provincia de Santa Fe.
Con sólo recorrer el Boulevard Oroño desde la autopista que conecta con la ciudad de Buenos Aires hasta el centro de Rosario, saltan los contrastes.
Los barrios humildes, con «villas miserias» unos metros más adentro, están divididos por los colores de los dos principales clubes de futbol de la ciudad, Newell’s Old Boys y Rosario Central, cuyas «barras bravas» se disputan el control de cada cuadra o monoblock. Dan paso luego a zonas típicas de clase media y otras más acomodadas, con palacetes de la época dorada agropecuaria que hicieron crecer Rosario durante el siglo pasado, y en los que no se registra un avance marcado de las bandas narco ni de delitos relacionados.
«Es un lugar que ha crecido y mucho, principalmente por el impacto de las economías regionales, el agro. No creció la pobreza pero sí la desigualdad, con una estabilización y poca movilidad social de la población en situación de necesidades insatisfechas, y por otra parte un sector mucho más visible, de mayor opulencia. Se ha ampliado la brecha», reconoció el secretario de gobierno de la municipalidad de Rosario, Fernando Asegurado.
El mejor ejemplo son las lujosas Torres Dolfinas levantadas en la zona rosarina de Puerto Norte, que tienen como vecino, a poco más de cien metros, un asentamiento irregular con casuchas de madera, plástico y chapas donde funcionó uno de los más conocidos búnkeres de droga que fue destruido por gendarmes.
El boom de la soja dio un nuevo impulso en los últimos años al sector inmobiliario e hizo revivir el comercio local. Rosario y sus zonas de influencia cuentan con el corredor de puertos de granos gruesos más importante del mundo, con 28 terminales portuarias por donde sale el 80 por ciento de la producción de oleaginosas, granos y aceites de la Argentina a lo largo de 60 kilómetros de costa sobre el río Paraná.
«En esta cosecha gruesa a estos puertos de la región llegan dos millones de camiones. Esto que ha aparecido ahora de la presencia de fuerzas federales fue un reclamo histórico de la ciudad de Rosario. Rosario siempre pidió la presencia de fuerzas federales porque es una locura que teniendo todo este frente costero no tengamos una presencia de Prefectura que requiere este tráfico de mercaderías legales. ¿Quién controla eso?», cuestionó Asegurado.
Las especulaciones crecen sobre el posible contrabando de drogas en tan intenso tránsito de buques a lo largo de las costas del Paraná, con sus características islas y arroyos, y muy poco control oficial.
La extensa red de salud pública municipal de Rosario se convirtió en una de las principales fuentes de información de la creciente ola de inseguridad, ya que allí se registran las historias clínicas de gran parte de las familias de la ciudad.
«Es la nueva mirada que hemos encontrado nosotros para abordar la problemática de la violencia y las adicciones. Nos encontramos con mucha información que estaba en la Justicia ni en la policía», afirmó el funcionario, quien a su vez se mostró satisfecho porque la coordinación con las fuerzas federales, provinciales y la Justicia permitió ir «detrás de los distribuidores (de drogas) importantes, lugares de fraccionamiento y eliminar esto que generaba mucha impunidad, malhumor y malestar entre los vecinos».
La presencia de las fuerzas federales generó cambios en poco tiempo. «Las familias están más tranquilas, los jóvenes por ahora se quedan en sus casas pero hay que generarles lugares para estar, porque esto no va a ser para siempre», explicó Mario González, el coordinador del Centro de Convivencia Barrial de la zona de Las Flores, una de las más peligrosas por el accionar de las bandas narco.
«Acá en Rosario se calcula que hay entre 700 y 800 búnkeres de droga y se ha trabajado sobre una parte nomás», alertó el fiscal Camporini, quien señaló que por la presencia de las fuerzas de seguridad, volvió el «delivery (distribuición) callejero» de droga por parte de los «soldaditos».
Las bandas reclutan jóvenes en las zonas más marginales y «reemplazan los tres estamentos fundamentales: escuela, familia y trabajo», advirtió Camporini, a quien sus investigaciones sobre estas bandas casi le cuestan la vida.
En la causa que investiga a la denominado banda de «Los Monos» fueron procesadas 36 personas -13 de ellas agentes de fuerzas de seguridad- por supuestamente integrar una asociación ilícita dedicada a cometer delitos como asesinatos y narcotráfico. Poco después, escuchas telefónicas revelaron que se había tramado un plan para atentar contra el fiscal y el juez Juan Carlos Vienna.