Se rompen los paradigmas de la neurociencia al demostrarse que es posible sentir pavor aun cuando no se tiene una amígdala
Se rompen los paradigmas de la neurociencia al demostrarse que es posible sentir pavor aun cuando no se tiene una amígdala. Durante décadas, se creía que esta pequeña estructura almendrada en el cerebro era la única responsable de producir miedo. Ahora, se confirma la existencia de mecanismos alternos capaces de alertarnos frente al peligro.
El investigador Justin Feinstein y su equipo de la Universidad de Iowa, en Estados Unidos, demostraron que víctimas del síndrome Urbach-Wiethe (enfermedad que ataca a la amígdala) también pueden sentir miedo en ciertas situaciones.
La amígdala, al detectar altas concentraciones de dióxido de carbono en la sangre, desencadena ataques de pánico para prevenir la asfixia. Esto ocurre aun cuando se inhala CO2 en cantidades no letales. Asumiendo que los pacientes con amígdalas dañadas no sentirían miedo al respirar el gas, los investigadores condujeron un experimento revelador.
Se le pidió a tres personas enfermas de Urbach-Wiethe y a 12 personas sanas que respiraran a través de una máscara que contenía un 35% de carbón en el aire. Sorprendentemente, quienes padecían el daño cerebral sintieron incluso más susto y pánico que los voluntarios sanos. La primera vez desde su infancia que experimentaban el miedo.
Debido a los resultados observados se pudo concluir que, contrariamente a lo que se pensaba, la amígdala no es esencial en todas las respuestas de miedo. Por lo tanto, el cerebro cuenta con diferentes sistemas que reaccionan frente a diferentes amenazas, como es en el caso de ciertos cambios fisiológicos dentro del cuerpo.
Este nuevo conocimiento, además de aclarar que existe una distinción entre el miedo generado por factores externos y el miedo originado por amenazas internas, ha arrojado luz en la identificación de estructuras cerebrales desconocidas.