Paul Salopek, de los primeros viajeros en un siglo en caminar por el desierto de Hiyaz, encuentra un pasado legendario de caravanas y peregrinos.
Extracto de la edición de julio de la revista National Geographic en español.
Fotografías de John Stanmeyer
Hay miles de pozos en el antiguo Hiyaz. Caminamos hacia ellos. A veces su agua es dulce. Con frecuencia es salada. Estos pozos que salpican la ruta de caravanas de Arabia, abandonada hace tiempo, son monumentos a la supervivencia humana. Cada uno contiene una fina destilación del paisaje. Y lo mismo se aplica a la gente que bebe de ellos. En el Hiyaz -el legendario dominio del reino desaparecido de los hachemitas, quienes alguna vez dominaron las costas del Mar Rojo de Arabia Saudí -hay pozos llenos de actividad y pozos solitarios. Hay pozos de la tristeza o el gozo. Cada uno representa un cosmos en un balde. Nos orientan.
Wadi Wasit en un pozo de olvido. Llegamos a él un día abrasador de agosto. Estamos a medio camino de una jornada a pie de más de 1,200 kilómetros, desde Yeda hasta Jordania. Descansamos bajo las dendritas de sombra gris creadas por los dos árboles de espino junto al pozo. Aquí encontramos al hombre que corre.
Llega en una camioneta pick up. Grueso, de bigote, beduino pastor de camellos, es amistoso, curioso, hablador, muy inquieto. Nos confunde con buscadores de tesoros. Vino a vendernos objetos. «¡Mire este!», dice. Muestra un anillo de hojalata. La funda de hierro de una espada. Una moneda muy gastada.
¿Qué tan antiguas son estas cosas? El hombre que corre no lo sabe. «Kadim jidn», dice: muy antiguas. Se encoge de hombros.
El Hiyaz -encrucijada donde se encuentran Arabia, África y Asia, y ligado durante mucho tiempo a Europa por el comercio- es uno de los rincones con más historia del mundo antiguo. Ha visto caminantes por milenios. La gente de la Edad de Piedra cazaba y pescaba en su salida de África por el norte a través de sabanas desaparecidas. Miembros de algunas de las primeras civilizaciones de la humanidad -asirios, egipcios y nabateos- rondaban por aquí, comerciando esclavos por incienso y oro. Los romanos invadieron el Hiyaz (miles de legionarios murieron por enfermedades y de sed). El islam nació aquí, en las oscuras colinas volcánicas de La Meca y de Medina. Peregrinos de Marruecos o Constantinopla probablemente bebieron del pozo de Wadi Wasit. Lawrence de Arabia también pudo haber bebido a tragos su agua. Nadie sabe. Kadim jidn.
«¡Lléveselo! -insiste el hombre que corre-. ¡Lléveselo gratis!». Pero nos rehusamos a comprar sus curiosidades.
Mientras cargamos nuestros dos camellos para irnos, lo vemos una vez más.
Ahora corre a gran velocidad, alrededor del pozo. Se ha quitado su túnica blanca y corre por el desierto en ropa interior, girando alrededor del pozo bajo el sol abrasador. Corre con abandono. Ali al Harbi, mi traductor, toma una fotografía. Awad Omran, nuestro cuidador de camellos, ríe a carcajadas.
Pero yo no puedo. El hombre que corre no está loco ni drogado ni hace alguna broma. Está perdido, pienso. Como lo estamos todos cuando abandonamos la historia. No sabemos hacia dónde ir. Hay abundancia de pasados en el Hiyaz, pero nunca he estado en un lugar más carente de memoria.
En la imagen principal de este artículo se muestra el que fue un pozo en el oasis Al Bad, que sirvió a caravanas de camellos y viajeros religiosos, y en la actualidad es un hoyo seco.