Necesitamos una estrategia nueva para salvarlos, dice el preeminente biólogo de campo George B. Schaller.
Hace casi medio siglo, cuando empecé a estudiar a los grandes gatos, su magnificencia imponente me cautivó: tigres caminando por los bosques del Parque Nacional Kanha, en India, seguros de su poderío, dignidad y belleza fulgurante; manadas de leones del Serengueti tendidas a la sombra de las acacias, cubriendo la hierba dorada cual miel; leopardos de las nieves deslizándose como sombras de nube por las grietas de los Himalaya.
Sin embargo, hoy me asalta la inquietud al ver estos iconos de la vida salvaje, pues sé que su destino está en manos, únicamente, de la humanidad. En los años sesenta y setenta practicábamos una historia natural elemental y anticuada. No disponíamos de imágenes satelitales para delimitar hábitats y la radiotelemetría era primitiva.
Tampoco contábamos con cámaras infrarrojas automáticas para fotografiar el paso de los animales de modo que, para identificar un tigre, había que observar detenidamente el patrón rayado de su cara, recoger heces para determinar qué había comido, seguir sus huellas en el polvo o la nieve para conocer la extensión de sus viajes y analizar cada presa para establecer su edad y sexo.
La conservación se sustenta en esa información. En aquellos días no creía que la espesura pudiera agotarse rápidamente. Pero, la población humana se ha más que duplicado desde entonces, transformando bosques en terrenos de cultivo y criando ganado en territorio de animales silvestres.
Antaño abundantes, los leones empiezan a desaparecer fuera de las reservas. Acribillados, envenenados y capturados por pastores y granjeros, a la larga los leones solo podrán sobrevivir en zonas protegidas. Por su parte, los tigres ocupan hoy apenas 7 % de su territorio original y quedan menos de 4 000 en estado salvaje, mientras que, en lamentable contraste, se cree que China y Estados Unidos tienen cada uno cerca de 5 000 en cautiverio.
Los tigres y leopardos de Asia están amenazados por redes de cazadores furtivos que proveen a Oriente, sobre todo China, de cualquier parte que tenga un supuesto valor medicinal. Por algo las reservas de Sariska y Panna, en India, perdieron sus tigres bajo la mirada de una fuerza de guardabosques complaciente y desmotivada.
Yo mismo alguna vez seguí el solitario rastro de un raro guepardo asiático por su último refugio desértico en el corazón de Irán. ¿Cómo es que el mundo se cruza de brazos mientras, país tras país, desaparecen semejantes tesoros naturales? Cuando comencé el trabajo de campo, lo hice con el objetivo no solo de estudiar una especie, sino de promover su seguridad dentro de una zona protegida.
Y aunque estos dos esfuerzos siguen siendo esenciales, he debido cambiar mi actitud. La mayor parte de los países carece del espacio necesario para reservar grandes áreas nuevas que sostengan una población de, digamos, 200 leopardos de las nieves o tigres.
Casi todas las reservas existentes son muy pequeñas y solo pueden contener unos cuantos grandes felinos, que corren el peligro ulterior de extinguirse a causa de la endogamia, las enfermedades o algún acontecimiento accidental. Encima, conforme los ecosistemas se modifican con el cambio climático, los animales tienen que adaptarse, migrar o morir.
En vez de concentrarse en pequeñas zonas protegidas y aisladas, la conservación utiliza su vasta visión para gestionar paisajes completos. Su objetivo es crear un mosaico de áreas críticas despobladas y sin desarrollo, donde un leopardo o jaguar pueda reproducirse en paz y con seguridad.
Esas áreas críticas están conectadas mediante corredores de hábitat viable que permiten al felino viajar de una zona segura a otra, siguiendo un esquema que integra aspectos ecológicos, económicos y culturales.
Estoy colaborando en un plan de paisaje similar para los leopardos de las nieves en la meseta tibetana de China, donde creamos mapas de la distribución del felino, censamos sus presas, capacitamos a los lugareños para vigilar la vida silvestre y trabajamos con comunidades y monasterios para promover la buena gestión de tierras y ganado.
Esta labor es coordinada por el Centro de Conservación Shan Shui de la Universidad de Pekín. Resulta muy fácil trazar planes para un paisaje, identificar sitios potenciales en mapas satelitales y entregarse a un idilio mental en el que impera la armónica convivencia entre los grandes felinos y las personas.
Pero la cifra de los primeros sigue reduciéndose. Casi todos los países simplemente carecen de la voluntad política y la presión pública suficientes para salvar a sus animales salvajes. Incluso la protección de las reservas tiende a ser muy frágil frente a la proliferación de la caza furtiva, la tala, la explotación minera y otras actividades ilegales.
Cada nación necesita crear fuerzas de guardabosques de élite apuntaladas por la policía y hasta el ejército, pactar una rigurosa cooperación regional para frenar el comercio ilegal de pieles y huesos, proceder con prontitud jurídica contra los trasgresores e implementar medidas disuasivas.
En última instancia, la conservación es política y la política está matando a los grandes felinos. Humanos y depredadores se han enfrentado durante milenios con temor y respeto, y ese conflicto continuará.
He estudiado caballos abatidos por los leopardos de las nieves de Mongolia, ganado muerto por los jaguares de Brasil y el único búfalo de ordeña que una familia de India perdió por un tigre. Todos los grandes gatos matan el ganado, en especial si se han diezmado las poblaciones de sus presas naturales.
Un aspecto fundamental para la conservación es hallar una solución, por lo menos parcial, a esas matanzas ¿Deben los gobiernos u organizaciones de conservación compensar a las familias por esas pérdidas? La idea es seductora, pero los intentos de diversos países han tenido poco éxito.
Por ello, cada comunidad debería establecer un programa de seguros en el cual la familia pague una cuota y, después, sea compensada por las pérdidas. El turismo puede contribuir enormemente a una economía, como ha ocurrido en África.
Sin embargo, los beneficios para la mayoría de comunidades que vive en contacto con las reservas de vida silvestre son pocos, ya que sus gobiernos y las agencias turísticas no comparten las utilidades.
Me pregunto si sería más eficaz un enfoque positivo: pagar a las comunidades para que mantengan saludables sus poblaciones de grandes felinos. Después de todo, es tristemente obvio que la buena ciencia y las buenas leyes no conducen a una conservación eficaz.
Las comunidades deben estar directamente involucradas en la conservación y, como socios, aportar sus conocimientos, comprensión y destrezas. Consciente de ello, en años recientes me he dedicado menos a la ciencia detallada y más a la conservación.
Trato de ser una combinación de educador, diplomático, antropólogo social y naturalista; un misionero ecológico que equilibra el conocimiento con la acción. Pero sí, todavía recojo heces de leopardos de las nieves para analizarlas.
Solo sabemos proteger a leones y tigres, pero no cómo gestionarlos en un paisaje dominado por el hombre. La densidad de una población de jaguares o de cualquier otro felino en determinada zona está limitada por la cantidad de presas, pero es difícil contarlas.
De hecho, ni siquiera tenemos información consistente sobre el estado y la distribución de la mayoría de los felinos, debido a que los cálculos suelen fundamentarse en poco más que la intuición.
Jamás se ha hecho un censo de los jaguares de la cuenca del Amazonas o de los leopardos de las nieves en territorios de Asia central. Nuestro mayor desafío es alcanzar compromisos nacionales para salvar a los grandes felinos.
Es tarea de todos. Las comunidades necesitan incentivos para compartir sus tierras con los depredadores, de modo que hay que ofrecerles beneficios fundamentados en valores morales y también económicos.
Más que de valores científicos, la conservación parte de los valores morales, de la belleza, la ética y la religión, sin los cuales no puede sustentarse. Los grandes gatos son la prueba máxima de nuestra disposición para compartir el planeta con otras especies.
Debemos actuar cuanto antes para ofrecerles un futuro luminoso y seguro, aunque sea por la única razón de que representan una de las expresiones de vida más maravillosas de la Tierra.