Autoridades peruanas eligen este 7 de julio para conmemorar el centenario del redescubrimiento de esta maravilla.
Los tres hombres subían a gatas por una ladera resbalosa y empinada de Perú. Era la mañana del 24 de julio de 1911 e Hiram Bingham III -entonces de 35 años y profesor asistente de historia latinoamericana en la Universidad de Yale- había salido del campamento en el río Urubamba con sus dos acompañantes peruanos para investigar unas ruinas que, supuestamente, yacían en una cumbre altísima conocida como Machu Picchu (o «montaña vieja», en lengua inca). A unos 550 metros sobre el valle, los escaladores se toparon con dos campesinos que habían emigrado a la montaña para evitar a los recaudadores de impuestos. Aquellos hombres aseguraron al cada vez más escéptico Bingham que las ruinas de que había oído hablar se encontraban cerca de allí, e incluso enviaron a un niño para que les mostrara el camino. Cuando Bingham finalmente llegó al sitio, miró con incredulidad la escena que se revelaba ante sus ojos. Un laberinto de terrazas y paredes asomaba entre la maleza abundante, como un fantasma inca que se hubiera ocultado del mundo exterior durante casi 400 años. «Parecía un sueño increíble. ¿Qué es ese lugar?».
Aunque después Bingham reconoció que no fue el primero en descubrir Machu Picchu, sí fue el primer científico que estudió el sitio. Con el apoyo financiero de la Universidad de Yale y National Geographic Society, los equipos de Bingham retiraron la vegetación de la cumbre, trazaron planos y tomaron fotografías de las ruinas, y enviaron miles de artefactos al Museo Peabody de Historia Natural, en la Universidad de Yale.
Al conocerse la noticia de la «ciudad perdida», muchos estudiosos trataron de desentrañar la naturaleza del lugar. ¿Sería una fortaleza? ¿Un sitio ceremonial? Durante muchos años, nadie pudo ofrecer una respuesta precisa; pero en los ochenta, los historiadores encontraron un documento legal vetusto datado en 1568, menos de 40 años después de la conquista de Perú. En una petición a la Corte española, los descendientes de Pachacútec Inca Yupanqui declaraban que su regio antepasado había sido hacendado de un lugar llamado Picchu, muy cerca del actual emplazamiento del sitio arqueológico. Estudios posteriores de la arquitectura y los artefactos rescatados sugieren que Pachacútec vivió a cuerpo de rey en aquel retiro montañoso, donde comía en vajilla de plata, se aseaba en un baño de roca privado y se relajaba en un hermoso jardín perfumado de orquídeas.
En años recientes, los artefactos que Bingham reunió durante sus tres expediciones se convirtieron en motivo de agrias disputas entre el gobierno peruano y la Universidad de Yale hasta que, el otoño pasado, conforme se aproximaba el centenario del descubrimiento de Bingham, Yale cedió y anunció que devolvería las piezas a Perú.
Hoy día, este icono del mundo inca sigue atrayendo a exploradores y peregrinos. Cada año, casi 2?000 personas llegan para contemplar la vista que hizo exclamar a Bingham: «Me quedé sin aliento».