No debería sorprendernos comprobar que la naturaleza nos ayuda a rejuvenecer. Después de todo, la raza humana no surgió en edificios de concreto, sino en bosques y sabanas.
Los habitantes de la Ciudad Luz rejuvenecen en sus parques y jardines
No debería sorprendernos comprobar que la naturaleza nos ayuda a rejuvenecer. Después de todo, la raza humana no surgió en edificios de concreto, sino en bosques y sabanas. Nuestros oídos no están hechos para escuchar el estridente aullido de las sirenas, sino para percibir el tenue sonido de las sigilosas garras de un predador y el silbido del viento que amenaza mal tiempo.
Los ojos del hombre evolucionaron no para contemplar la monótona grisura del paisaje urbano, sino para distinguir las sutiles tonalidades de dorados, verdes y rojos que indicaban la presencia de hojas tiernas y fruta madura, y su cerebro, para recompensar sus empeños cognitivos con sensaciones de intenso deleite.
Quizá esta es la razón por la que los ciudadanos de París trabajan tan arduamente para convertir los espacios urbanos baldíos en lugares verdes, llenos de vitalidad. Tomemos como ejemplo el Parc des Buttes-Chaumont, en el abarrotado distrito 19, al noroeste de la ciudad.
Esta porción de tierra alguna vez albergó un viejo cadalso, más adelante fue una cantera de yeso y, finalmente, el basurero municipal. Ahora, el enorme parque bucólico con grutas y colinas cubiertas de pasto está animado gracias a las flores, al canto de los pájaros y a la gente que se dispersa dentro de sus accidentados prados: músicos, practicantes de artes marciales, universitarios que revisan sus notas, amantes que ruedan abrazados sobre el pasto y ancianos que descansan recostados en el césped.
De hecho, los parisinos aprovecharán cualquier sitio disponible de su ciudad para hacer un parque o un jardín, ya sea un reducido balcón, vías del tren en desuso, una planta automotriz abandonada, e incluso los arcos de la enorme fachada de un museo nuevo.
Los ciudadanos de esta urbe sacrificarán la amplitud de sus bulevares para construir una senda para bicicletas a la sombra de enormes árboles. Lucharán fervientemente por tener jardines comunitarios, en lugar de departamentos o centros comerciales.
Renunciarán a una vía rápida junto al río Sena con tal de ganar espacio para una playa, así sea efímera, e imaginarán un refugio natural en cada predio abandonado. ¿Por qué los habitantes de la Ciudad Luz están tan decididos a encontrar un sitio para crear parques y jardines? ¿Por qué una ciudad se tomaría la molestia de invertir su presupuesto en cultivar espacios verdes en medio del hierro predominante en el entorno urbano?
Esta no es una pregunta trivial, sobre todo si tomamos en cuenta que, en la actualidad, la mitad de la población mundial vive en ciudades (se calcula que esta proporción será de 60 % en el año 2030) y que los fondos para vivienda, escuelas, servicios sociales, bomberos y policías son escasos.