Se calcula que la población global ascenderá a 9 000 millones en 2045. ¿Soportará el planeta semejante presión?
Este año alcanzaremos el hito de 7 000 millones de individuos, lo cual nos invita a reflexionar. A pesar de la menguante tasa de natalidad, la población mundial seguirá aumentando en las próximas décadas, sobre todo en los países más pobres.
Si los miles de millones que anhelan salir de la pobreza siguen el camino trazado por las naciones en desarrollo, también terminarán haciendo uso intensivo de los recursos de la Tierra. ¿Cuál será el crecimiento real de la población? ¿Cuál será el aspecto del planeta en 2045 A lo largo del año?, ofreceremos una serie de reportajes que analizarán detalladamente estas interrogantes, cuyas respuestas estriban en nuestras propias decisiones.
Un día de otoño de 1677, en Delft, Antoni van Leeuwenhoek, comerciante de telas (y, según cuentan, el modelo de larga cabellera que Johannes Vermeer retrató en sus cuadros «El astrónomo» y «El geógrafo»), interrumpió abruptamente lo que hacía con su esposa y corrió a la mesa de trabajo. Aunque las telas eran su negocio, su gran pasión era la microscopía. «En menos de seis palpitaciones», informó después a la Real Sociedad de Londres, Leeuwenhoek se puso a estudiar su muestra perecedera bajo una lupa diminuta. La lente había sido fabricada personalmente por el holandés; nadie en el mundo tenía un cristal de potencia comparable. De hecho, los estudiosos londinenses aún trataban de verificar su afirmación respecto de la presencia de millones de «animálculos» invisibles contenidos en una gota de agua de un lago e incluso en el vino francés. Sin embargo, aquel día daría a conocer un ha- llazgo todavía más delicado: la presencia de animálculos en el semen humano. «A veces hay más de 1 000 en una cantidad de sustancia del tamaño de un grano de sal», escribió, y colocándose la lupa en el ojo, cual joyero, vio cómo sus propios animálculos nadaban sacudiendo las colas.
Aun cuando su mirilla minúscula le confería acceso privilegiado a un universo microscópico nunca visto, pasaba horas incontables observando los espermatozoides, como los llamamos hoy y, extrañamente, fue la lecha que un día extrajo de un bacalao lo que lo llevó a conjeturar, por casualidad, sobre la cantidad de personas que podrían poblar la Tierra.
En ese entonces nadie tenía la menor idea, pues se habían practicado muy pocos censos. Leeuwen- hoek partió del cálculo de que la población de Holanda ascendía a cerca de un millón de perso- nas. Luego, con ayuda de sus mapas y un poco de geometría esférica, determinó que la superficie terrestre habitada era 13 385 veces más grande que su país y, como resultaba difícil imaginar que todo el planeta estuviera tan densamente poblado como Holanda, que incluso entonces parecía sa- turada, llegó a la triunfal conclusión de que no podía haber más de 13 385 millones de personas en todo el orbe. Aquel cálculo, señala el biólogo poblacional Joel Cohen en su libro How Many People Can the Earth Support, bien pudo ser el primer intento de responder de manera cuantitativa una interrogante más imperiosa hoy que en el siglo XVII, y cuyas posibles respuestas nada tienen de entusiastas.
Los historiadores calculan que, en tiempos de Leeuwenhoek, la Tierra albergaba sólo unos 500 millones de seres humanos debido a que, luego del incremento paulatino a lo largo de varios milenios, la explosión poblacional apenas comenzaba a gestarse. Siglo y medio después, cuando otro científico anunció el descubrimiento de los óvulos humanos, la población mundial se había duplicado a más de 1 000 millones y otra centuria más tarde, en 1930, la cantidad de habitantes del planeta había vuelto a duplicarse a 2 000 millones. A partir de entonces, la aceleración del crecimiento ha sido pasmosa. Antes del siglo XX ninguna persona vivía lo suficiente para ver duplicada la población mundial, pero hoy hay quienes la han visto triplicarse. Según cálculos de la División de Población de Naciones Unidas (ONU), para finales de 2011 seremos 7 000 millones.
Aunque esa explosión se ha desacelerado un poco, no da visos de terminar y la causa no sólo es que ahora vivimos más tiempo, sino que hay tantas mujeres (1 800 millones) alcanzando la edad reproductiva en el mundo que la población está condenada a seguir aumentando durante varias décadas, incluso cuando cada una tenga me- nos hijos de los que habría concebido hace una generación. Para 2050, la cifra total podría elevarse a 10 500 millones o detenerse en el nivel de 8 000 millones (diferencia equivalente a, más o menos, un hijo por mujer). En opinión de los demógrafos de la ONU, el cálculo más aproximado se ubica en un punto intermedio y, según sus proyecciones, la población mundial podría ascender a cerca de 9 000 millones antes de 2050 (en 2045).
Es difícil no alarmarse frente a un crecimiento poblacional que, hoy, es de alrededor de 80 millones de individuos al año. Los mantos freáticos se agotan, la erosión del suelo avanza, los glaciares se derriten y nuestras reservas de peces desaparecen. Casi 1 000 millones de personas padecen hambre a diario y en unas cuantas décadas tendremos que alimentar 2 000 millones de bocas adicionales, sobre todo en países pobres. ¿Cómo funcionará esto exactamente?
Muchos hallarán consuelo en la idea de que la humanidad siempre ha manifestado alarma frente al crecimiento poblacional. El demógrafo francés Hervé Le Bras señala que, desde sus inicios, un halo apocalíptico ha acompañado la demografía. Pocos años después del hallazgo de Leeuwenhoek, uno de los fundadores de la Real Sociedad, sir William Petty, escribió algunos de los artículos seminales de este campo y calculó que la población mundial habría de sextuplicarse para el Día del Juicio, que se esperaba en unos 2 000 años. Llegada la fecha, la población superaría los 20 000 millones: mucho más de lo que el planeta puede sostener, afirmó Petty. «Y entonces, como presagian las Escrituras, habrán de desatarse guerras, grandes matanzas y demás», concluyó.