Hace 60 millones de años, en un planeta de mamíferos que reptaban, sobresalió un arborícola de finas alas: breve estampa de los murciélagos ancestrales.
Los adaptables murciélagos de Panamá
Hace 60 millones de años, en un planeta de mamíferos que reptaban, sobresalió un arborícola de finas alas: breve estampa de los murciélagos ancestrales que, dotados del vuelo y de la ecolocación, un sexto sentido, dominaron el cielo nocturno y medraron.
Aunque, desde entonces, estos animales han aumentado su número con rapidez -suman ya más de 1,100 especies en todo el mundo-, siguen encontrando formas inigualables de evitar los tumultos, y de esquivarse entre sí. La Isla Barro Colorado, que se ubica en el Canal de Panamá, es un escaparate de la innovación de los murciélagos.
Esta pequeña región de bosque tropical es el hogar de por lo menos 74 especies. Con tantos miles de murciélagos compartiendo las 1,500 hectáreas de la isla, resulta asombroso que las alas dentadas de estos quirópteros no se enreden mientras luchan por satisfacer sus necesidades básicas.
¿Cómo pueden vivir todos en paz sin ser presas de la competencia que habría llevado a la extinción a otras especies? Encontrando sus funciones ecológicas específicas en el bosque. Dónde descansan, qué comen y en qué parte del dosel del bosque vuelan, obedece a una lista de instrucciones genéticas que a cada especie le dicta la forma particular de aprovechar el verano interminable de la isla.
Algunas persiguen y atrapan insectos en el aire, mientras que otras succionan néctar y polen de las plantas que florecen de noche. Unas usan pulsos cortos de ecolocación, la cual es semejante a un sonar, para encontrar insectos en medio del tupido bosque; otras envían pulsos más largos para ubicar bichos en el aire.
Las variantes físicas reflejan estos hábitos característicos, como el murciélago pescador mayor, por ejemplo, que tiene garras semejantes a dagas y bolsas en el interior de las mejillas, en las cuales transporta el pescado que no se comió durante su vuelo.
O como algunos de los murciélagos nectarívoros, que poseen una lengua con cerdas y un mentón ranurado que les permiten recoger polen y néctar cuando meten el hocico en las flores de los árboles frutales. Las alas delgadas y largas son muy apropiadas para el murciélago que vuela muy alto; las compactas y anchas permiten dar giros rápidos al que vuela entre los árboles.
¿Orejas grandes? ¿Ojos pequeños? ¿Dientes caninos que desgarran carne? ¿Ornamentación carnosa nasal que aletea? Cada rasgo es una pista sobre cómo se gana la vida una especie determinada. El bosque tropical no sólo sustenta esta enorme diversidad: también depende de ella.
Los murciélagos esparcen semillas y polen, ponen un tope a las plagas herbívoras que podrían diezmar la flora y son, a su vez, alimento de otros animales selváticos: monos, búhos, halcones, otros murciélagos e incluso arañas grandes. Un ecosistema tan sano puede sustentar a una gran cantidad de criaturas, en especial si cada especie sabe cuál es su lugar.