Con un nombre que significa -trompa hermosa-, los peces Callorhinchus milii debería ser más gratos a la vista.
Aquí tenemos al pez elefante, pariente cercano de tiburones y rayas que vive en las profundidades del suroeste del Océano Pacífico. Esa gran nariz le sirve para hallar presas en la arena; como otros tiburones, detecta campos eléctricos débiles.
Aletas semejantes a alas, dientes fusionados y, sobre la cabeza de los machos, un órgano para enganchar a su pareja completan la bestia. Andrew Gillis, de la Universidad de Cambridge, usa el pez para estudiar el rol temprano de los genes en la formación de la anatomía. La evolución es eficiente, dice, modifica las formas existentes en vez de empezar otra vez.
Así, el mismo proceso resulta en la aleta de un pez o la mano de un mono. Y «solo unos cuantos ajustes al activar un gen en el huevo hacen que un pez como el temible tiburón de las películas se convierta en uno con una cara de elefante».
Un pez elefante adulto puede medir hasta 1.2 m de longitud. Vive a 180 m de profundidad pero migra a zonas poco profundas para desovar. Ocho meses después las crías dejan sus duros cascarones de 15 cm de longitud.