Como por magia, aparece este paisaje de arena en la costa noreste de Brasil, pero no es un espejismo.
Desde el aire, las dunas semejan sábanas blancas puestas a secar en una tarde de viento. De hecho, el nombre de este lugar, Lençóis Maranhenses, significa «sábanas de Maranhão», el estado de Brasil en la costa tropical noreste donde se encuentran las dunas en forma de media luna. Como quiera que se lo llame, es un desierto mágico con ola tras ola de reluciente arena blanca. Bancos de peces plateados nadan en brillantes pozas azules y verdes, dejadas atrás por las lluvias. Los pastores conducen caravanas de cabras sobre las dunas inmensas. Y los pescadores salen al mar guiados sólo por las estrellas y los fantasmas de antiguos naufragios.
«Se siente como un mundo paralelo», dice Carolina Alvite, ex directora del parque nacional de 1 550 kilómetros cuadrados creado hace tres décadas para proteger este ecosistema inverosímil. Es como si el mar cerca de las Bahamas apareciera súbitamente como un espejismo en medio del Sahara.
Sólo que en este desierto, el espejismo es real.
De hecho, de acuerdo con Antonio Cordeiro Feitosa, géografo de la Universidad Federal de Maranhão, según los estándares más técnicos, el Lençois no es en realidad un desierto. Caen aproximadamente 120 centímetros de lluvia al año en la región. Por definición, un desierto promedia menos de 25 centímetros anuales.
Y es precisamente la presencia de agua la que hace posible el paisaje de arena. Dos ríos cercanos, el Paranaíba y el Preguiças, llevan arena desde el interior del continente hasta el Atlántico, donde las corrientes oceánicas la impulsan hacia el Oeste. Gran parte del sedimento se deposita a lo largo de los 70 kilómetros de la línea costera del parque. Aquí, durante la estación seca, sobre todo en octubre y noviembre, un incesante viento del noreste lleva la arena hasta 48 kilómetros tierra adentro, esculpiendo dunas en forma de media luna de hasta 39 metros de altura, tan lejos como alcanza la vista. El ojo de Cordeiro también ve el movimiento perpetuo de Lençóis Maranhenses. En algunos lugares, estas dunas pueden avanzar hasta 20 metros por año. «El paisaje se transforma radicalmente cada ciclo estacional», dice Cordeiro.
Las lagunas surgen de nuevo cada año, después de que las lluvias de enero a junio llenan los valles entre las dunas. Algunos de estos cuerpos temporales de agua miden más de 90 metros de largo y hasta tres de profundidad. A principios de julio, cuando están a su máximo, pueden llegar a interconectarse cuando ciertos ríos, como el Negro, atraviesan las dunas. De esta manera, los peces tienen una ruta para migrar hacia las lagunas, donde se alimentan de otros peces o de las larvas de insectos enterradas en la arena. Unas cuantas especies de peces, como la tararira (Hoplias malabaricus), incluso pasan la estación seca durmiendo en el fango y salen cuando regresan las lluvias. Una vez que termina la época pluvial, estos cuerpos de agua se empiezan a evaporar en el calor ecuatorial; su nivel de agua puede disminuir hasta un metro por mes.
Peces e insectos no son los únicos residentes. Además de la gente que vive en pueblos alrededor de las dunas, 90 hombres, mujeres y niños habitan en dos oasis de las dunas, Queimada dos Britos y Baixa Grande, donde moran en cabañas de barro con techos de palma. Al igual que las dunas, cambian sus rutinas según las estaciones. En la estación seca crían pollos, cabras y ganado vacuno, cultivan yuca, frijoles y anacardos y recolectan fibras de las palmas de burití y carnaúba, que crecen cerca de las dunas, en la región costera, o restinga. Cuando llegan las lluvias y se hace más difícil plantar, la gente de los oasis se dirige hacia el mar, donde viven en campamentos de pesca en la playa. Ahí venden tarpones y otros peces salados y secos a comerciantes que los ofrecen en las ciudades.
En 2002 se pavimentó una carretera entre la capital de Maranhão, São Luís, y Barreirinhas, una ciudad de crecimiento rápido que ahora se promueve a sí misma como el punto de entrada al parque. Desde entonces, el turismo también se ha incrementado, con más de 60 000 visitantes al parque por año en la actualidad, y los paseos por las dunas en vehículos todo terreno se han convertido en una gran inquietud para los funcionarios del parque.
«Los vehículos están prohibidos en las dunas», dice Alvite, a quien le preocupa que estas actividades imprudentes constituyan una amenaza para los zarapitos y los charranes, así como para las aves que anidan aquí.
No es de sorprender que los forasteros quieran visitar este lugar de otro mundo, el campo de dunas costeras más largo de Brasil. Incluso quienes mejor lo conocen se sorprenden con esta belleza de cambio constante. Manoel Brito, el último patriarca de
Queimada dos Britos, acostumbraba mantener un rebaño de unas 500 cabras que vagaban libremente a través de la arena. Caminando por las dunas con su rebaño, se maravillaba de la manera como las dunas se mantienen en movimiento incesante. «Aquí todo parece siempre igual, me dijo una vez, pero cada día, si te fijas, la arena está en un lugar diferente. Dios creó estas montañas blancas e hizo que el viento jugara con ellas para siempre».
Este reportaje corresponde a la edición de Noviembre 2010 de National Geographic.