Si quedara abandonado en una isla del Pacífico, ¿dónde construiría su choza? Lo mismo se preguntó el explorador Daisuke Takahashi durante más de una década.
En busca del hogar de Crusoe Isla chilena proporciona pistas
Si quedara abandonado en una isla del Pacífico, ¿dónde construiría su choza? Lo mismo se preguntó el explorador Daisuke Takahashi durante más de una década. Sabía que Alexander Selkirk, corsario escocés que probablemente inspiró el clásico de Daniel Defoe de 1719 Robinson Crusoe, estuvo abandonado en una isla lejos de la costa chilena desde 1704.
Selkirk pasó allí cuatro años y cuatro meses antes de ser descubierto por dos barcos ingleses que se detuvieron a recoger agua y madera. Al ver al náufrago, el capitán de los navíos lo describió como «un hombre vestido con pieles de cabra, de aspecto más salvaje que las propietarias originales de aquéllas».
Aunque desde hace mucho los historiadores han sabido que la Isla de Robinson Crusoe, como hoy se le conoce, fue el refugio de Selkirk, el lugar donde se levantaba su hogar seguía en el misterio.
El bambú está en aprietos La deforestación global pone en peligro su hábitat
En China, el bambú es símbolo de la buena fortuna, pero es posible que a la planta se le esté acabando la suerte. Un informe publicado en 2004 por el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (UNEP, por sus siglas en inglés), alerta que la mitad de las 1 200 especies de bambú en el mundo podría estar camino a la extinción por la destrucción del hábitat.
Aunque la mayor parte de las plantas crecen con rapidez con muchos nuevos brotes cada año, su supervivencia a largo plazo depende de la floración. No importa en qué parte del mundo se encuentren, todas las plantas de bambú de la misma especie florecen simultáneamente, producen semillas y pronto mueren. Algunas especies florecen cada año, otras esperan 120 años. Cualquiera que sea el tiempo que tarde, la floración debe suceder para que una especie se perpetue.
Soldados de Napoleón
Los obreros de la construcción que descubrieron una tumba común en Vilnius, Lituania, creyeron que habían hallado víctimas del Holocausto o la KGB. Pero resulta que los restos pertenecieron a tres mil miembros del Gran Ejército de Napoleón que murieron de hambre, frío y cansancio cuando regresaban del ataque a Moscú, en 1812.
El 10 de diciembre de ese año, los comandantes de Napoleón huyeron de Vilnius, dejando atrás a soldados muertos o agonizantes. Las fuerzas rusas llegaron apenas unas horas después. En los meses siguientes enterraron los cuerpos en las mismas trincheras que el Gran Ejército excavó durante su marcha a Moscú.