Un islam más tolerante afronta al extremismo en el país musulmán más poblado del mundo.
ATIENDE LA PUERTA ÉL MISMO. No lo asisten guardias armados, no hace ningún intento por ocultarse. Abu Bakar Baasyir vive en una modesta casa de una planta en los terrenos del internado que ayudó a fundar en el tranquilo poblado de Ngruki, en medio del altiplano central de la isla principal de Indonesia, Java. Baasyir tiene 71 años, es delgado como un tallo, lleva barba de candado y tiene ojos oscuros vivarachos ampliados por gafas con montura de oro. Es el presunto dirigente espiritual del grupo militante islámico Jemaah Islamiyah, al que se ha relacionado con por lo menos media docena de atentados con bombas en Indonesia durante la última década, incluidas las devastadoras explosiones en clubes nocturnos de Bali en 2002 y, quizá, los atentados suicidas registrados en hoteles de lujo de Yakarta el verano pasado.
Baasyir niega su participación en la violencia y, cual exitoso capo de la mafia, ha evitado que se demuestre alguna conexión suya con cualquier ataque. Cumplió dos condenas en prisión (en total menos de cuatro años) por cargos menores que no se relacionaban directamente con los atentados. Sin embargo, el internado islámico que fundó fue a todas luces el centro de una red de «yihadistas» que intentaban crear un Estado islámico en Asia sudoriental; muchos de los egresados de Ngruki han sido declarados culpables de participar en los principales atentados con bombas. Quedan pocas dudas en cuanto a que las enseñanzas de Baasyir sirvieron de inspiración a cientos, quizá miles, de asesinatos, así como a ataques en contra de grupos musulmanes «desviados» y no están en la corriente dominante del islam. Con todo, él mismo abre la puerta principal de su casa. «Adelante ?dice en bahasa indonesia, idioma oficial del país?. Tomen un vaso de jugo».
Lleva puesta una camisa larga y holgada, gorro blanco y un gran reloj de pulsera. En su sala no hay sillas ni cuadros, sólo los blanquísimos muros, una maceta con una planta, una mesa baja que soporta un recipiente de plástico con galletas de sésamo. Se sienta en el piso, descalzo, sobre un tapete color verde pasto. Su hijo adulto, Abdul Rahim, sirve jugo de melón en vasos altos y transparentes.
«No hay violencia en el islam ?afirma Baasyir, con su voz grave y áspera, moviendo la mano izquierda como un director de orquesta?. Pero si los enemigos ponen obstáculos, entonces tenemos derecho a emplear la violencia en respuesta. Eso es lo que llamamos ?yihad?. No hay vida más noble que morir como mártir de la yihad». Alaba el 11 de septiembre y los atentados con bombas en Bali. No fueron, insiste, actos de terrorismo, sino sencillamente «reacciones a lo que han hecho los enemigos del islam».
Indonesia se esconde en un apartado rincón del mapa mundial, una pluralidad de islas justo al norte de Australia, pero donde la violencia puede tener repercusiones globales. Es el país musulmán más poblado del mundo, hogar de 207 millones de seguidores de esta religión (36 millones más que el segundo país musulmán más grande, Pakistán, y dos tercios de todos los países del Medio Oriente combinados). Es extremadamente devoto; una encuesta reciente de Pew Global Attitudes halló que Indonesia era uno de los países más religiosos del mundo. Es también una democracia floreciente, la tercera mayor del mundo después de India y Estados Unidos.
Sin embargo, es una democracia nueva, que apenas está aprendiendo a caminar (ha transcurrido poco menos de un decenio desde que el virtual dictador del país, Suharto, fue depuesto). El final de su gobierno dotó a los indonesios de una nueva libertad de expresión, aunque también incitó a personas de ideas radicales, como Baasyir, quien había afinado sus perspectivas extremistas durante un prolongado exilio en Malasia, adonde huyó después de su arresto por oponerse a Suharto. Un año después de los atentados con bombas en Bali, en 2002, ocurrió el primero al Hotel J.W. Marriott en Yakarta; luego, en 2004, un atentado en contra de la embajada de Australia, también en Yakarta, y en 2005 un triple ataque suicida, de nuevo en Bali. Además, hace apenas unos meses, después de una prolongada interrupción durante la cual muchos expertos creían que la amenaza de terrorismo había disminuido, sucedieron los atentados con bombas en el Hotel Ritz-Carlton y, de nuevo, en el J.W. Marriott. Estos son acontecimientos dispersos en un país vasto, pero a decir de un refrán indonesio, «sólo hace falta un poquito de veneno para echar a perder toda la leche».
En efecto, las 17?500 islas de Indonesia podrían parecer, por momentos, muchas canicas sobre una mesa inestable. Una sutil inclinación y todas rodarían en una dirección. Apenas en 2005, Indonesia parecía inclinarse hacia el radicalismo islámico, alimentando los temores occidentales de que se convertía en refugio de terroristas. Durante varias décadas, la sociedad indonesia se había vuelto abiertamente más islámica: subió la asistencia a las mezquitas y la vestimenta musulmana se volvió popular. En fechas más recientes, un número creciente de gobiernos distritales comenzó a promulgar normas inspiradas en la sharia, o ley islámica, e iba en ascenso el apoyo a los partidos políticos islámicos. Cada vez en mayor medida, los grupos islámicos militantes que abogaban por una lucha violenta para que Indonesia volviera a ser una república islámica parecían ahogar las voces de la mayoría de los musulmanes indonesios, quienes piensan que su fe puede coexistir sin complicaciones con la modernidad y los valores democráticos.
En los últimos años, no obstante, aunque los indonesios siguen adoptando el islam con gran fervor en su vida privada, se ha evidenciado que la mayoría no quiere que se imponga la religión en la esfera política. «Muchísimas personas equiparan la devoción musulmana con la radicalización ?menciona Sidney Jones, especialista en Indonesia de la organización sin fines de lucro International Crisis Group, quien ha vivido más de 30 años en el país?. En Indonesia hay muchos ejemplos de por qué la noción es errónea». A medida que los políticos islámicos se han movilizado para normar los códigos de vestimenta de la mujer y prohibir actividades como el yoga, los moderados han comenzado a hacer oír sus voces. En las elecciones parlamentarias indonesias de abril pasado, los candidatos respaldados por organizaciones musulmanas recibieron menos de 23?% de los votos, una baja con respecto al 38?% de 2004.
Aunque los recientes atentados con bombas son un revés, a últimas fechas Indonesia ha sido un ejemplo de cómo poner freno al extremismo violento. En los últimos cinco años, las autoridades han arrestado a por lo menos 200 miembros de Jemaah Islamiyah, aunque algunos fugitivos peligrosos siguen sueltos. Muchos radicales han pasado a la defensa del establecimiento de una ley islámica. Incluso Abu Bakar Baasyir, desde su liberación de la cárcel en 2006, se ha distanciado de las facciones más militantes de Jemaah Islamiyah y ha comenzado a promover la lucha por la sharia como el camino de los musulmanes para alcanzar su objetivo de transformar un país democrático en una república islámica.
Baasyir cree que cualquier organismo legislativo creado por el hombre ?un congreso, un tribunal de justicia? es un insulto a la soberanía de Dios. «Alá ha enviado un manual de cómo tratar a los seres humanos ?afirma?. Ese manual es el Corán». Desde su perspectiva, no hay necesidad de ningún otro código. «El islam y la democracia ?concluye? no pueden coexistir». Ahora que Suharto no está en el poder y el gobierno centralizado se ha debilitado, los distritos locales pueden decidir por sí mismos si habrán de instituir normas basadas en la sharia. Donde esto se ha hecho, sostiene Baasyir, todo está mejor. Mucho mejor. «Vaya y mire usted mismo», dice.
LA PROVINCIA DE ACEH, en el costado occidental del archipiélago indonesio, es quizá ahora mejor conocida por sufrir un golpe directo del tsunami de diciembre de 2004 que mató a más de 160?000 indonesios, pero durante siglos ha sido reconocida como una de las zonas musulmanas más devotas de toda Asia. Según el lema oficioso de Aceh, esta es la «veranda de la Meca», y muchos de sus residentes parecen sentarse en este porche de espaldas al resto de Indonesia, adoptando un islam más cercano al que existe cruzando el océano, en la Península Arábiga. En este lugar, más que en cualquier otra parte de las islas, las personas observan un estricto código de conducta islámico. En 1999, el gobierno nacional preparó el camino para que Aceh se convirtiera en la primera provincia del país en establecer la sharia como derecho penal.
Devi Faradila es una elegante señora de 35 años, madre de dos hijos y parlamentaria de la provincia de Aceh. Cuando visité el lugar, ella era la lideresa de la unidad femenina perteneciente a la patrulla de la sharia de Banda Aceh, fuerza municipal encargada de vigilar el cumplimiento de las normas locales en la capital de la provincia. Un viernes típico (día en que, de acuerdo con la ley de Aceh, todos los varones musulmanes deben asistir a la mezquita), Faradila dispuso su unidad para cumplir con su deber, interrumpiendo una partida de tenis de mesa en el local de la estación, moviendo el dedo a un par de oficiales que enviaban mensajes de texto.
Faradila y 13 patrulleras se pusieron unas gorras de beisbol que completaban sus uniformes (zapatos, pantalones y blusas negros y pañuelos verde limón en la cabeza) y se apilaron en una camioneta equipada con altavoces. Faradila, en el asiento del conductor, se aplicó una capa nueva de lápiz labial y se puso unos guantes de cuero y unas gafas de sol con lentes de espejo. Su adjunta saltó para sentarse a su lado. El resto de las mujeres tomó asiento en la caja de la pickup.
La camioneta se desplazó lentamente por la ciudad; Faradila lanzaba un flujo constante de anuncios por los altavoces. «¡Apresúrense, señores! Las oraciones del viernes están por comenzar». «Interrumpan todas las actividades. Es hora de rezar». Los hombres que estaban en las calles o en almacenes (un vendedor de tapetes, un fabricante de muebles, un vendedor de frutas, un albañil) giraron la cabeza y miraron sorprendidos. Algunos consultaron sus relojes. «Hoy es viernes. Rezar es obligatorio para los varones».
A medida que se acercaba la hora del rezo, las súplicas de Faradila se tornaron menos corteses: «¡Cierre su almacén!», «¡Encuentre la mezquita más cercana!». La camioneta se detuvo frente a un edificio derruido de dos plantas, un mercado de pescado y estudio de artistas, conocido lugar para bebedores. La brigada saltó del camión (mitad Ángeles de Charlie, mitad talibán). Pillaron a dos hombres rápidamente. Eran pescaderos, dijeron, y olían muy mal como para asistir a una mezquita abarrotada. De cualquier modo, las mujeres les formularon cargos.
Un folleto ampliamente distribuido, Breve mirada al islam de la sharia en Aceh (la portada muestra cómo azotan a un hombre), describe las normas a grandes rasgos. Si te descubren apostando: de 6 a 12 azotes. Por alternar de manera indecorosa con el sexo opuesto: de 3 a 9. Por beber alcohol: 40. Por dejar de rezar tres viernes consecutivos: 3 azotes. La vara, de acuerdo con el folleto, debe ser de ratán y medir de seis a ocho milímetros de espesor. En la estación de la patrulla de sharia de Banda Aceh se exhibían dos fuetes, tan largos como bastón y tan veloces como matamoscas. Había un álbum de fotos lleno de imágenes de azotamientos; más de 100 han ocurrido desde 2005. El hombre que los aplica lleva una toga color marrón, guantes blancos y una capucha que le cubre la cara. Las multitudes son enormes. Las encuestas indican que, aunque la mayoría de los indonesios afirma que desea la sharia como base de la vida pública, les inquieta la imposición de castigos corporales de ese tipo. Fuera de Aceh, la aprobación de normas con base religiosa ha sido poco sistemática; en algunos distritos se prohíben los juegos de azar, tomar bebidas alcohólicas o se exige que las mujeres lleven velo. Sin embargo, estas normas suelen ser promulgadas por políticos seculares, quienes ven las normas islámicas como una manera de lograr el favor de sus electores piadosos o distraer la atención de la corrupción en curso. En el futuro, dicen los expertos, jugar la «carta del islam» quizá no tenga la fuerza populista que tuvo hace tres o cuatro años.
EL ISLAM FUNDAMENTALISTA es un artículo de importación muy reciente en Indonesia, donde una forma más relajada, si no menos ferviente, de la religión ha dominado desde hace mucho tiempo; suele llamársele el «islam sonriente». En principio, el islam llegó ahí de la forma como la mayoría de las cosas llegan a las islas, por mar. El suelo volcánico es ideal para cultivar especias y hacia el siglo xii la mayoría de los comerciantes que llevaban a Occidente pimienta, nuez moscada y clavo eran musulmanes del Medio Oriente. Para los productores indonesios, convertirse al islam tenía ventajas: los socios comerciales preferían a camaradas creyentes.
La difusión del islam en Indonesia fue gradual y pacífica. Lo que se llevó un siglo frenético y sangriento en el Medio Oriente tomó un pausado medio milenio en Indonesia. Dispersos en casi 5?000 kilómetros de mar, en las islas había cientos de grupos étnicos y de prácticas religiosas. El islam contribuyó a integrar en una sola cultura regional a pueblos antes separados. Cuando la Compañía Holandesa de las Indias Orientales logró el dominio del comercio de las especias en el siglo xvii, el islam se había difundido a casi todas las sociedades costeras de Indonesia. «El islam tuvo tanto éxito en su llegada a Indonesia porque pudo armonizar la cultura y las religiones que ahí existían ?afirma Syafii Anwar, director ejecutivo del Centro Internacional para el Islam y el Pluralismo en Yakarta?. Incluso en la arquitectura de las mezquitas se incorporó el estilo local».
Sin embargo, cuando el reacomodo internacional posterior a la Segunda Guerra Mundial abrió el camino para que se independizara del gobierno holandés, el primer presidente de Indonesia, Sukarno, eligió no establecer una religión de Estado. Él sentía que crear una república islámica distanciaría a la minoría de la población que no era musulmana; la madre de Sukarno mismo era de ascendencia hinduista balinesa y su padre, musulmán. El segundo presidente de Indonesia, Suharto, tomó el poder en 1966, tras la explosiva violencia anticomunista que mató a medio millón de personas y, por un momento, logró apagar las hostilidades y promover el crecimiento económico. Sin embargo, su régimen fue represor y se militarizó. La renuncia de Suharto, en 1998, fue disparada por un movimiento en favor de la democracia encabezado por estudiantes, en su mayoría musulmanes, formado por unos cuantos millones de personas, acontecimiento que algunos historiadores han citado como un hito en el islam contemporáneo.
El final del régimen de Suharto, empero, también acrecentó un cisma en la comunidad musulmana entre quienes apoyaban la integración tradicional del islam en el país con las creencias locales y quienes buscaban «purificar» el islam, quitándole su sabor regional. El conflicto continúa hoy día, alimentado en parte por ideas y prácticas que se originan en el estricto «wahabismo» de Arabia Saudita, que ha financiado universidades islámicas e internados en toda Indonesia.
En casi todo el país el islam continúa fundiéndose con una multitud de fes y tradiciones religiosas de origen indígena. La ejecución rítmica de tambores, otrora asociada estrictamente con ceremonias autóctonas, suele realizarse antes de la llamada al rezo musulmán y anteceder la emisión del canto habitual desde los minaretes de las mezquitas. Un grupo islámico de la isla de Lombok incluso bebe en sus celebraciones un vino de palma elaborado de manera tradicional, aunque el Corán advierte contra cualquier consumo de alcohol.
QUIZÁ LA EXPRESIÓN POR ANTONOMASIA del islam sonriente puede hallarse en Yakarta, la desordenada y frenética capital de Indonesia, donde se construyen extravagantes centros comerciales y cines con nombres como Hypermart y Blitzmegaplex, y lujosas torres de departamentos colindan con barriadas atestadas. Allí, en una calle lateral de grava, se halla la atiborrada y polvorienta oficina de Ki Demit. Ki es el sobrenombre honorífico concedido a los místicos indonesios. Ki Demit, cuyo nombre significa «pequeño fantasma», tiene 28 años y cara de bebé, es hijo de otro ki ?Gran Fantasma?, así como nieto y bisnieto de místicos. «Provengo de la estirpe más mágica de Indonesia», señala.
En casi todo el Medio Oriente, una afirmación de ese tipo sería herética (está prohibido en el islam cualquier suceso paranormal no atribuido a Alá), pero en la sala de espera de Ki Demit está el menú de sus hechizos grabado en un batik negro. Estos incluyen: santet (enviar un maleficio), pelet (obtener un amante), kekebalan (inmunidad de lesiones) y kejantanan (destreza en la cama). Una pared está cubierta de fotografías de celebridades ?una estrella de telenovelas, un cantante, un comediante?, quienes han buscado la ayuda de Ki Demit o de su padre.
Los clientes de Ki Demit se sientan en el piso, frente a él, con las piernas cruzadas; arriba, un ventilador de techo que chirría; la habitación atiborrada de velas y botellas de perfume, así como sartas de cuentas para los rezos y cuchillos antiguos. «Pero no quiero competir con Dios. Sólo soy su mediador». Al concluir muchas de sus sesiones le dará al cliente un puñado de flores secas que según él están imbuidas de poderes sobrenaturales. Una vez que el cliente toma un baño con las flores, dice, comienza su hechizo. «Soy un buen musulmán ?insiste Ki Demit?. Desde luego que rezo cinco veces al día. Desde luego que observo el ramadán; pero mucho antes de que el islam llegara a Indonesia, mis antepasados practicaban estos rituales. Mi padre me adiestró como ki y cuando yo tenga un hijo, desde luego, lo adiestraré. Abrazo fuertemente al islam, pero me aferro estrechamente a mis poderes. No se puede jugar con este poder».
DEL OTRO LADO DE LA CIUDAD, con respecto a la oficina de Ki Demit, está el estudio de televisión donde la cantante y conductora de un programa de entrevistas, Dorce Gamalama, grababa su programa diario (antes de que terminara en mayo pasado). Es la Oprah de Indonesia, famosa por su apodo, Bunda, que significa «madre». Grabó su último programa en el estudio frente a un público compuesto en su mayoría por mujeres de mediana edad con pañuelos en la cabeza; los musulmanes conservadores parecen ser sus principales admiradores, quizá porque Dorce misma, bajo la intensa energía y electrizantes sonrisas, es una musulmana devota. Cerca de su casa, en Yakarta, ha construido su propia mezquita.
Ah, otra cosa: Dorce nació varón. Es transexual. Ha tenido su «dolencia», como la llama, toda la vida, y tuvo una operación de cambio de sexo a los veintitantos. Ha estado casada dos veces, las dos con hombres. Posee 300 pares de zapatos y 1?000 pelucas. Canta, baila y dice chistes levemente subidos de tono. No está exenta de hacer el ridículo ocasionalmente.
«Soy una persona normal ?afirma?. Me comporto como una mujer. ¡Incluso soy mojigata! Nada de relaciones sexuales conmigo antes del matrimonio». Cuando le preguntamos si su fe va siempre antes que su carrera, pareció ofendida. «Mi vida ?me dijo? es para Dios».
ESO ES LO QUE TODO EL MUNDO DICE: los militantes, los místicos, la policía de la sharia, la estrella de la televisión. Unidos en su devoción por Dios, divididos en cómo, precisamente, se debe expresar esa devoción. La versión del islam que capte las mentes de la siguiente generación (el islam sonriente, y tolerante, o el tipo austero y a veces violento promovido por los extremistas) podría determinar el rumbo que tome Indonesia y quizá brinde un modelo para el futuro del islam en el mundo. Los internados islámicos del país son lugares en los que se puede juzgar su dirección, en especial el que se localiza al final del bucólico sendero en Ngruki, donde Abu Bakar Baasyir imparte clases.
Cerca de 1?500 estudiantes, unas cuantas niñas más que niños, asisten a la escuela que ofrece enseñanza secundaria y media superior. Viven en dormitorios, de 20 a 30 por habitación, y duermen en colchones sobre el piso.
Noor Huda Ismail es un ex estudiante de Ngruki, hoy tiene 36 años y es experto en cuestiones de seguridad en Asia sudoriental, a quien contraté para que me ayudara a conseguir las entrevistas para este artículo. Después del primer atentado con bombas en Bali, dice Ismail, el gobierno indonesio envió un equipo de investigación a Ngruki. Los resultados no fueron concluyentes. «No había nada en concreto relacionado con el terrorismo en los planes de estudio ?menciona Ismail?. La cara pública de Ngruki era como cualquier otra. No era clandestina, a menos que uno fuese ?elegido?».
Cuando estuvo en Ngruki, Ismail fue, en efecto, elegido. «Mi adoctrinamiento tuvo lugar fuera de clases ?afirma?. Comenzó en pequeñas reu-niones, de estudiantes y maestros durante deportes o las caminatas diurnas. Me dijeron que nuestros enemigos son fuertes». Él era un candidato ideal, cree, dado que sabía hablar inglés y árabe.
«Justo antes de terminar el bachillerato ?dice Ismail?, me invitaron a la casa de un maestro. Me senté sobre una estera en el piso. La luz era tenue. Éramos tres estudiantes. El mensaje era que el islam es la única salvación posible y si quería ir al cielo, tenía que unirme a la brigada. Tenía 15 años». Uno de los compañeros de habitación de Ismail era Hutumo Pamungkas, quien purga una condena de cadena perpetua por su participación en los atentados con bombas en Bali. «Escandaliza pensar que más de nosotros no nos volviésemos extremistas», declara Ismail.
Robert W. Hefner, antropólogo que ha estudiado la política musulmana en Indonesia, cree que el extremismo islámico ha perdido mucho de su impulso en el archipiélago, aunque podría ser imposible detener todos los ataques. Parte considerable del crédito pertenece a la policía indonesia, que no sólo ha arrestado a cientos de musulmanes extremistas, sino que ha tenido éxito en la «desradicalización» de algunos militantes presos al ofrecerles visitas conyugales y becas para sus hijos. El cambio, no obstante, también es resultado de una actividad que, por décadas, han realizado los educadores indonesios para implementar reformas en sus escuelas. Desde 2004, todos los estudiantes que ingresan en el sistema islámico estatal deben tomar cursos de civismo, derechos humanos y democracia. Incluso Ngruki, pese a su reputación de semillero de radicales, acepta las directrices gubernamentales.
Al fin y al cabo, Indonesia podría ser demasiado grande y multiforme para adherirse a cualquier definición limitada del islam. Aun algo tan secular como el lanzamiento de la versión indonesia de American Idol puede ser una plataforma para la diversidad islámica. Durante una temporada reciente, las dos concursantes finales eran mujeres musulmanas. Una llevaba velo, la otra no. A nadie pareció importarle. El lema nacional de Indonesia, después de todo, es «Bhinneka tunggal ika» (unidad en la diversidad).
«El islam es en Indonesia un enorme manto bajo el cual todas las voces pueden hablar entre sí», afirma Robin Bush, de Asia Foundation. Los grupos marginales, señala, pueden recibir una atención desmedida de los medios y atemorizar a la gente para que no los denuncien públicamente. Pueden incluso enviar ataques suicidas a hoteles, pero su alcance no se ha extendido a las urnas.
Desde luego, eso podría cambiar. La persistente corrupción gubernamental, otro dirigente parecido a Suharto, un imán carismático que pueda cohesionar a los desafectos, cualquiera de estos casos podría modificar el equilibrio en Indonesia.
«Si nuestro gobierno secular no cumple, Jemaah Islamiyah contará con muchos inquietos para reclutar ?dice Ismail?. Creo que estaremos en una evolución constante. Cuando las influencias occidentales se vuelvan muy fuertes, los elementos musulmanes se harán más ruidosos. Cuando las voces islámicas suban demasiado, se elevarán las voces seculares. Siempre será así. Suben y bajan. Suben y bajan. Bienvenidos a Indonesia».
Este reportaje corresponde a al edición de Octubre de 2009 de National Geographic.