Un banco de alimentos busca que la preocupación de los jóvenes en EU sea estudiar y no carecer comida.
Cincuenta dólares para pasar la semana puede resultar muy justo. Paul Vaughn, estudiante de la Universidad George Manson en el estado norteamericano de Virginia, conoce demasiado bien esa sensación de vértigo. Hubo un tiempo en el que tenía dos empleos, pero ni aún así le alcanzaba el dinero.
«Casi tan malo como el hambre es el estrés de saber que pasarás hambre», contaba recientemente al diario «The Washington Post». Y el suyo no parece ser un caso aislado.
«Es cierto que hay estudiantes que se van a la cama con hambre o que no saben qué comerán mañana», afirma Nate Smith-Tyge, director del banco de alimentos para los estudiantes de la Universidad MSU, en Michigan.
La organización, fundada por estudiantes en 1993, tiene por lema «estudiantes que ayudan a estudiantes». Entre 30 y 40 universitarios reparten cada dos semanas paquetes de alimentos a los compañeros que no llegan a fin de mes.
«Intentamos reducir el estrés de los alumnos por procurarse la comida para que puedan concentrarse más en sus estudios», explica Smith-Tyge. En el banco de alimentos hay desde pan a pasta o fruta, todo financiado a través de donaciones.
«Instamos a la gente a que se lleve todo lo que necesite, pero no más de lo que necesite», y por lo general, funciona bien. Anualmente, el banco de alimentos de la MSU ayuda a más de 4,000 estudiantes.
Que la demanda de este tipo de organizaciones sea elevada se debe, entre otros factores, a las elevadas tasas universitarias en Estados Unidos. Según la asociación College Board, en el último decenio éstas aumentaron un 25 por ciento en los centros privados y un 51 por ciento en los estatales.
Así, las tasas oscilan actualmente entre 3,000 y 40,000 dólares al año. De manera que si el sueldo de los padres no es elevado o no se consigue una buena beca, la situación financiera de los alumnos puede complicarse.
Para muchos, esto desemboca en una montaña de deudas: según un sondeo del instituto financiero Fidelity, en 2013 en torno a un 70 por ciento de los graduados estadounidenses habían pedido créditos y, de media, abandonaban la universidad con unas deudas de 35,000 dólares (unos 25,000 euros).
A esto hay que sumar que, con frecuencia, la oferta para almorzar en los campus suele ser cara. Esto se debe a los «meal plans» (planes de comidas) que en muchas universidades se compran antes de que comience el semestre.
El concepto es similar al de las tarjetas telefónicas prepago: los estudiantes adquieren un determinado número de almuerzos que pueden canjear a lo largo del semestre. En la Universidad Americana de Washington, por ejemplo, el paquete más económico cuesta unos 1,500 dólares y comprende 75 almuerzos. Si se quiere un número ilimitado de platos, hay que pagar cerca de 3,000 dólares.
Aunque a nivel federal en Estados Unidos no hay estadísticas sobre el número de universitarios que pasan hambre, hay investigaciones que sostienen que no se trata de un problema aislado. En 2011, un 23 por ciento de estudiantes de la City University de Nueva York reconoció haber pasado hambre en ocasiones por falta de dinero.
En la Universidad de Oregón Occidental, en la costa oeste del país, una encuesta reciente revelaba que a casi el 60 por ciento de los estudiantes le preocupaba no disponer de suficiente dinero para alimentarse.
El banco de alimentos de la MSU se ocupa justamente de atender a este tipo de alumnos, y no es el único. «Poco a poco, otras universidades también se están dando cuenta de que cada vez más estudiantes no saben de dónde sacarán su próximo almuerzo», señala Smith-Tyge.
Actualmente hay bancos de alimentos en más de 120 centros de enseñanza superior en el país, como la Universidad de Missouri, en el centro-oeste, o la Universidad del estado de Oregón, en la costa oeste. Hace cinco años, sólo existían nueve.
Con todo, el director del banco de alimentos de la MSU mira con preocupación al futuro: «Nuestro banco de alimentos es algo realmente positivo, pero no constituye una solución a largo plazo».