Joshua Silver, profesor de física de la Universidad de Oxford, propone una solución simple y brillante.
Más de 1,000 millones de personas en el mundo en vías de desarrollo necesitan anteojos. Pero los oculistas no se encuentran en cada esquina en el África subsahariana. En algunos lugares la proporción es de uno por millón de residentes.
Para enfrentar el problema, Joshua Silver, profesor de física de la Universidad de Oxford, llegó con una solución simple y brillante: un par de anteojos, a un costo aproximado de 19 dólares, ajustables por el usuario.
Se inyecta aceite de silicón en un hueco entre dos láminas de plástico, hasta que el lente proporcione una visión nítida. La investigación de campo del inventor muestra que la corrección puede ser mejor que la de los lentes prefabricados que se venden en tiendas.
Como director del nuevo organismo no lucrativo Centre for Vision in the Developing World, Silver prevé 1,000 millones de pares para 2020. Hasta el momento, en África y Europa Oriental se están usando 30,000 pares, dos tercios de ellos distribuidos a través de programas de ayuda militar de EUA.
Los anteojos parecen de «cerebrito», pero hay pocas quejas. Silver recuerda al primer receptor, en Ghana en 1996: un sastre en sus treintas, cuya vacilante visión de cerca le hacía casi imposible enhebrar una aguja.
El sastre ajustó los lentes, enhebró la aguja en su máquina y comenzó a coser a gran velocidad. «Nunca olvidaré ese momento -dice Silver-, hasta que pierda completamente la memoria».