Un lugar lleno de contradicciones tras haber gozado la gloria y un drástico cambio poblacional.
En vísperas de que estallara la Gran Guerra, Sarajevo vivía un auténtico florecimiento como capital de Bosnia-Herzegovina. Aunque el imperio austro-húngaro había conquistado el país balcánico en 1878 y se lo anexionó tres décadas después, la cúpula de Viena modernizó la ciudad a pasos gigantescos.
De los entonces 50,000 habitantes de Sarajevo, 36% eran musulmanes, 35% católicos, 16% serbo-ortodoxos y 12% judíos. Y lo más importante: en torno a un tercio de la población era extranjera.
Comerciantes, oficiales y funcionarios llevaron un nuevo estilo a la ciudad, afirma la historiadora Amila Kasumovic, de la Universidad de Sarajevo. Y eso se reflejó en la moda, la planificación urbanística, el estilo de vida y la construcción de la economía, la justicia y la administración.
Hoy en día, según el último padrón -del año pasado- actualmente residen en Sarajevo unas 300,000 personas, en su mayoría musulmanes. Este cambio poblacional se debió principalmente a la guerra civil (1992-1995), pues sobre todo los sirios se vieron obligados a abandonar la zona.
En 1697, el príncipe Eugenio de Saboya redujo a cenizas la ciudad con sus más de 120 mezquitas. Y después de que Austria la conquistara definitivamente casi dos siglos más tarde, comenzó su vertiginosa reconstrucción: se solucionaron los problemas de abastecimiento de agua y desagües, se controló el cauce del río Miljacka, temido por sus frecuentes crecidas, y la ciudad fue iluminada con faroles de gas.
De esa época data también el estilo neo-morisco del ayuntamiento de la ciudad y su catedral. Además, numerosos palacetes y edificios administrativos o de la Justicia, con imponentes fachadas, adornaban la imagen de Sarajevo cuando el 28 de junio de 1914, el archiduque Francisco Fernando de Austria y su esposa fueron asesinados por el serbo-bosnio Gavrilo Princip en un atentado considerado como el detonante de la Primera Guerra Mundial.
Ayuntamiento de Sarajevo
Sin embargo, toda esta nueva infraestructura, a la que se sumaban hospitales, mercados, tranvías y ferrocarriles, fue reducida a escombros durante la Guerra de Bosnia. Las tropas serbias sitiaron la ciudad durante casi cuatro años, 1,425 días en las que todo fue sistemáticamente destrozado. Así, 300 años después, Sarajevo volvía a ser una ciudad fantasma que fue reconstruida gracias a la ayuda internacional.
Hoy en día, el aspecto oriental -para los estándares europeos- de la ciudad, con sus renovadas mezquitas y especialmente su bazar Bascarsija, es uno de sus atractivos turísticos. La mayoría de visitantes proviene de Turquía y Kuwait, dos países que contribuyeron notablemente a la reconstrucción. Los antiguos habitantes serbios y croatas de Sarajevo sostienen que la capital se está convirtiendo en un centro puramente musulmán.
La imagen actual de la ciudad está llena de contradicciones: por un lado, mujeres con velo y mezquitas como la gigantesca Rey Fahd, construida con millones procedentes de Arabia Saudí y refugio de wahabitas, y por otro, ciudadanos vestidos a la moda occidental. Aún es difícil de pronosticar qué tipo de sociedad se impondrá en Sarajevo en el futuro.
En cualquier caso, la capital bosnia tuvo su última gran intervención internacional con un acontecimiento mundial: los Juegos Olímpicos de 1984. La entonces Yugoslavia realizó grandes sacrificios para que fuera posible celebrar los juegos en un admirado ambiente multicultural. Actualmente, las instalaciones deportivas de antaño están desmoronadas y no queda rastro de lo multinacional.