No hay vuelta atrás. Eso lo sabe muy bien Hombre de Hierro.
China se ocupa de una nueva generación de «trabajadores modelo»
No hay vuelta atrás. Eso lo sabe muy bien Hombre de Hierro. El autobús empieza a descender por un polvoriento camino con profundos surcos de neumáticos, en la aldea de Dongfa, alejando al joven obrero y a su esposa de ese pueblo fantasma cercano a la frontera con Rusia.
Con dificultades, la pareja se hace un lugar en el asiento trasero; ella lleva una mochila de color azul brillante; él, la deslustrada pesadumbre de la historia. Hace 26 años, sus padres lo llamaron Wang Tieren (tieren significa Hombre de Hierro), en honor al venerado ícono comunista cuyo desinteresado y arduo trabajo simbolizara el poder industrial del noreste de China, una región donde las fábricas y los hornos administrados por el Estado alimentaron los sueños comunistas de la República Popular China .
El nuevo Hombre de Hierro que viaja a bordo del autobús -silencioso, demacrado, con una mirada de preocupación que le hace fruncir el ceño- personifica a esa misma región, ahora enfrentada al desafío de una nueva época: mientras otras regiones de China prosperan en el frenético dinamismo hacia una economía de mercado, la otrora orgullosa Manchuria (como se le conoce en el exterior) atraviesa tiempos difíciles y, al igual que Wang Hombre de Hierro, busca una solución a sus problemas.
Mientras el autobús se aleja, Wang pierde la mirada en la distancia y Sun Jing, su esposa, se cubre la cabeza con los brazos. Ninguno de los dos se atreve a asomarse por la ventanilla para echar un vistazo a lo que dejan a sus espaldas: su pequeña hija de dos años, Siting, acurrucada en los brazos del padre de Wang.
Se separaron de ella por primera vez hace un año, a los 10 días de que Sun terminara de amamantarla. Cuando regresaron, hace dos semanas, tendieron con orgullo un grueso fajo de billetes, con casi 2 000 dólares, sus ahorros de todo el año. Dinero con el que los abuelos y la niña podrán subsistir un año más, pero Siting no comprende esto.
El hombre y la mujer que están frente a ella son dos extraños de los que huye gateando hasta ocultarse detrás de las piernas de la abuela, desde donde los mira inquieta. Durante dos semanas, Wang y Sun recurren a los abrazos y a las galletas para ganarse la confianza de la pequeña, quien finalmente aprende a llamarlos «mamá» y «babá», mas no muestra emoción alguna cuando ellos abordan el autobús para no volver sino hasta después de un año más.
«Es difícil soportarlo -confiesa Wang al posar su mano sobre el brazo de su esposa, en tanto ella enjuga una lágrima de su mejilla-. Pero no tenemos otra forma de ofrecerle un futuro a nuestra hija».