Steve Holman, de 52 años, está corriendo 201 kilómetros en el desierto del Sahara.
Steve Holman, de 52 años, está corriendo 201 kilómetros en el desierto del Sahara. Toda su comida para el Marathon des Sables anual se encuentra en el paquete de 11 kilos a su espalda. Bajo un calor de 37.8ºC lucha para subir unas cuantas dunas de 61 metros, a veces gateando.
Solo en medio de una tormenta de arena una noche, sin estar seguro de ir en la dirección correcta, piensa: «¡Sí! ¡Por esto estoy aquí!». Sus amigos creen que está loco. Es la opinión común sobre las «ultracarreras», cualquiera más larga que un maratón convencional. A finales del siglo XIX, los ultracorredores competían alrededor de una pista mientras los espectadores apostaban.
Hoy las carreras de circuito coexisten con las de ruta en todo el mundo. UltraRunning Magazine contó 503 ultras norteamericanos el año pasado, con 30,789 finalizaciones, 20% más que en 2007. Los ultracorredores pagan un precio: náusea, dolor, pérdida de uñas de los pies. Pero ganan muchos amigos y aprenden que el cuerpo humano es más fuerte de lo que se imagina.
Dice Leslie Antonis, de 47 años, quien alguna vez corrió 161 kilómetros en 34 horas: «es sorprendente lo que puedes hacer sin dormir».