Ningún país invierte tanto en energía limpia,pero ninguno quematanto carbón para impulsar su economía.
Rizhao, en la provincia de Shandong, es una entre cientos de ciudades chinas que se preparan para crecer de verdad. La carretera para entrar a la ciudad tiene ocho carriles, aunque por el momento no hay mucho tráfico. Pero el puerto, adonde llegan grandes cargamentos de mineral de hierro, está lleno de movimiento, y Pekín ha designado la terminal marítima como «entrada oriental al nuevo puente continental euroasiático». Un enorme letrero exhorta a los residentes a «construir una ciudad civilizada y ser ciudadanos civilizados».
En otras palabras, Rizhao es la clase de lugar que tiene preocupados a los científicos de todo el mundo: la rápida expansión de China y la riqueza recién descubierta aumentan todavía más las emisiones de carbono. Es la clase de crecimiento que ha ayudado a China a convertirse en el mayor productor del mundo de gases que provocan el calentamiento global.
Y sin embargo, después de una comida en el Hotel Guangdian, el ingeniero en jefe de la ciudad, Yu Haibo, me lleva a la azotea del restaurante para enseñarme otra vista. Primero nos trepamos al sistema de calentadores solares de agua del hotel, una formación de válvulas de vacío que capta la energía del sol y la transforma en toda el agua caliente que la cocina y las 102 habitaciones puedan utilizar. Luego, desde el borde del techo, contemplamos una vista del horizonte extenso. Sobre cada uno de los edificios en varias cuadras a la redonda brotaba una serie similar de sistemas de calentadores solares de agua. «Los sistemas de energía solar están en al menos 95% de todos los edificios, dice Yu con orgullo. Algunas personas dicen que 99%, pero no me atrevo a afirmarlo».
Cualquiera que sea el porcentaje, es impresionante. China ahora es líder en el planeta en cuanto a la instalación de tecnología de energía renovable: sus turbinas capturan la mayor cantidad de viento y sus fábricas producen más celdas solares que cualquier otra.
Alguna vez pensamos que China era el «peligro amarillo» y luego la «amenaza roja». Ahora los colores son negro y verde. Se ha iniciado una carrera épica: si China podrá, y qué tan rápido, desprenderse de su dependencia del carbón y aprovechar el sol y el viento. El resultado de esta carrera determinará qué tan mal se pondrá el calentamiento global.
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Quienes visitan china de inmediato se sorprenden, por supuesto, por la contaminación que envuelve todas las grandes ciudades. Poco a poco, esos cielos se aclaran, al menos en lugares como Pekín y Shanghái, conforme la industria pesada se moderniza o se retira de la ciudad. Además, el gobierno ha cerrado muchas de las centrales eléctricas más pequeñas y sucias alimentadas con carbón. De hecho, el país ahora lidera al mundo en la construcción de lo que los ingenieros llaman centrales eléctricas supercríticas, las cuales producen mucho menos esmog que varias de las descomunales unidades que aún operan en Estados Unidos. Se supone que China seguirá limpiándose conforme se haga más rica; eso es lo que ha sucedido en otras partes.
Sin embargo, y esto es decisivo, puedes limpiar el aire sin limpiarlo realmente. Es posible que las plantas eléctricas más eficientes alimentadas con carbón no arrojen tanto material particulado, bióxido de azufre y óxidos de nitrógeno a la atmósfera, pero siguen produciendo cantidades enormes de bióxido de carbono: invisible, inodoro, generalmente inofensivo para los humanos, y justo lo que calienta el planeta. Entre más rica se vuelve China, más produce, porque la mayoría de las cosas que vienen con la riqueza tienen un tanque de gasolina o un enchufe. Cualquier ciudad china está rodeada de tiendas de aparatos electrónicos; donde alguna vez había ventiladores eléctricos ahora se ofrecen sillones de masajes.
«La gente se está mudando a departamentos recién renovados, así que quieren un refrigerador nuevo y bonito», me dijo un empleado. El ama de casa promedio de Shanghái ya tiene 1.9 aparatos de aire acondicionado, sin mencionar 1.2 computadoras. Pekín registra 20 000 autos nuevos al mes. Como dice Gong Hui-ming, funcionario del programa de transportes de Energy Foundation, organización sin fines de lucro en la capital china: «Todos quieren la libertad, la velocidad y la comodidad de un auto».
Esa revolución de consumidores chinos apenas ha comenzado. En 2007, China tenía 22 autos por cada 1000 personas, en comparación con 451 en Estados Unidos. En cuanto te alejas de las grandes ciudades, las carreteras suelen estar desiertas y el camino aún está lleno de carros tirados por animales. «Hasta ahora, China se ha dedicado principalmente al desarrollo industrial», señala Deborah Seligsohn, quien trabaja en Pekín para World Resources Institute de Washington, D.C. Esas plantas de acero y cemento han producido grandes nubes de carbono y el gobierno está trabajando para hacerlas más eficientes. Conforme la base industrial del país madure, su crecimiento se ralentizará. Los consumidores, por otra parte, muestran todos los signos de la aceleración, y ciertamente ningún occidental está en posición de recriminarlos.
China ha hecho de la economía de bajas emisiones de carbono una prioridad, pero nadie se hace ilusiones sobre el objetivo principal del país. Según la mayoría de los cálculos, la economía de China necesita crecer al menos 8% al año para asegurar la estabilidad social y la continuación del gobierno comunista. Si el crecimiento decae, los chinos podrían empezar a rebelarse; ya hay estimados de hasta 100 000 manifestaciones y huelgas cada año. Muchas de ellas son para protestar por la toma de tierras, las malas condiciones de trabajo y los bajos salarios, de manera que la mayor esperanza del gobierno es seguir produciendo empleos suficientes para abastecer a una población que sigue saliendo de las provincias pobres con altas expectativas de alcanzar la prosperidad urbana.
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Pero, cada vez más, la ira china tiene como objetivo la degradación ambiental que ha venido con el crecimiento. En un viaje conduje a través de un poblado al norte de Pekín en donde había letreros colgados en el camino condenando a una nueva mina de oro por destruir los arroyos. Unos cuantos kilómetros más adelante llegué a la mina, donde antes ese día los campesinos habían destrozado el estacionamiento, roto las ventanas y grafiteado las paredes. Las cifras oficiales pueden decir que la economía crece cerca de 10% cada año, pero lidiar con el aire y el agua de mala calidad y la pérdida de tierras de labranza que acompañan ese crecimiento reduce la cifra a 7.5%. En 2005, Pan Yue, viceministro de protección ambiental, dijo que el «milagro [económico del país] terminará pronto, porque el medio ambiente ya no le puede seguir el paso». Pero sus esfuerzos por incorporar un número de «PIB verde» a las estadísticas oficiales se topó con la oposición de Pekín.
«Básicamente, dijo un funcionario con base en Pekín que pidió el anonimato (un recordatorio de lo delicado que es este tema), China busca cada gota de combustible, cada kilowatt y cada kilojoule de los que pueda echar mano para su crecimiento». ¿Cómo se verá ese crecimiento?
Como ya se ve: grande y vacío. Ordos, en Mongolia Interior, podría ser la ciudad china que crece más rápido; incluso para los estándares chinos tiene un número interminable de grúas construyendo un sinfín de edificios de departamentos. La gran plaza central de la ciudad se ve tan grande como la de Tiananmen en Pekín, y las altísimas estatuas del victorioso Gengis Khan se elevan desde la planicie de concreto, empequeñeciendo a los pocos turistas que han hecho el viaje hasta acá. Hay un nuevo y enorme teatro, un museo modernista y una biblioteca notable construida imitando unos libros inclinados. El carbón construyó esta Dubái de las estepas. La zona ostenta una sexta parte de las reservas totales de la nación y, como resultado, el ingreso per cápita de la ciudad se elevó a 20 000 dólares en 2009 (el gobierno local ha puesto una meta de 25,000 para 2012). Es el tipo de lugar al que le vendría bien tener algunos ambientalistas.
Y de hecho tiene al menos uno. En la vecina ciudad de Baotou, centro acerero cuyas minas también abastecen la mitad de los minerales de tierras raras del planeta , encontré a Ding Yaoxian instalado en las oficinas centrales de Baotou City Environment Federation, organización sin fines de lucro en el segundo piso de un centro recreativo para jubilados del Partido Comunista chino. El director Ding es alegre y agradable; ha necesitado todo su carisma para convertir su asociación en una verdadera fuerza que según él reúne a un millón de ciudadanos de la zona. Se les dan unas pequeñas credenciales verdes y sirven como una especie de policía de voluntarios. «Si la gente de la asociación ve a alguien tirando basura, va y se sienta en la entrada de su casa, dice Ding. El gobierno no puede tener ojos en todas partes. Una organización de voluntarios puede ejercer más presión. Puede avergonzar».
Pero las campañas en las que el grupo se enfoca la mayor parte del tiempo evidencian lo nuevas que son todavía las acciones ambientales en China. Han repartido un millón de bolsas reusables para compras, pero también cientos de pequeños vasos de papel para que la gente deje de escupir en la calle. Una victoria menor: al mostrar los cientos de miles de unidades habitacionales, los agentes de bienes raíces solían dar a los clientes unos botines plásticos para cubrir sus zapatos sucios; ahora les entregan calcetines de tela lavables. La asociación ha intentado introducir el concepto de ventas de garaje en un país en el que los bienes de segunda mano están estigmatizados. Disfrutamos una comida deliciosa en un restaurante cercano y, al terminar, Ding se aseguró de pedir una bolsa para llevarse las sobras. «Esa es una de nuestras campañas, menciona. Antes era un poco indigno hacer eso».
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Hay una señal verdaderamente importante de «verdecimiento» en la región que ya lleva mucho tiempo: una campaña masiva de siembra de árboles diseñada para mantener la frágil tierra en su lugar. Los camiones de plataforma cargados de árboles para plantar eran la segunda imagen más común a lo largo de los caminos en la zona (al parecer superados 10 a uno por los camiones con carbón de las minas). Ding estimó haber plantado 100 000 árboles con sus propias manos. «Antes era muy polvoriento aquí, con muchas tormentas de arena, recuerda. Pero el año pasado tuvimos 312 días de cielo azul, y cada año hay más».
En busca de más garantías, conduje 275 kilómetros al sur de Pekín hasta la próspera ciudad de Dezhou. Al acercarme por la autopista nacional 104, alcancé a ver de repente uno de los edificios más notables del mundo, el Sun-Moon Mansion. Parece un centro de convenciones rodeado de anillos de Saturno; grandes filas de paneles solares que proveen toda el agua caliente y la electricidad. Detrás del hotel, un edificio hermano sirve como oficinas centrales a Himin Solar Corporation, que asegura haber generado más energía renovable que cualquier otra compañía en la Tierra.
Los principales productos de Himin son esas humildes válvulas termales solares que cubren los techos de Rizhao. Huang Ming, quien fundó la compañía, estima que esta ha fabricado más de 14.5 millones de metros cuadrados de calentadores solares de agua. «Eso significa 60 millones de familias, quizá 250 millones de personas en total. Casi la población de Estados Unidos», afirma. Huang, un tipo vivaz, antes ingeniero petrolero, vende algunos de los mejores sistemas termales solares en China, pero incluso él admite que es tecnología bastante simple. Dice que la clave para el éxito de su compañía ha sido abrir la mentalidad de la gente, lo cual se logra mediante fervientes campañas de mercadotecnia con un estilo inspiracional que atacan una ciudad a la vez. «Hacemos giras, conferencias, presentaciones en Power Point», dice. Y ahora están aprovechando el poder de los recorridos turísticos: el Sun-Moon Mansion es simplemente el ancla de una vasta ciudad solar que pronto incluirá un cine solar «4-D», una sala solar de videojuegos, una enorme rueda de la fortuna de energía solar y botes solares para alquiler en una marina solar.
La sala de exhibiciones de la compañía, Feel It Hall, muestra algunas contradicciones. Los paneles solares calientan agua para jacuzzis y cada uno cuenta con una pantalla plana gigante de televisión arriba. Esa es la única manera de vender la idea de energía renovable, insiste Huang, mientras describía las torres gigantescas de departamentos que se construyen a orillas de la ciudad, con hileras de paneles solares que se curvan como el lomo de un dragón. «Son muchos los desarrolladores que vienen a nuestro Solar Valley a copiarnos, a aprender de nosotros, comenta. Eso es justo lo que quería».
Lo hace especialmente feliz que algunos de esos visitantes vengan del extranjero. Dezhou alojó el Congreso Internacional de Ciudades Solares en 2010, y Huang ha establecido una mansión de expertos internacionales para los dignatarios visitantes. «Si toda la gente de Estados Unidos obtuviera agua caliente de la energía solar, ¡Obama ganaría cinco premios Nobel!», afirma. Pero va a tomar un tiempo para que Estados Unidos se ponga al día. La mayoría de la minúscula capacidad de Estados Unidos se usa para calentar albercas. Jimmy Carter tenía calentadores de agua solares instalados en el techo de la Casa Blanca en 1979, pero se vinieron abajo en los años de Ronald Reagan; este año se pondrán nuevos.
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No es la primera vez que los chinos toman algo de los estadounidenses y lo desarrollan por su cuenta. Suntech ha surgido como uno de los dos líderes de fabricación de paneles fotovoltaicos en el mundo. Cada semana se añaden empleados nuevos y en su primer día de trabajo ven una verdad incómoda, de Al Gore. La joven guía del recorrido que me muestra las oficinas centrales de la compañía en Wuxi, cerca de Shanghái, se detuvo frente a las fotos de los paneles solares en el campamento base del monte Everest y el retrato de su jefe, Shi Zhengrong, a quien la revista Time nombró uno de sus «héroes del medio ambiente». «No solo es un trabajo, me dijo, con una lágrima en los ojos. ¡Tengo una misión!».
Aunque, desde luego, esa lágrima podría haber sido en parte provocada por el aire. Wuxi está entre las ciudades más sucias que jamás he visitado: el aire a 38 grados centígrados es casi imposible de respirar. La formación solar al frente de las oficinas centrales de Suntech se inclina hacia arriba para captar los rayos solares. Debido a lo nauseabundo del aire, solo opera a 50% de su rendimiento potencial.
En china a menudo se sospecha incluso de los datos, pues los funcionarios locales tienen fuertes incentivos para enviar informes optimistas a Pekín; pero sabemos que China crece a una tasa a la que ningún país grande ha crecido antes y eso está abriendo verdaderas oportunidades para el progreso ambiental. Debido a que levanta tantos edificios y plantas de energía, el país puede incorporar la última tecnología más fácilmente que los países con economías más maduras. No se trata solo de paneles solares y turbinas de viento. Por ejemplo, unas 25 ciudades construyen o aumentan las líneas del metro, y las vías férreas de alta velocidad se extienden en todas las direcciones. Todo ese crecimiento necesita mucho acero y cemento, y por tanto arroja carbono al aire; pero con el tiempo debería disminuir las emisiones.
No obstante, ese esfuerzo verde es sobrepasado por la magnitud del crecimiento alimentado con el carbón. Así que, por el momento, las emisiones de carbono de China seguirán elevándose. Hablé con docenas de expertos en energía y ninguno de ellos predijo que las emisiones alcanzarán su tope antes de 2030. ¿Hay algo que pueda adelantar significativamente esa fecha? Le pregunté a un experto a cargo de un programa de energía limpia. «Todos están buscando y nadie ve nada», dijo.
Incluso alcanzar un punto máximo en 2030 podría depender en parte de la rápida adopción de tecnología para eliminar el bióxido de carbono de los gases de combustión de las plantas eléctricas alimentadas con carbón y ponerlo bajo tierra en minas y pozos agotados. Nadie sabe aún si esto puede hacerse en la escala requerida. Cuando le pedí a un científico encargado de desarrollar esa tecnología que me diera un aproximado, me dijo que para 2030 China podría estar secuestrando 2% del bióxido de carbono que sus plantas producen.
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Ello significa, dado lo que los científicos predicen ahora sobre el momento del cambio climático, que el verdecimiento de China probablemente llegará demasiado tarde para prevenir un calentamiento más dramático y, con este, el derretimiento de los glaciares del Himalaya, la elevación de los océanos y otros horrores que los climatólogos chinos han temido desde hace mucho tiempo.
Es un panorama oscuro. Alterarlo de verdad requeriría un cambio más allá de China; primordialmente, una especie de acuerdo internacional que transforme la economía del carbono. Por el momento, China está tomando grandes pasos que tienen sentido para su economía. «¿Por qué querrían desperdiciar energía?», pregunta Deborah Seligsohn, de World Resources Institute, y añade que «si Estados Unidos cambia el juego de manera fundamental, si realmente se comprometiera a hacer reducciones drásticas, China podría ver más allá de sus propios intereses y quizá llegar más lejos». Tal vez adoptaría cambios más costosos y veloces. Mientras tanto, el crecimiento de China seguirá su onda expansiva, un fuego crepitante que libera destellos verdes pero que arde con un calor de malos presagios.
«Cambiar la mentalidad de la gente es una tarea muy grande, me aseguró Huang Ming cuando estábamos sentados en el Sun-Moon Mansion. Necesitamos tiempo, necesitamos ser pacientes. Pero la situación no nos va a dar tiempo». Un piso abajo ha construido un museo con bustos y pinturas de sus personalidades favoritas: Voltaire, Bruto, Molière, Miguel Ángel, Gandhi, Pericles, Sartre. Si él, o cualquier otro, pudiera de alguna manera ayudar a que el verde venza al negro en esta épica carrera china, se merecería un espacio sagrado en este templo.