Si el Desierto de Sonora es un páramo, ¿por qué la abundante vegetación rebasa la mirada? ¿Por qué es imposible recorrerlo sin abrirse llagas?
El desierto de Sonora es engañoso; es un horizonte de sonidos, agua y vida
Si el Desierto de Sonora es un páramo, ¿por qué la abundante vegetación rebasa la mirada? ¿Por qué es imposible recorrerlo sin abrirse llagas? Si el candente Sol ha mermado la vida en este lugar, ¿por qué los lechos arenosos están repletos de huellas de pecaríes, venados bura, cacomixtles y otros tantos roedores que son presa de las casi cien víboras de cascabel por kilómetro cuadrado que pacientemente acechan?
Tal parece que las relaciones públicas de este ecosistema requieren un nuevo enfoque. Sí, el Desierto de Sonora podrá ser tan seco y caliente como el mismo in?erno, pero su emblemático saguaro -con los brazos extendidos al cielo- no es sólo una percha solitaria para los zopilotes de esta yerma tierra, sino parte de un bosque de cisternas llenas de jugos vitales.
Tras algunas horas de lluvia, muchos de estos cactus desarrollarán nuevas raicillas para cosechar las gotas: su forma de fuelle les permite almacenar líquido adicional. Durante mayo y junio, cuando el clima es más seco y de las lluvias de invierno sólo queda el recuerdo, el saguaro y el cardón -su contraparte sureña de mayor tamaño- se coronan con extravagantes flores blancas llenas de néctar, alimento de aves, insectos y, especialmente, murciélagos; todos estos animales polinizan a las flores como justa retribución.
Al transformarse en suculentas frutas, estas flores son el sustento -al menos hasta que comienzan las tormentas estivales- para una gama todavía más amplia de criaturas, que van desde las iguanas hasta el zorro veloz. Cuando se resguardan en uno de los arbustos característicos de este desierto, como el palo verde, el palo verde azul, la uña de gato, el palo erro o el mezquite, los animales depositan sus desechos repletos de semillas bajo la sombra de una planta nodriza, el lugar ideal para que se desarrolle un joven saguaro o un cardón.
Si aquí la vida pende de un hilo, ¿cómo es que un saguaro puede producir millones de semillas al año y vivir hasta 250 años? Buen lugar para descansar, un pedazo de sombra en el margen del arroyo, buen lugar para pensar. Hace dos días, un chaparrón dejó 2.5 centímetros de lluvia aquí en el Parque Nacional del Saguaro, en Arizona.
El agua aún desciende por el arroyo y se acumula en pozas cuyo fondo ya está cubierto de brillantes algas verdes. De sus orillas beben palomas huilotas, matracas del desierto y cientos de abejas. Y, de alguna manera, entre estas montañas de piedras que de tan calientes no se pueden ni tocar, en las pozas, se han materializado renacuajos.
Los indígenas americanos, que muchos años atrás descansaron en esta misma pared de piedra, dejaron pinturas de humanos, criaturas y espíritus. Si, como parece, las figuras vigilan con atención su entorno, en múltiples ocasiones habrán sido testigos del drama de supervivencia que está por comenzar.