Entre las calabazas gigantes, una de 227 kilos es ínfima.
Entre las calabazas gigantes, una de 227 kilos es ínfima. «La gente ni las ve», dice Danny Dill, de Howard Dill Enterprises, compañía que vende semillas cuyo ADN las destina al gigantismo. El récord, de 2007, es de 766 kilos. «En cinco años -predice Dill- verás calabazas de 900 kilos». El difunto padre de Dill fue pionero de las calabazas gigantes.
En los años sesenta se concentró en calabazas (como gran parte de su peso es agua, alcanzan un supertamaño con relativa facilidad). Gran cantidad de nutrientes y agua hacen maravillas en la semilla adecuada. Hoy, granjeros y aficionados obsesionados en todo el mundo polinizan una planta hembra con una flor masculina apropiada y miman una sola calabaza por cosecha.
«Mi esposa dice que quiero más a la calabaza que a ella», dice Jamie Johnson, de Arvada, Colorado, quien se ocupa de su cosecha una hora cada noche de verano. Tras competir por premios que alcanzan los 10,000 dólares, las calabazas se convierten en adornos para noche de brujas, composta e incluso en barcas para una regata excéntrica.
Tristemente, las calabazas gigantes no son tan sabrosas como los típicos especímenes de nueve kilos. Nada que preocupe a sus cultivadores: ellos persiguen el zen de la jardinería y la emoción de los vegetales gigantes. «A mí ni siquiera me gusta el pay de calabaza», dice Jim Gerhardt, de Berks County, Pensilvania.