La nueva modalidad de muerte en Alepo viene del cielo en contenedores repletos de explosivo.
Una espesa nube de polvo grisáceo inunda las calles del barrio de Bab Al-Nerb, en la ciudad siria de Alepo. Escombros y piedras esparcidos por el suelo. Fragmentos de una vivienda. Un barril explosivo la alcanzó de lleno reduciéndola a la nada más absoluta. La visión es apocalíptica.
«¡Vamos, una venda! ¡Vamos!», chilla uno de los miembros del equipo cuyo cuerpo serpentea bajo el techo derruido de la casa. Allí, una mujer permanece semienterrada. Está viva aunque la explosión le ha destrozado la mano izquierda y tiene la cara cubierta de polvo y sangre. Un familiar lleva un pañuelo de uno de los armarios desvencijados del interior de la casa, para cubrirla. La mujer mira aturdida a los hombres que afanan por liberar sus piernas atrapadas a más de un metro de profundidad.
El drama de Alepo vive silenciado. El 3 de junio, mientras en las regiones controladas por el régimen de Bashar al Assad millones de sirios votaban al que será su presidente durante los próximos siete años, el bastión rebelde vivía un día normal, dentro de la anormalidad que supone vivir en una ciudad semivacía y donde diariamente caen más de un centenar de bombas.
«Sí, sí… algo he oído. Creo que se presenta Bashar y otra vez Bashar, ¿no?», decía Hoseifa, quien trabaja como enfermero en un hospital de campaña. «Estas elecciones no son más que una mera pantomima de cara a la comunidad internacional. ¿De qué sirve votar si no sé si llegaré vivo al final del día?», afirma también Mohammaed Bakri, cambista en el barrio de Bustan Al Qaser, una de las zonas más castigadas de la ciudad de Alepo por la aviación del régimen.
Y es que la nueva modalidad de muerte en Alepo viene del cielo en forma de barriles repletos de TNT. Lanzados por los helicópteros del régimen, son capaces de reducir un edificio de cinco plantas a polvo y escombros. Estas «bombas caseras» han conseguido que la ciudad esté prácticamente desierta y que los pocos que se han atrevido a quedarse vivan con pavor cada vez que escuchan el sonido de los rotores de los helicópteros.
«Desde que comenzara este año han muerto cerca de 2,000 civiles en Alepo a consecuencia de este tipo de barriles explosivos», afirma Khaled Hjo, jefe de la brigada de Protección Civil encargada del barrio de Masaki Hanano. La ciudad de Alepo paga las consecuencias de tanta barbarie y destrucción en forma de edificios derruidos. Columnas de humo. Cascotes y escombros. Y de muertos, sobre todo de muertos.
«He pensado en irme. Abandonar Alepo y no volver nunca más». Khaled se avergüenza al contar que ha estado a punto de huir en varias ocasiones, una de ellas cuando vio más de 50 personas calcinadas en medio de la calle después de que varios barriles arrasaran una calle llena de tiendas de alimentación.
«Me quedé bloqueado. Mirando a todos lados. No entendía. No quería creer lo que estaban viendo mis ojos», relata con el horror dibujado en sus ojos. «Ese día pensé en irme lejos de aquí, pero… si me marcho, ¿quién ayudará a la gente? ¿Quién se jugará la vida para tratar de rescatarlos bajo los escombros?», se pregunta.
Y lo de jugarse la vida es literal. El pasado marzo, tres miembros del equipo de Protección Civil se encontraban en el barrio de Al Haidariya tratando de rescatar a varios civiles que había quedado sepultados tras una explosión cuando una segunda bomba cayó sobre ellos. En total ocho personas perdieron la vida, incluido el fotógrafo canadiense Ali Mustafa, quien se encontraba realizando un reportaje sobre las Brigadas de Protección Civil.
«Si uno de esos barriles cae a tu lado ni Alá será capaz de salvarte. La destrucción es total», apunta este antiguo estudiante de derecho que decidió dejar sus estudios para ayudar a rescatar civiles después de que el régimen arrasara una manzana en el barrio de Ard Al-Hamra con un misil Scud.
«Aquel día murió muchísima gente atrapada bajo los escombros porque no había un equipo especializado en rescate. Así que decidimos crear las Brigadas de Protección Civil con el objetivo de ser los primeros en llegar y salvar el mayor número de vidas posibles», comenta Khaled.
Desde entonces, 135 personas trabajan en turnos de 24 horas los siete días de la semana en cinco lugares diferentes de la ciudad de Alepo. «La guerra no nos da ni un solo segundo de tregua para descansar, así que no nos podemos dar el privilegio de tomarnos un día libre. Si la guerra no descansa, nosotros tampoco lo hacemos», sentencia categórico Khaled.