Los supervivientes del Hotel Ruanda recuerdan cómo fueron salvados.
Si las salas del Hotel Des Mille Collines de Kigali pudieran hablar, contarían historias de asesinatos en masa, machetes, huidas y miedo, pero también de valor y ganas de vivir en medio del brutal genocidio de Ruanda, del que ahora se cumplen 20 años.
Una década después de aquella masacre que comenzó el 7 de abril de 1994, el establecimiento sirvió de escenario para la película británica «Hotel Ruanda» (Terry George), que recibió tres nominaciones a los Oscar. En ella, el gerente del hotel Paul Rusesabagina, a quien da vida Don Cheadle, es un héroe que salva a más de 1,200 tutsis.
Aunque la realidad fue distinta a la historia narrada en la ficción, no por ello resulta menos dramática. Y quienes la sufrieron hablan de ello como si hubiera ocurrido ayer. «Fue una época terrible», recuerda Abias Musonera, quien se ocupaba de los asuntos técnicos del hotel desde 1978.
El personal envió un vehículo del hotel para recoger a Musonera y su embarazada mujer en una época en la que cualquier movimiento sospechoso en las calles de Kigali era equivalente a la pena de muerte. Llevaban cuatro días entre los arbustos de detrás de su vivienda por miedo a que las milicias hutu los descuartizaran. «Cuando llegué al hotel, el 11 de abril, mis colegas se sorprendieron de verme con vida. El director contable y el fontanero ya habían sido asesinados», cuenta Musonera sobre el intento de exterminio de la población tutsi por parte del gobierno hegemónico hutu.
En aquellos días, el Mille Collines era un puerto para los más de 400 extranjeros -entre ellos diplomáticos, cooperantes, tripulación aérea belga y tropas de la Misión de Asistencia de las Naciones Unidas para Ruanda (UNAMIR, por sus siglas en inglés). «Estaban por todas partes, en el jardín, alrededor de la piscina, en los pasillos», cuenta Bizumuremyi «Zozo» Wellars, que en aquellos años ejercía como conserje jefe del hotel. Perdió a su mujer y a sus dos hijos y sólo sobrevivió porque estaba en el establecimiento cuando comenzó la masacre. Poco a poco, todos los extranjeros fueron trasladados en convoys a la vecina Burundi y, desde allí, volaron a Europa.
«El 12 de abril, todos los extranjeros se habían marchado», dijo Musonera. Sólo permanecieron unos pocos cascos azules de UNAMIR, la mayoría oriundos de Túnez y Congo-Brazzaville. Y el hotel se llenó de tutsis y hutus moderados que buscaban refugio de los asesinos.
Paul Rusasabagina, que hasta entonces gestionaba el más modesto Hotel des Diplomates, fue puesto a cargo del establecimiento. «Era un hutu moderado, pero no le gustaban los tutsis. Nunca expulsó a nadie, pero sí aceptó dinero -unos 20 dólares al día- de gente que no podía permitírselo», señala Wellas. Por eso, sostiene que la película «Hotel Ruanda» es «pura mentira». «Hollywood quería hacer dinero y lo consiguió. Pero el filme me enerva. «Sobrevivir en el hotel era cada vez más difícil mientras fuera continuaban las masacres. En un principio, había comida en las cocinas, pero pronto se acabó debido a las muchas bocas que alimentar.
Paul Rusesabagina
«En cada una de las 112 habitaciones había 10 personas o más intentando sobrevivir. Otros estaban fuera, en el jardín, en la cafetería y en los recibidores», señala Musonera. La Cruz Roja les llevó provisiones de legumbres, arroz, harina y azúcar, pero no fue suficiente. «Todos teníamos mucha hambre.
Al final, estábamos tan desesperados que nos bebimos el agua de la piscina», añade. Y entre tanto, las milicias hutu trataban de acercarse. «A veces intentaban entrar en el lobby con sus machetes, pero los soldados de la ONU los echaban», dice sin entender todavía por qué las milicias no atacaron. Ni un sólo tutsi refugiado en el Hotel Des Mille Collines fue asesinado durante los 100 días de violenta locura que sacudieron Ruanda.
Los supervivientes explican que no fueron héroes, sino gente común y corriente que no quería morir. «El 26 de abril, mi mujer dio a luz a nuestro hijo. Fue en la habitación 216, lo recuerdo muy bien», cuenta Musonera con una sonrisa. Aunque se jubiló en diciembre, el hotel sigue siendo como un segundo hogar para él y muchos de sus colegas. Wellars lo resume en dos frases: «Este hotel me salvó la vida. No lo olvidaré jamás».