Mariluce encabeza un proyecto para mejorar el aspecto de Alemao, en Río de Janeiro. Lo hace mientras los tiroteos se lo permitan.
"Yo pinto un sueño", dice la brasileña Mariluce de Souza mientras observa las obras que colorean casas, muros y plazas del Complejo de Favelas del Alemao, en Río de Janeiro, Brasil. La artista plástica de 33 años de edad y los 180 niños que participan en su proyecto, "Favela Art", pintan de colores las casitas humildes de muros irregulares que tapizan los cerros empinados sobre los que se encuentran 17 favelas que conforman el complejo en el que viven unas 70,000 personas.
También pintan "todo lo que se pueda pintar", como muros, postes, plazas y tanques de agua. Muchas veces lo hacen en medio de violentos tiroteos.
De Souza pinta con óleo en lienzos la favela tal y como le gustaría que fuera, "con las casas lindas, de todos colores, con luz". También las pinta en la realidad, con pintura acrílica, a todos aquellos que se lo piden.
"Las casas por fuera están feas, sucias, pintarrajeadas. Cuando pintamos, el barrio cambia. La persona pone una luz en su puerta, una planta, todo se vuelve más alegre", dice sonriendo. Fue su placer por pintar lo que atrajo a los niños a los que hoy tiene bajo protección no solo para pintar. A veces ayuda a las familias, la llaman las maestras si los niños comienzan a faltar a la escuela.
"Yo pintaba y veía que los niños me observaban. Ellos aquí no tienen ninguna actividad para hacer. Estaban ahí, sin hacer nada. Así que empecé a hacer algo con ellos para que estuvieran ocupados", relata. Los niños también pintan "en lienzo y en los muros". "Los sábados salimos a pintar al aire libre. Los miércoles pintan en lienzo pequeños cuadros que luego vendemos. A veces de allí salen diseños para pintar en los muros", cuenta.
¿Qué dibujan? «Corazones, corazones, corazones de todo tipo y en todo lugar. Adoran pintar corazones». Corazones que a veces se ven atravesados por balas.
Subiendo hasta la estación más alta del teleférico, pueden verse claramente dos enormes corazones rosados con agujeros de bala, en un muro pintado por la mitad.
"Ese día tuvimos que salir corriendo con los chicos, todos agachados porque comenzó un tiroteo. A veces, cuando los tiroteos empiezan ya por la mañana, suspendemos las pintadas, por las dudas", cuenta. "Pero a veces nos sorprenden. De la nada comenzamos a escuchar tiros y hay que salir corriendo".
La venta de los cuadros de la artista y de los niños, que se ofrecen en un puesto instalado en la última estación, también sufre los tiroteos. Cuando hay balaceras durante varias horas o días, el teleférico deja de funcionar y la policía no permite que suban turistas por "falta de seguridad".
"Eso está muy mal. Si no hay seguridad para los turistas aquí, es porque tampoco hay para nosotros", se queja De Souza, de 33 años. Los tiroteos fueron y son una constante en Alemao, como lo son en la mayoría de las grandes favelas cariocas, y tras unos años de tregua retornaron con la intensidad de siempre, tanto, que las autoridades anunciaron que durante los Juegos Olímpicos, que comienzan en agosto, el Ejército entrará en ese complejo y otros cinco que se ubican en las proximidades o en las avenidas que conectan lugares en los que tendrán lugar competencias deportivas.
En general, esas intervenciones militares conllevan arrestos arbitrarios, abusos por parte de los agentes con la población en general e incluso muertes de dudosa legitimidad. Esa situación de tensión permanente se suma a la falta de oportunidades que según De Souza es hoy el principal problema de los habitantes de la población de esa comunidad, mucho más que el hambre que azotó a generaciones enteras durante décadas.
"El gran problema es la falta de oportunidades. Sobre todo (para encontrar) empleo. La persona que no tiene formación, educación, cuando va a buscar empleo tiene muchas dificultades. Y no sirve de nada que venga el Gobierno y dé cursos técnicos, si la persona sabe leer y escribir mal".
La falta de oportunidades en la barriada no solo se refleja en lo laboral. Para llevar adelante el proyecto, De Souza depende únicamente del altruismo que encontró en Nueva York. De allí le llega la principal ayuda financiera. Dos chicas estadounidenses conocieron sus obras y el proyecto a través de Instagram. Viajaron a Brasil, visitaron el Alemao y se inspiraron. Comenzaron a fabricar bisutería con diseños inspirados en el barrio y donan al proyecto una parte de lo que ganan.
Fuera de eso, el único ingreso para el proyecto, y para la artista y su familia, es el fruto de la venta de los cuadros. La mitad del dinero que gana por los que ella hace se lo queda. Con la otra mitad compra la pintura que usa para pintar las casas de quienes se lo piden. En el caso de los cuadros que hacen los niños, la mitad es para ellos y la otra mitad para comprar materiales y la merienda que se les prepara los días que tienen taller.
Pero ningún obstáculo o carencia, ni siquiera las balas que mancillan sus obras, empañan la felicidad de la artista al pintar su sueño, aquello que le "nace del corazón". "Amo lo que hago", asegura.