Quien encuentra una piedra preciosa, puede cambiar su vida, aunque la tarea no es fácil.
En la mina de ópalo La Carbonera, ubicada a dos horas de la Ciudad de México, los buscadores de piedras preciosas que localmente se conocen como gambusinos emprenden la tarea tal y como se hacía en el siglo XVIII: con martillo, cincel y rezando para encontrar el escaso mineral de color fuego que les permita salir de pobres.
Encontrar ópalo es cuestión de suerte, afirma Jesús Gómez, quien ha dedicado su vida a rascar las entrañas a los cerros del municipio de Tequisquiapan para encontrar piedras semipreciosas.
«Una mañana te puedes levantar y en un rato hallar un ópalo y tener para no trabajar por dos años, pero también puedes trabajar un año y no hallar nada», afirmó Gomez.
Cuenta que no tiene escuela y que en el pasado fue un migrante ilegal en Estados Unidos. «Pero lo que me gusta es buscar ópalos», afirma este hombre de 40 años.
Mineros como Gómez se la pasan todo el día picando piedra tras piedra en búsqueda de la preciada piedra de ópalo, escasa en el mundo y que sólo se encuentra en Australia, Estados Unidos, Honduras y México.
«Lo hizo mi padre y ahora lo hago yo», declara.
Cuentan los mineros del área que hace unos años una empresa estadounidense llegó a estudiar el suelo del lugar con instrumentos modernos y reventó los cerros con dinamita.
«Bajaban con sacos de piedras preciosas hasta que se cansaron y se fueron», recuerda el minero.
Gómez toma una piedra y la golpea, la parte por la mitad con una engañosa facilidad, como si fueran de barro, y en sus entrañas aparecen pequeñas lágrimas cristalizadas color sangre y de gran belleza: «Son regalos de la naturaleza», dice el hombre con una gran sonrisa.
Las minas de ópalo de Querérato se ubican en los cerros que rodean La Trinidad, una comunidad ubicada a cinco minutos de Tequisquiapan y se han convertido en un atractivo turístico del céntrico estado mexicano.
Para subir a la mina de ópalo hay que viajar sobre caminos empinados y pedregosos durante 20 minutos, pero cuando se llega a la cima y se ve el imponente paisaje de la sierra, el viajero se olvida de las incomodidades de la caminata.
El viajero también tiene la posibilidad de viajar en un jeep de la Segunda Guerra Mundial, que los lugareños utilizan para transportar personas y herramientas.
Los automóviles que suben a la mina son guiados por «La Cachi», una perra pastor alemán, que tiene dueño, pero se pasa el tiempo en el cerro. «Va y viene y es feliz», explican los lugareños.
Héctor Montes es dueño de una de las minas; él y toda su familia viven de la minería y del turismo que llega al área.
Los ópalos son piedras semipreciosas porque no tienen la pureza de los diamantes, «pero son piedras de las más bellas del mundo», afirma.
El minero explica que los mejores ópalos son los que tienen todos los colores del arcoíris, pero son los más difíciles de encontrar. Les siguen, en calidad y valor, los rojos y de color naranja óxido.
El ópalo más grande que el minero ha encontrado tenía el tamaño de un limón, y con lo que le dieron por la piedra se compró una casa.
«Cuando encuentras una buena piedra, los compradores tocan a tu puerta, no necesitas buscarlos», explicó.
La familia Montes exporta piedras a Japón y Alemania. Los ópalos de Querétaro tienen fama a nivel mundial de pureza, belleza y abundancia.
Cuando no busca ópalos, Montes y su familia abren la mina a visitantes y turistas, que pueden convertirse en gambusinos por un día.
Apenas llegan a la mina, los turistas reciben un martillo, cincel y una bendición para que encuentren la piedra «que los pueda sacar de pobres».
«Si encuentran una piedra, es suya; sino encuentran nada, por lo menos se olvidarán por un rato del estrés citadino buscando piedras», afirma el minero.