Un edificio de 30 pisos en Brasil es el territorio de miles de personas que antes vivían en la calle y ahora se organizan por la sobrevivencia.
En el centro de Sao Paulo, en Brasil, se encuentra desde 2010 una de las viviendas más grandes y cotizadas del mundo. Repartidas en 30 plantas viven 478 familias, 2,000 personas que antes en parte dormían en la calle.
El portero del edificio, Walter Ribeiro, es más estricto que muchos de los que vigilan los herméticos espacios en los que vive la clase alta brasileña. Los extraños solo pueden subir la oscura escalera del número 911 de la Avenida Prestes Maia si cuentan con el permiso del consejo del edificio.
"Tuvimos muchos enfrentamientos con las autoridades locales", cuenta Ribeiro ante las cámaras de televisión, mientras vigila de reojo la puerta. Por la escalera baja Eduardo dos Santos Jacinto, mientras que su hija de un año aguarda algo perdida en el gran pasillo de entrada, alumbrado por una turbia luz amarilla. El padre se dedica a cargar camiones y gana 40 reales (unos 11 dólares) por cada uno, como máximo unos 1,500 reales al mes.
"Antes tenía que pagar 700 reales de alquiler al mes, para mí esto es como un paraíso", cuenta Dos Santos. El mejor lugar de la ciudad, ya que todos se ayudan, asegura. "También organizamos juntos la limpieza, apenas hay conflictos. En el bloque A hay 21 plantas ocupadas y en el B, unido por un patio, son nueve.
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Tras el desalojo en Caracas de la Torre David, un edificio ocupado de 45 plantas, la de Sao Paulo está considerada como la mayor ocupación de viviendas de América del Sur. El complejo se construyó en los años 60 y albergó una fábrica de textil, pero después estuvo abandonado durante casi 30 años y su propietario ni siquiera pagaba los impuestos.
El lugar ya había sido ocupado en 2002 y desde 2010 está en manos de esta nueva "guerrilla ciudadana". Allí donde antes el movimiento de los "sin tierra" ocupaba terrenos desaprovechados, esta ocupación parece un fenómeno social consecuencia de la urbanización.
En medio de unos elevados alquileres, para el "edificio Prestes Maia" hay incluso lista de espera. Los bloques están completos y cuando se queda algo libre, es el consejo del edificio el que decide quien puede mudarse. En 2015, el Estado compró el edificio al propietario por 22 millones de reales (5.2 millones de euros) y quiere legalizar la situación poco a poco.
El Gobierno hizo esa inversión en el marco del programa de viviendas sociales "Minha Casa, Minha Vida" (Mi casa, mi vida"). El plan es renovar el edificio poco a poco y tras ello cobrar pequeñas cantidades, algo que podría ser controvertido. En principio, las familias que viven allí podrán quedarse, pero ¿se aplicará ese principio para todas?
Actualmente, los habitantes del "edifício Prestes Maia" pagan entre 50 y 100 reales al mes por los servicios de agua, electricidad y portero. La escalera sube por todo el edificio, que no cuenta con ascensor. Huele a orina, pues en cada planta hay un cuarto de baño comunitario para una decena de familias.
Lo primero que llama la atención en el primer piso es un grafiti amarillo con los tres famosos monos que se tapan los oídos, la boca y los ojos: No oír nada, no decir nada, no ver nada. Cuando era una fábrica, cada planta era una gran sala, pero ahora se han dividido con tablas de madera en habitaciones de entre diez y 15 metros cuadrados, a menudo con cinco colchones sobre el suelo.
Apenas hay privacidad, al igual que casi no hay cristales en las ventanas. De la lluvia protegen a menudo tablas o cartones, que sencillamente se retiran cuando se necesita que entre el aire. En la oficina de la administración se amontonan cientos de cartas y los residentes deben pasar por allí para buscar su correspondencia. "Esta es la respuesta a la fuerte subida de los alquileres", cuenta el coordinador Julio Rocha.
Con una economía que se contrajo 3.8 por ciento en 2015 y un 10.7 por ciento de inflación, todo es cada vez más caro para los brasileños. Entre 2014 y 2015, la cifra de desempleados pasó de 2.7 a 9.1 millones. En Sao Paulo, la cifra de personas sin hogar se duplicó en la última década hasta las 15,000, mientras que la superficie de la ciudad pasó de 700 a 1,500 kilómetros cuadrados desde 1965.
Rita de Cassia, de 48 años, vive en el 911 desde los comienzos de la ocupación. "Hemos hecho mucho, antes aquí había basura por todas partes", relata. "Ahora, esta es mi casa, aquí me siento bien. No me iré nunca".