Te contamos cómo iniciaban las conquistas a finales del siglo XIX. (Cuando no había Tinder)
Digamos que eres una dama de la alta sociedad victoriana en Estados Unidos. Y digamos que un soltero encantador llama tu atención en un salón de baile y quiere conocerte. Él podría A) Encontrar una persona de buena posición para presentarlos, B) poner en riesgo su reputación y enfurecer a tu chaperón dirigiéndote la palabra, o C) entregarte, de manera clandestina, una tarjetita impresa con una imagen o una broma, preguntando si puede acompañarte a casa.
Esos cartoncitos ?llamados tarjetas de ?acompañante?, ?conocido? o ?coqueteo?- sirvieron a los solteros del siglo XIX para torcer las rígidas reglas de interacción social y esquivar las formalidades existentes, haciendo las veces de un Tinder de tinta y papel.
Algunas usaban abreviaturas (?May I. C. U. Home??; ¿Puedo acompañarte a casa?); otras eran un poco más directas (?You Have No Objection, I Will Be Your Protection?; No tienes objeción, yo seré tu protección); y unas más lo decían todo abiertamente (?Not Married and Out for A Good Time?; Soltero y buscando diversión).
Las tarjetas de acompañante se hicieron populares a fines del siglo XIX, un periodo en que muchas mujeres no podían salir sin un chaperón que vigilara su conducta, dice Barbara Rusch, experta y coleccionista de recuerdos victorianos. A fin de eludir las estrictas reglas sociales de la época, Rusch explica que el hombre entregaba, sigilosamente, una tarjeta de acompañante a la mujer que despertaba su interés, quien podía ocultarla ?dentro del guante o detrás del abanico?.
Aunque no queda claro con cuánta seriedad tomaban esas tarjetas, o cuán eficaces eran, el coleccionista Alan Mays opina que la mayoría ?llevaba la intención de iniciar conversaciones, romper el hielo, o no era más que un coqueteo inocente?.
Las tarjetas de acompañante imitaban las tarjetas de visita victorianas, que los miembros de la clase superior dejaban en las casas de sus pares para presentarse, promover una relación, dejar una felicitación, o expresar sus condolencias.
?El intercambio de tarjetas de visita era el sistema formal para mantener contactos sociales a fines del siglo XIX?, explica Mays. ?En comparación, las tarjetas de conocido eran frívolas y graciosas, y remedaban la etiqueta convencional relacionada con las tarjetas de visita?. Esto puede observarse, sobre todo, en las tarjetas personalizadas de individuos como ?James L. Gallas, Kissing Rouge [Colorete para besar]? o ?E. L. Muellich, Comerciante Mayorista y Detallista en Amor, Besos y Abrazos Modernos?.
Si bien algunas tarjetas pretendían ser bromas, no todos reían. Rusch dice que ?los progenitores tenían mucho temor de este tipo de comunicación secreta?.
Les inquietaba que el hombre equivocado, con las intenciones equivocadas, pudiera entregar una tarjeta de acompañante a una dama inocente.
Y ese temor no era infundado: aunque algunas tarjetas eran modestas y corteses, otras eran bastante vulgares. Con todo, estas inquietudes no contemplaban la posibilidad de que la mujer quisiera recibir la tarjeta de un galán que le gustaba, o incluso entregar una a un hombre? o una mujer.
Es probable que casi todas las tarjetas de conocido fueran entregadas por hombres a mujeres, pues empiezan diciendo ?Querida señorita? o ?Hermosa dama?; o bien, muestran la imagen de un hombre que conduce a una mujer a su casa. Sin embargo, unas eran más ambiguas en cuanto a quién las entregaba y quién las recibía.
Además, de ?¿Puedo acompañarte a casa??, Mays ha encontrado una tarjeta de acompañante que dice: ?You May C Me Home To-Night? (Puedes acompañarme a casa esta noche), lo cual sugiere que hombres y mujeres pueden haber tenido tarjetas escondidas en las mangas. Unas tarjetas tenían un espacio donde el otorgante podía escribir su nombre, y Mays halló dos ejemplares de este tipo con nombre femenino. Uno anuncia: ?Soy Anna ?Butch? Engle. ¿Quién diablos eres tú?? (la palabra ?diablos? está sustituida por la figura de un demonio). Al parecer, la otra fue entregada a una mujer por otra. Puede leerse, parcialmente: ?Miss Smith, Your beau I wish to be ? Yours Truly, Alice Ramsey? (Señorita Smith, su galán deseo ser? Suya, Alice Ramsey).
Mays comenta que es posible que la tarjeta de Ramsey fuera una prueba de impresión hecha ?con un nombre aleatorio?, o que el ?Smith? a quien fue entregada no fuera una ?Miss?. Con todo, dado que estas tarjetas se utilizaban en comunicaciones clandestinas, no es difícil imaginar que algunas mujeres (y hombres) pudieran haberlas usado para organizar encuentros en una época en que el afecto entre personas del mismo género se consideraba no solo inapropiado, sino moralmente reprensible.
La necesidad de las tarjetas de acompañante desapareció con los chaperones y demás normas sociales de la era. Los convencionalismos sociales victorianos comenzaron a fracturarse a principios del siglo XX, cuando las mujeres empezaron a montar en bicicleta con los demás jóvenes, sin supervisión.
?Aquello se consideró escandaloso, porque estaban deshaciéndose de sus chaperones?, dice Rusch, acerca de las mujeres en bicicleta.
Al avanzar el siglo, la vida social de los jóvenes siguió evolucionando (por ejemplo, el Ford Modelo T permitió que hombres y mujeres se alejaran aun más de los chaperones). Sin la estructura estricta de los chaperones, que hizo tan atractivas las tarjetas de acompañante, ?las tarjetas cayeron en desuso?, concluye Rusch.
Los fabricantes siguieron vendiendo tarjetas de conocido hasta mediados del siglo XX, pero para entonces, eran consideradas meras curiosidades. Hoy solo son un vestigio encantador del pasado, pues muchos hombres y mujeres prefieren enviar sus mensajes secretos a través de un dispositivo más moderno: el teléfono celular.
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