La botella con la carta era parte de una tradición de echar al mar objetos e instrumentos para estudiar las corrientes oceánicas.
Si alguna vez quedas abandonado en una isla desierta, no creas que te salvarás con un mensaje en una botella. Pueden pasar más de cien años para que esos objetos lleguen a la costa, como descubrió hace poco una alemana.
A principios de año, Marianne Winkler halló una botella en una playa de la isla de Amrum, Alemania. En el interior había una tarjeta postal de principios del siglo XX, con instrucciones de remitirla por correo a George Parker Bidder, de la Asociación Biológica Marina (MBA, por sus siglas en inglés), en el Reino Unido. El mensaje prometía a cambio la una recompensa de un chelín.
?Nadie puede recordar que jamás nos hayan devuelto una [botella]?, dice Guy Baker, portavoz de MBA. ?Así que cuando recibimos esta, en abril, fue toda una sorpresa?.
Sucede que la botella y el mensaje eran parte de un experimento de Bidder. Entre 1904 y 1906, el científico y ex presidente de MBA lanzó 1,020 botellas con peso en la zona sur mar del Norte con la intención de conocer el movimiento de las corrientes de fondo en esa región.
Según Baker, Bidder recuperó casi la mitad de sus mensajes, y la botella que más tiempo tardó en regresar a casa ?por supuesto, antes que esta última- demoró unos cuatro años.
Sin embargo, aun hay 400 botellas desaparecidas. ?Supongo que se habrán destrozado o perdido en algún lugar?, especula Baker.
Por la borda
Lanzar objetos o instrumentos al mar con fines científicos es un método muy antiguo que casi no ha cambiado; aunque algunas de las cosas arrojadas al océano se han vuelto más avanzadas.
En ocasiones, derrames accidentales de buques de carga que transportan de todo ?desde zapatos tenis y patos de goma hasta millones de piezas temáticas Lego- proporcionan un medio accidental para rastrar las corrientes oceánicas.
Los científicos también han utilizado los escombros del tsunami japonés de 2011 para entender mejor el movimiento del agua del Pacífico central; si bien muchos de esos objetos han sido lanzados al mar deliberadamente.
Colaboraciones internacionales de universidades, institutos de investigación y agencias gubernamentales mantienen redes globales de flotadores de superficie y de mar profundo. Los flotadores de superficie son instrumentos que establecen comunicaciones satelitales mientras remontan las corrientes oceánicas de todo el mundo y así permiten que los investigadores reciban información ?casi en tiempo real- sobre su ubicación, además de datos como temperatura y salinidad del agua.
En la época de Bidder, lo más que el británico podía esperar era información sobre el punto donde soltó la botella y el lugar donde llegó a la costa. Pero hoy, los científicos pueden registrar los cambios mensuales y estacionales de las corrientes, e incluso cuándo pasan los huracanes por determinada zona, informa Renellys Pérez, oceanógrafa de la Universidad de Miami y de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica.
Los flotadores de mar profundo que componen la red Argo rastrean corrientes oceánicas a 1,000 y 2,000 metros de profundidad, agrega Nathalie Zilberman, oceanógrafa de la Institución Oceanográfica Scripps, en San Diego.
Y nuevos diseños de flotadores permitirán estudiar las corrientes a profundidades aun mayores, de hasta 6,000 metros.
¿Devolver al remitente?
A diferencia de las botellas de Bidder, los flotadores de redes globales como Argo ?que incluyen hasta 3,800 unidades- no suelen volver a tierra. ?Cuando mueren ?se agotan sus baterías- simplemente se hunden?, explica Zilberman. Muchos terminan en el lecho marino, aunque unos cuantos encallan o son arrastrados a la costa.
Cada flotador lleva un número telefónico al que cualquiera puede llamar si lo encuentra y así, la institución responsable puede recuperarlo, agrega Zilberman.
Aunque no hay recompensa por la recuperación de los dispositivos modernos, en el caso de Winkler, MBA ingresó en eBay y adquirió un chelín antiguo que le envió junto con una carta de agradecimiento, informa Baker.
La botella de Bidder fue sometida a la consideración de la organización Récords Mundiales Guinness como el mensaje en una botella más antiguo jamás recuperado. El récord actual lo tiene una botella de 99 años capturada en una red de pesca frente a las islas Shetland, en 2013.