La restauración de un lugar y de los objetos que a él llegaron, con 1.1 millones de asesinados.
Desde las primeras imágenes de cadáveres, de presos tan delgados que parecían esqueletos vivientes y niños andrajosos con el número de ingreso en el campo nazi tatuado en el brazo, el nombre de Auschwitz pasó a convertirse en sinónimo de racismo y desprecio por la humanidad.
El 27 de enero de 1945, cuando fue liberado por las tropas soviéticas, muchos otros campos de concentración y exterminio como Sobibor o Belzec llevaban ya tiempo destrozados. El objetivo era eliminar cualquier rastro de los crímenes nazis, por lo que las SS -el cuerpo de combate a las órdenes de Heinrich Himmler- ordenaron plantar árboles sobre las fosas comunes.
Pero los supervivientes de Auschwitz, el mayor de los grandes campos de exterminio nazis, quisieron conservarlo como un memorial para las generaciones futuras. "Si hay un lugar que en el siglo XXI apunta directamente a la conciencia de la humanidad, ese es Auschwitz", señala Piotr Cywynski, director del actual sitio histórico. Por eso, la preservación del lugar es importante "para trabajar en pro de un mundo mejor y más pacífico".
Sin embargo, hace unos años, los empleados del actual museo hicieron sonar las alarmas: Auschwitz estaba en estado calamitoso; el paso del tiempo había hecho que los documentos y objetos cotidianos de los presos asesinados se vieran amenazados por el moho o la desintegración. Así, se pidió ayuda financiera y se creó la fundación Auschwitz-Birkenau.
El gobierno alemán apoyó el proyecto con 60 millones de euros. En total, la fundación reunió un capital de 120 millones de euros (casi 140 millones de dólares) y, con los intereses, se invirtieron anualmente 4 millones de euros en trabajos de conservación.
"A falta de poco para el 70 aniversario de la liberación de Auschwitz, estamos cerca de nuestro objetivo", afirma Pawel Sawicki, portavoz del complejo museístico. Con todo, quedan aún otros 12 millones de euros, pero en los últimos días las donaciones de particulares suman otro millón más. Entre estos donantes figuran Ronal Lauder, presidente del Congreso Judío Mundial, y la fundación Righteous Persons de Steven Spielberg, pero también supervivientes del Holocausto como el empresario australiano Frank Lowy, que perdió en Auschwitz a muchos de sus familiares.
"Como lugar histórico, debemos preservar Auschwitz con la mayor autenticidad posible", subraya Sawicki. "Si por motivos de seguridad hay que cambiar alguna parte de los edificios, hacemos que quede visiblemente claro".
Especialmente problemáticos resultan los barracones de madera que aún se conservan en Birkenau. "En aquella época, no se construyeron pensando en que duraran una eternidad", apunta Sawicki. Además, el campo se situó sobre una explotación minera, y los derrumbamientos subterráneos merman la estabilidad de los barracones.
Conservadora en Auschwitz
Aleksandra Papis se formó como conservadora de arte en la prestigiosa universidad de Cracovia y, a sus 35 años, podría estar restaurando "Madonnas" o frescos barrocos. Sin embargo, ya desde su tesis se interesó por la conservación de los objetos cotidianos de Auschwitz y actualmente dirige los trabajos de restauración en el museo.
El taller en el que trabaja recuerda en muchos aspectos a un instituto forense. Se sitúa a pocos metros de la puerta del campo con su famosa y cínica inscripción "Arbeit macht frei" (el trabajo hace libre), algo que pertenece ya al día a día de los restauradores. "Da lo mismo trabajar en la conservación de una imagen de María o en los zapatos de presos de Auschwitz", afirma Papis. "Hay que crear una distancia con ambos".
Pero lo cierto es que eso resulta a veces más fácil de decir que de llevar a cabo. Los conservadores son conscientes de que objetos aparentemente banales como pinzas de depilar o cepillos de dientes pertenecieron a los más de 1.1 millones de asesinados en Auschwitz. Las maletas con direcciones de toda Europa son testigos silenciosos de la envergadura de los crímenes nazis. Sus antiguos dueños ni siquiera pudieron descansar en una tumba.
"Lo peor es cuando tengo que ocuparme de cosas de niños", dice una de las empleadas de Papis. "Recientemente he estado trabajando con un vestido que tenía un corte muy similar a uno de mi hija pequeña. En días así, el trabajo se hace muy difícil".
Otra restauradora asiente con la cabeza mientras limpia documentos de las enfermerías del campo, entre ellos muchos testimonios de espeluznantes experimentos médicos. "Me alegro de no hablar alemán y no entender estos textos. Así no sé de qué trata esto en lo que estoy trabajando".